Ignasi Gozalo Salellas reconoce que tiene una fijación por Donald Trump y Elon Musk. El expresidente norteamericano y el fundador de Tesla representan para este escritor y profesor de Comunicación y Filosofía en la UOC el modelo de magnate tirano, narcisista y sádico que parece regir el destino de nuestro mundo de hoy, estos infelices años 20 que se miran de reojo en el espejo de los del siglo XX, sin saber si el ser humano será capaz de resistirse a la fatalidad de repetir los errores del pasado. 

“Mi obsesión por Trump y Musk parte del hecho de haber estudiado en la misma universidad, la de Pensilvania, yo en la facultad de Humanidades y ellos en su escuela de negocios, la Wharton School, que inspira a todas las escuelas de negocios del mundo que pretenden preparar ejecutivos para el futuro. Las universidades de élite te dan una visión no solo de cómo funciona el poder, sino de cómo se forma a las mentes que lo ocuparán”, explica Gozalo en conversación con El Independiente.

Portada de 'La excepcionalidad permanente', De Ignasi Gozalo.

Realizador con una larga experiencia en televisión y publicidad, hace unos años Ignasi Gozalo Salellas (Darnius, Gerona, 1977) decidió dar un giro a su vida y a su carrera. Volvió a estudiar y acabó doctorándose en Filosofía en la Penn. Entre la arqueología de medios y la filosofía, entre los departamentos de humanidades y los de comunicación, permaneció algo más de una década en Estados Unidos como investigador y docente. Allí vivió el ascenso de Trump, y lo escribió en sus colaboraciones para medios españoles como Público, Contexto o Ara. Su regreso a España coincidió con el contagio en Europa de algunas de las lógicas que habían trastocado el panorama político norteamericano. Siguió escribiendo sobre todo ello, y sus reflexiones pasadas a limpio mostraron una lógica interna, una “tensión común” entre acontecimientos muy dispares, del procés al Covid. El hilo conductor es la sucesión de “pequeñas instancias de crisis permanente”. Y el resultado es un breve pero sustancioso ensayo, La excepcionalidad permanente (Anagrama), donde se enhebran y ofrecen un poco de sentido a este tiempo dislocado.

Gozalo se acoge a dos figuras intelectuales del siglo XX, opuestas, pero que mantuvieron una intensa relación epistolar como son como Carl Schmitt y Walter Benjamin. Y que de alguna manera representan los dos grandes marcos teóricos que articularon la política del siglo XX. “Aunque la gente los ha dejado por personajes muy antiguos, creo que hay una pulsión en nuestro mundo contemporáneo que es claramente una vuelta a esos años 20 y 30, a esa tensión de una época muy eufórica, una economía boyante, que acaba con un primer crash económico, el del 29, y que da pie a una década insurreccional, la de los años 30”. Gozalo propone un paralelismo con todas las diferencias, pero convencido de que la lectura de ambos autores permite entender mejor el surgimiento de personajes como Trump. 

Pregunta.- Schmitt definía al soberano como aquel que "es capaz de decretar la excepción". Según se desprende de la lectura de su libro, los nuevos soberanos han encontrado una nueva herramienta de poder en esa "excepcionalidad permanente" del título.

Respuesta.- La excepción clásica es extremadamente vertical y de consecuencias extremas. La ejerce la figura del Dios-rey, el príncipe soberano sobre todo el pueblo en un marco de Estados nación. Lo que tenemos hoy en día es un mundo mucho más complejo, con gobernanzas como la española, que tienen cinco diferentes niveles de administración, más la Unión Europea, además de la globalización, que de alguna manera revienta el esquema del siglo XX. Y ahí es donde aparecen los nuevos soberanos, que en el fondo son incapaces de aplicar o de decretar esa excepción que lo paralizaba todo. Por eso yo hablo de la mutación de la excepción en excepcionalidad.

"Los nuevos soberanos son incapaces de decretar esa excepción clásica que lo paralizaba todo. Por eso la excepción ha mutado en excepcionalidad"

La excepción es una temporalidad concreta, que empieza y acaba. En la tradición clásica duraba solo seis meses que los regímenes constitucionales reducen a uno. Hoy, ese estado de excepción ha mutado. Lo vimos, por ejemplo, con el Covid: se sabía cuándo empezaban los estados de alarma pero no cuándo se acabarían. Es una lógica del ya veremos que acaba insertándose en nosotros. Solo existe la promesa inicial de la catástrofe pero no se ofrece un marco de cierre a la excepción. Y eso es lo que también hace mutar el pánico, el miedo, ese sentimiento del siglo XX, en ansiedad y angustia. El otro día leía que el 50 por ciento de los adolescentes se ha planteado el suicidio. Datos como este son el resultado de esa excepcionalidad permanente que se va narrando con el anuncio de la catástrofe inminente.

P.- En un pasaje del libro denuncia que hoy “el hombre ha renunciado a la libertad”. ¿La crisis de la democracia y la representatividad tiene que ver con esa excepcionalidad permanente?

R.- Hay un deseo de los ciudadanos de volver a tener alguien a quien entregar la responsabilidad, de profundizar en esa servidumbre voluntaria de la que habló Étienne de La Boétie, quien ya señaló hasta qué punto el poder empieza en esa dejación, en la entrega de esa carta blanca donde solo pone gobiérname. Y yo eso lo veo en dos pulsiones o dejaciones. Primero, la búsqueda de nuevas figuras autoritarias, desde Trump a Abascal, aunque no quiero hablar solamente de la extrema derecha. También podríamos hacerlo de figuras de una izquierda radical que en su momento fueron muy verticales, como en los inicios de Podemos. Y segundo, la tentación de entregar la soberanía individual a la lógica del capitalismo de plataformas. Un capitalismo que ya no es neoliberal, ya es otra cosa, es un capitalismo de datos que nos extractiviza, que lo sabe todo de nosotros. Todos los días aceptamos condiciones de uso que nadie lee, porque somos conscientes de que estamos aceptando una barbaridad, y sin embargo no podemos escapar. Si te quieres relacionar con tu mundo, tienes que aceptar que Twitter o Linkedin sepan de ti.

Ignasi Gozalo Salellas.

P.- Habla de un "feudalismo de datos". 

R.- Es que este sistema no se rige por una lógica capitalista. El capitalismo clásico de alguna manera protegía al consumidor porque le dejaba elegir. El capitalismo de datos lo sabe todo de nosotros, nos condiciona y decide qué tenemos que hacer. O sea, un régimen feudal en toda regla. ¿Podías escapar de un régimen feudal? No. ¿Podemos hoy en día hacerlo? Bueno, es difícil, pero aún hay maneras de no entregarse a esta lógica. 

P.- Uno de los casos de excepcionalidad permanente que describe en el libro tiene que ver con el cambio climático.

"El capitalismo de datos nos condiciona y decide qué tenemos que hacer. Es un régimen feudal en toda regla"

R.- Hay una apropiación de discursos catastrofistas y apocalípticos en nombre de una causa que nadie discute, que es la ecología. Yo apunto ejemplos de radicalizaciones del discurso ecologista del siglo pasado como el ecofascismo para prevenir el efecto de discursos actuales como el ecoelitismo. No nos creamos los discursos de unas élites que, en caso de una crisis terminal, lo primero que harán será irse de este mundo. El ecologismo que tenemos que hacer es un ecologismo de todos, humilde. El ecoelitismo nos dice que tenemos que tener un coche eléctrico y una casa que funcione con energía limpia, pero ¿quién se puede permitir esas casas y esos coches? Musk se ha forrado a base de gente desembolsando mucho dinero y teniendo enchufes en casa que la gente corriente no tiene. Lo que yo denuncio es que la ecología es un espacio más de apropiación apocalíptica del discurso. No soy un negacionista, todo lo contrario. Yo lo que defiendo es un ecologismo humilde, de clases medias, pero mañana no me puedo comprar un coche eléctrico ni pasado mañana me puedo ir a un búnker.

P.- Parece que vivimos una época binaria de discursos absolutistas, donde si alguien introduce cualquier matiz corre el riesgo de que le llamen cosas como negacionista.

R.- Es literalmente la lógica del amigo-enemigo del siglo XX que teorizó Schmitt. Eso se diluye en la segunda parte del siglo XX, que es la época de la fe en la democracia parlamentaria y deliberativa. Ahora hay un deseo de volver a la enemistad como motor. El ecologismo, por ejemplo, se utiliza para potenciar esa dualidad y esa enemistad. De repente, conceptos que eran específicamente de guerra están insertados en una vida secularizada. Schmitt decía que el siglo XX es el que seculariza conceptos cristianos como Dios y mesías. Hay un segundo nivel de de secularización, en este caso no religioso, que es la transformación de lo político militar en lo político cotidiano. Todas esas figuras de enemistad están insertadas en las esferas comunicativa y política. Se busca más el enemigo que la propuesta. Y eso lo hemos visto en España en la última década. El gran motor ha sido la enemistad, el dualismo amigo enemigo. Fíjate cómo funcionaba Podemos y cómo funciona Vox. El relato no es sobre España, el relato es sobre el enemigo de España. El primer Podemos, por ejemplo, trabajó la idea de la casta y la idea del pueblo. Ellos venían precisamente de los grandes teóricos del populismo, que han sido Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, y que son hijos políticos y estudiosos de Carl Schmitt. El populismo es una gran articulación teórica en el siglo XXI que empieza en Latinoamérica de la idea de oposición de amigo-enemigo. 

P.- En su libro apunta que una constante del reaccionarismo es trasladar la pasión del pueblo a las instituciones.

R.- Pero las instituciones siguen siendo sólidas y resitúan las cosas. Por ejemplo, en Estados Unidos el pueblo le entregó a Trump la responsabilidad de volver a hacer grande América, pero cuatro años después lo echaron. Así que no está tan claro que se pueda conseguir. No me gusta ser apocalíptico. Existe esta especie de entrega del pueblo a estos nuevos liderazgos reaccionarios, pero sigo pensando que las instituciones han sido y siguen siendo capaces de neutralizar esa pulsión. Así ha sido hasta ahora en Europa occidental. Le Pen no ha conseguido gobernar, y Meloni, que tenía que ser el gran desastre, está pactando políticas migratorias con la Unión Europea porque no hay otra, porque Italia es fundadora de la UE y no puede decretar un segundo régimen fascista como hizo Mussolini. 

P.- El independentismo catalán forma parte de esa tentación populista, pero en el libro prefiere ocuparse de lo que describe como el deslizamiento del Estado español hacia el Estado total para afrontar el desafío separatista. Hay un momento en que escribe que el Estado se volvió contra el pueblo, como si el independentismo representara la soberanía popular de toda Cataluña.

R.- Creo que hubo una intensificación del Estado, lo creo firmemente, pero precisamente porque Rajoy, que parecía el tonto de la película, fue el más listo, y detectó antes que nadie que el soberano de Schmitt ya no es posible. O sea, ante una situación grave, hay dos reacciones: la del Rey, que hace un discurso replicando los de otra época, y que está bien, porque calma el miedo de un pueblo español que se siente agraviado por lo que está pasando en Cataluña; y el de Rajoy, que subroga la responsabilidad en la vicepresidenta [Soraya Sáenz de Santamaría], que es la gran conocedora del Estado, la cual afirma sin paliativos que hay que intensificar el Estado. No desde el marco directo de la política, porque no es posible sacar los tanques y liarla, sino mediante la cesión de responsabilidad a los que siguen siendo los contrapoderes de las democracias liberales: encargando la solución del problema a la racionalidad jurídica, y de manera totalmente legal, yo no lo discuto.

"Si no renunciamos a que las máquinas piensen por nosotros estamos renunciando totalmente a nuestra soberanía"

Por la parte independentista hubo una lógica populista, la búsqueda de ese enemigo y la lógica de pueblo oprimido y pueblo opresor. Y eso se les desmadró. Y después hubo una apropiación de un movimiento social o cívico y su transformación en un movimiento de partidos, de élites, con dos figuras muy específicas como son Puigdemont y Junqueras, que de alguna manera ejercen un mesianismo sobre el movimiento. Pero al final lo que acaba pasando en la excepcionalidad es que nada se puede llegar a enunciar de manera radical, ni el Estado total ni la rebelión. No hay margen ni para una cosa ni para la otra. 

P.- A la proclamación de la república catalana siguió su suspensión, del mismo modo que la aplicación del 155 vino acompañada de la convocatoria de elecciones autonómicas. En ese sentido hubo un reconocimiento de las limitaciones de ambas partes. 

R.- Exactamente.

P.- Usted se muestra bastante crítico con la actuación de los jueces, especialmente de Llarena.

R.- Yo creo que hubo cierto empoderamiento de algunas figuras. Llarena se convirtió en una especie de héroe, de mito de la nación. Como después el presidente del tribunal que juzgó a los líderes del procés, Manuel Marchena, se convirtió en un mito racional, porque era muy estricto pero muy exquisito en las formas, porque era consciente de la trascendencia narrativa de esa escenografía. Pero yo creo que a Llarena de alguna manera se le aupó y se le mitificó como esa figura decisionista que no podía ser el político, y él de alguna manera se lo tomó demasiado en serio.

P.- Para salir de este estado de excepcionalidad, o al menos no sucumbir a la angustia que provoca, ¿cuál cree que es la gran idea a la que deberíamos aspirar no solo como individuos, sino también como sociedad?

R.- Yo soy muy republicano, en el sentido de volver a una raíz que es la conciencia de una razón individual. Es decir, hacerse cargo de uno mismo como punto de partida. Y eso es claramente renunciar a esas dos servidumbres a las que apuntaba: la dejación de la responsabilidad en manos de líderes autoritarios, la pulsión reaccionaria o populista; y por otro lado renunciar a las máquinas como una extensión de nuestra conciencia. Ya no solo nos acceden y nos vigilan, es que ya están respondiendo y pensando por nosotros. Es un momento clave. Si no renunciamos a que las máquinas piensen por nosotros estamos renunciando totalmente a nuestra soberanía. Y desde un punto de vista republicano no hay que tener miedo a hablar de soberanía individual, que no es el individualismo; es hacerse responsable de uno mismo y de ponernos en común con otros a través de los barrios, de las asociaciones, las comunidades de vecinos, etcétera. Las máquinas nos han individualizado, nos han aislado y han creado estas grandes cámaras de eco donde solo escuchamos al que piensa como nosotros, que en el fondo es una manera de escucharnos solo a nosotros mismos.