A principios de los años 60, Madrid dejaba de existir más allá de Avenida de América. Había algún edificio pero aquella zona hacía más de puerta de entrada que de barrio. Fue la constructora Huarte la que vio en aquel lugar el sitio perfecto para levantar un edificio que reflejase su esencia. La compañía había sido promotora de la vanguardia española; benefactora de artistas, arquitectos, escritores... Durante los años duros de la dictadura y ahora quería que uno de los suyos crease su símbolo.

Llamaron a Francisco Javier Sáenz de Oiza (Cáseda, Navarra, 1918-Madrid, 200o), un navarro, como ellos, que ya había trabajado con Huarte en alguna ocasión y al que le pidieron unas viviendas únicas situadas en la entrada a Madrid desde el aeropuerto. Los rumores dicen que el arquitecto se tomó el proyecto tan a pecho que tardó años en terminarlo, que hubo un momento en el que dijeron que entregase lo que tuviese, que seguro que ya estaba bien.

"Él contaba, ya no sé si como anécdota, que tenía en su despacho dos maquetas. Una con una idea de lo que quería hacer para Torres Blancas, tenía hecho el fuste, y otra con las escuelas de Batán que eran circulares. Al parecer, la chica que limpiaba su estudio colocó la segunda encima de la primera para poder hacer bien su trabajo y él cuando las vio juntas se dio cuenta de que era exactamente lo que había estado intentado hacer", explica Javier Saénz Guerra, arquitecto y profesor de proyectos en la Universidad CEU, e hijo de Francisco.

El edificio empezó a construirse en 1964 y terminó cinco años más tarde, ya en 1969. "Fue icónico desde el principio, todos los arquitectos sintieron una admiración casi unánime, hubo muchos reportajes. Tuvieron esa sensación de decir: 'Ha creado una obra maestra", asegura David García-Asenjo, arquitecto y divulgador que conoce muy bien la obra del navarro. También que Saénz de Oiza "lo imaginó como un árbol donde las hormigas llegaban hasta cada una de las ramas, una ciudad en vertical, con casas que podrían considerarse chalets en altura porque tanto las terrazas como la vegetación proporcionan esa sensación".

Algo que comparte su hijo Javier, que vivió allí algunos años con toda su familia. "Él se había quedado con un dúplex porque antes las constructoras preferían pagarte con pisos y no con dinero y como éramos siete hermanos... Vivir allí era como estar en una torre de babel, había gente de muchos sitios pero sobre todo americanos y algún francés. Las casas tienen tres tipologías, las de 90 metros cuadrados pensadas para gente joven, las de 180 y los dúplex de 360", recuerda.

Documento a color de la planta del edificio del pequeño catálogo de una exposición realizada en el Ministerio de Fomento.

También rememora que allí se mudaron muchas azafatas y pilotos por su cercanía con Barajas y algunos estadounidenses de la Base de Torrejón. "Era una vida como muy optimista, con mucha luz, muy sesentera. Teníamos la sensación de que estaba todo por hacer, todo era posible. Las casas tenían mucho glamour pero eran fáciles, era vivir un poco en una portada de The Beatles, dentro del submarino amarillo... Un mayo del 68 optimista", asegura.

Y añade que la mayoría de los habitantes de entonces eran gente de clase media-alta y con ciertas inquietudes por el diseño. "Les apetecía vivir en un lugar distinto. Lo que a mí más me llamaba más la atención era el garaje, los coches que te encontrabas. Muchos deportivos de la época, coches franceses, algunos estadounidenses... Decía mucho de la gente el coche que tenía en el garaje", asegura.

También que era una ciudad vertical, con las familias en los primeros pisos, más cerca del jardín, los grandes dúplex a continuación y los apartamentos más pequeños en la parte de arriba. "Los colocó arriba del todo porque la zona de la planta 23 era un restaurante y también querían hacer una discoteca, una peluquería, etc... Así estaban más cerca del bullicio. En la azotea está la piscina y tiene razón el arquitecto cuando dice que es como tener un chalet en altura, yo diría que es como tener un chalet en la sierra a muchos metros de altura porque la piscina que creó mi padre siempre tiene el agua helada", añade y pone en valor sobre todo las terrazas con el suelo de pizarra que se encuentran en los pilares de hormigón del edificio. Un hormigón que aunque algunos dicen que iba a ser más claro ,y de ahí el nombre de Torres Blancas, su hijo lo niega y dice que era más algo sensorial que material: "Se hablaba más de lo blanco como de pureza, idea poética de la luz".

Para García-Asenjo, estos pilares son la parte fundamental de las viviendas. "Quizás lo más importante de este edificio es que, aparte de la arquitectura, Sáenz de Oiza trabajó junto a dos grandes ingenieros: Carlos Fernández Casado y Javier Manterola. Fueron ellos los que hicieron posible esas torres de hormigón, los que le dijeron cómo había que construirlas".

Javier Sáenz Guerra explica que "miraba mucho a Le Corbusier y a Frank Lloyd-Wright". "Se reconocía deudor de muchos de esos maestros y los citaba mucho, era generoso de los que aprendía. Del primero asumió su idea de reproducir un botellero a la hora de construir viviendas, donde cada una podría ser distinta dependiendo de las necesidades, como cada botella de vino que metes es diferente. Del segundo, un norteamericano que trabajó en un país con mucho terreno, el concepto de la arquitectura orgánica", añade.

Fotografía de Torres Blancas durante su construcción a finales de los 60.

"En esa época se hablaba mucho del movimiento orgánico, de la forma de la naturaleza llevada a la arquitectura y él lo aplicó de un modo extraordinario", continúa García-Asenjo y recalca varias veces que "esta torre de viviendas es única en el mundo. "Hay parecidas pero no tienen sus cualidades, desde las distintas fachadas al remate o la proporción de la torre. También las viviendas, la gente que vive allí dice que funcionan muy bien. Es la vanguardia pero útil".

El portal del edificio de Torres Blancas en Madrid. ISRAEL CÁNOVAS

Una vanguardia útil que sigue llamando la atención casi 60 años después. Ahora ha vuelto a la prensa porque están en proceso de aprobar un proyecto que convierta su última planta, que había estado destinada a un restaurante primero y a unas oficinas después, en ocho apartamentos de lujo que tal y como ha publicado El Confidencial tendrán un precio entre uno y dos millones cada una o algo más de siete si el comprador adquiere en bloque todas las viviendas.

Portada de una revista de los años setenta con Torres Blancas de protagonista.

Ambos, tanto el hijo de Sáenz de Oiza como García-Asenjo, aseguran que para valorar esta transformación haría falta casi una conferencia sobre habitabilidad, filosofía, tipos de ciudades, aspectos sociales... etc. Aunque desde la comunidad de vecinos, según publicó el diario El Mundo la pasada semana, han dado el visto bueno. "Valoran positivamente la reconversión y cuyos cambios supondrán, además, una mejora en la eficiencia energética del edificio", aseguraban sobre un proyecto que, dicen, "mejora las condiciones de evacuación de la planta 22, modifica el acceso actual de la entreplanta a la planta, pone en valor la estructura de hormigón armado respetando la documentación original de su emblemático arquitecto, Francisco Javier Sáenz de Oiza, y permite eliminar una escalera privada que conecta las plantas 22 y 23".

Aunque para Javier "es un tema complicadísimo que ahora se mezcla con Airbnb y con las protestas de que una casa sea un hotel". "Lo bueno de los vecinos es que te conozcas. Si no una ciudad no está bien resuelta porque si te vas encontrando con vecinos distintos cada día en el ascensor eso significaría un cierto fracaso, sería la muerte de la ciudad, un espectáculo del turismo", explica. También cuenta que el restaurante no es que fuese mal pero al final era complicado mantener esa parte pública con la parte privada del resto de los vecinos. "Esa zona el grupo Huarte se las vendió a ADA y cuando esta se disolvió, lo compró Gilmar", añade.

Aquel restaurante que cerró en los 80 no sólo daba servicio a los que quisieran comer y cenar con buenas vistas, sino que también servía comida en las casas. "Había interfonos y montaplatos que comunicaban directamente con las viviendas, hoy muchos de ellos se han tapado pero otros siguen tal y cómo él los diseño", nos cuentan desde Diza Consultores, una inmobiliaria que comercializa una de las viviendas de la tercera planta.

Se trata de uno de los apartamentos de tamaño medio, los que se hicieron pensando en las familias con pocos hijos, y cuyos propietarios decidieron añadir los metros de la terraza dentro del salón. "El edificio está protegido pero la fachada y determinados elementos comunes, dentro de su casa cada uno puede hacer lo que quiera", aseguran sobre esta vivienda.

Fotografías del interior de una de las viviendas del tercer piso de Torres Blancas. ISRAEL CÁNOVAS

"Tiene un precio de 1.200.000 euros y los gastos de comunidad son de 600 euros al mes pero porque están arreglando la piscina y hay una derrama", añaden. También que el tipo de comprador es, claramente, de alto nivel adquisitivo. "Los edificios emblemáticos como este tienen un plus en el precio porque no es lo mismo tener una casa en un edificio normal de ladrillo que en una obra de arte", sentencian.

Una obra de arte que se consideró revolucionaria y gracias a la cual Sáenz de Oiza ganó el Premio COAM 1972 y el Premio a la Excelencia Europea de 1974. "Miraba Torres Blancas desde la calle y nos decía: 'Y pensar que uno de Cáseda ha hecho esto'. Era curioso porque él se veía como un hombre de pueblo pero era consciente de que tenía unas cualidades. Se dio cuenta de que había hecho una cosa muy interesante en la entrada de Madrid", cuenta su hijo.