En febrero de 2016 se presentó en el Museo Thyssen de Madrid una muestra que recogía a los Realistas de Madrid. Había grandes estrellas como Antonio López o Paco y Julio López Hernández, María Moreno, Amalia Avia o Esperanza Parada pero cuando la conservadora del museo, Leticia de Cos, bajaba a echar un vistazo por las salas llenas de visitantes oía constantemente la misma frase: "La que más me ha gustado es Isabel Quintanilla y no la conocía".

Fue entonces cuando se empezó a fraguar la idea, la de convertir a esta pintora madrileña que había conquistado el mercado alemán, pero que había sido más secundaria en España, en la primera artista nacional en protagonizar una exposición monográfica en esta pinacoteca.

Ahora, ocho años después abre sus puertas Isabel Quintanilla donde abarcan los 60 años que la pintora estuvo en activo y organizan su obra por temáticas y cronología gracias a 90 cuadros. No ha sido una tarea fácil, Leticia de Cos, que es la primera vez que hace de comisaria, ha estado tres años investigando dónde estaban sus obras, cuántas había y trabajando para traerlas al museo. La mayoría de ellas se encontraban fuera de España, sobre todo en Alemania, donde durante la década de los setenta Quintanilla protagonizó exposiciones y se convirtió en una de las artistas realistas más importantes cuando en Europa las vanguardias "empezaban a cansar".

"Para entender la obra de Isabel hay que conocer su historia. Ella siempre decía que la realidad le producía una emoción tan grande que sentía la necesidad de pintarla y hablaba de la importancia de la técnica no como soga sino como base de todo el trabajo", explica De Cos.

La vida de Quintanilla comenzó en Madrid en 1938 y se complicó casi al segundo. En 1941, tras luchar en el bando republicano durante la Guerra Civil, mataron a su padre en el campo de concentración de Burgos. Su madre se queda sola y con dos niñas a las que mantiene cosiendo y cuya figura acompañó a la pintora madrileña toda su vida. "Se pueden ver en sus cuadros muchas menciones a su madre. La más clara es el Homenaje a mi madre de 1971 pero hay muchos otros donde también nos evocan a esa cabeza de familia", añade la comisaria.

Homenaje a mi madre (1971), de Isabel Quintanilla. Pinakothek der Moderne, Múnich

Aunque el primer lienzo que aparece en esta muestra es ella misma, un autorretrato que pintó justo después de casarse con el escultor Paco López y después de trasladarse a Italia por una beca que él había recibido. Es uno de los pocos cuadros donde la figura humana se hace patente. "Ella prefiere dejar espacio a la imaginación del observador por eso no hay muchas personas en sus obras. En esta primera etapa se ve ya la línea que va a seguir aunque es más oscura que tras esos años en Roma", añade.

Porque ella empezó a asistir a clases con tan sólo once años y acabó en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando donde conoció a Antonio López, a Julio y Francisco López y a María Moreno con quienes compartía curso y comenzó a compartir vida y pasión. Porque aunque todos conocían las vanguardias, optaron por el realismo como "algo propio y cercano" en donde su entorno cobró un protagonismo absoluto. Sus primeras obras las realizó compaginando su pasión como su trabajo como maestra y esa oscuridad y soberbia de sus primeros trabajos se la lleva a Italia pero no la mantiene mucho tiempo.

Fotografía de Isabel Quintanilla pintando en su jardín.

Autorretrato, 1962, de Isabel Quintanilla.

Así lo explica ella en un vídeo inédito que cierra la exposición. La luz, los edificios, los colores... se convirtieron en el centro de su obra, descubrió un país que la enamoró y del que no había esperado nunca nada. Pintó mucho y aprendió más, de aquella etapa son los paisajes que aunque a su vuelta a Madrid cambia por bodegones vuelven de vez en cuando a sus lienzos, como se puede ver en esta imagen de Roma que pintó a finales de los ochenta.

Roma, (1998-1999), de Isabel Quintanilla. Galerie Brockstedt, de Berlín.

Y, como hemos dicho, en Madrid se vuelve a rehacer. En esta ciudad, la suya, el protagonista es su hogar, la realidad de su día a día. "Es aquí cuando los objetos cotidianos llenan sus lienzos. Los vasos Duralex, sus pinceles, paletas, las flores que ella misma plantaba y cuidaba", explica De Cos. También es cuando a los realistas de Madrid le llega una oferta de Alemania que a Quintanilla le da más reconocimiento y más ventas.

"Conocen a Ernest Wuthenow, coleccionista y socio fundador de la Galería Juana Mordó de Madrid y que además se encarga de la promoción de artistas en el extranjero. Gracias a él, su obra se expone por toda Alemania durante los setenta y los contenta. Estaba tan contenta que una galería española le ofreció representarla años más tarde y dijo que ella estaba encantada con la seriedad y el trato de los alemanes", comenta De Cos y añade que es en este país donde más obras vendió y donde ella más ha tenido que buscar.

"Gracias a Marta López (hija de Antonio López) encontramos un listado mecanografiado donde había nombres, direcciones y con suerte algún teléfono. Tengo que dar las gracias a esos coleccionistas privados que nos han cedido las obras porque imaginaros lo que era llamar desde España preguntando si tenían un cuadro de Quintanilla, no ha sido fácil", asegura.

De esas colecciones son muchos de esos lienzos que pinta en Madrid, los que pintó en Roma se vendieron casi todos en una exposición en 1966 en la galería Edurne de Madrid. Son esas naturalezas muertas con objetos personales que mencionábamos antes y que, cómo explica desde la pinacoteca, "confieren a sus obras un carácter autobiográfico".

Besugo, de Isabel Quintanilla. Colección de Pedro Almodóvar.
Nocturno (1988-1989), de Isabel Quintanilla. Kunststiftung Christa.
Las sandías (1995), de Isabel Quintanilla. Galería Leandro Navarro.
El teléfono (1996), de Isabel Quintanilla. Colección privada.

Y tras ellos, incluso a veces entremezclados, llegan las ausencias. Los objetos solitarios inspiraban a la madrileña, le provocan una emoción fortísima, tal y como ella misma le confesó a Leticia de Cos. El teléfono en una esquina, una mesa con una luz totalmente vacía, incluso aquí aparece su marido, Paco, en otro de los pocos cuadros donde el protagonista se ve y no se intuye.

El Thyssen recoge así 90 obras de la pintora madrileña y además dedica una parte de la exposición a juntarla de nuevo con sus compañeras. Sus obras dialogan con las de María Moreno, Esperanza Prada y Amalia Avia. Hablan de lo que fueron y lo que hoy representan llenando por primera vez una de ellas todas las salas de una muestra del Thyssen.