Su padre lo había intentado todo, hasta había hablado con el emperador Carlos VI para que ella pudiese gobernar y que los Médici mantuvieran el poder que llevaban manejando durante casi 300 años. Pero sus súplicas fueron en vano y cuando murió supo que, sin nietos y con el resto de ramas de su familia vetadas por el monarca, su hija sería la última de una larga estirpe, que con ella se acabaría todo.

Cosme III, XI Gran Duque de Toscana, vio como sus hijos varones morían sin descendencia y como su hija, ya viuda, no había conseguido darles un nieto e intuyó rápidamente el fin de una era. Pero al morir, en 1737, aunque Ana María Luisa no asumió el poder sino que quedó en manos de Francisco de Lorena, yerno del emperador, su trabajo fue esencial para la ciudad de Florencia y una de sus herencias más valiosas es la que ha llevado al último de los Médici, a Lorenzo de Médici (Milán, 1951), a escribir una novela sobre su desaparición y su búsqueda.

Portada de 'El Fiorentino', de Lorenzo de Médici.

Es en El Fiorentino, el diamante perdido de los Médici (La Esfera de los Libros) donde este autor, que tiene un hermano y ninguno de los dos ha tenido hijos, narra la historia de la gran joya de la familia, de un diamante de 137,27 quilates que está catalogado como el segundo más grande del mundo. De color amarillo se lo conoce como El Fiorentino y lleva desaparecido casi 100 años. También que The New York Times consideró en 1922 que si se llega a encontrar entero podría alcanzar los 300 millones de euros (al cambio actual). Y a través de este diamante nos cuenta a Ana María Luisa de Médici.

Pero, ¿qué ocurrió para que esta joya tan preciada se les escapase de las manos? Todo empezó tras la muerte del padre de Ana María Luisa. A ella le dejaron conservar el título de Gran Duquesa aunque este ya no contenía ningún poder. También vivir en el Palacio Pitti, en una de sus alas, y fue allí donde comenzó a pensar en todo lo que su familia había conseguido para la ciudad y en todo lo que esta podía perder.

Hay que recordar que los Médici fueron mecenas de artistas como Leonardo da Vinci, Miguel Ángel o Botticelli. Que acumularon numerosas obras de arte durante siglos y que todo aquello podía ser expoliado ya que la última de la familia sabía que iba a morir sin descendencia. Así que, como cuenta Lorenzo de Médici en su libro, "ella dedicó los últimos años de su vida a la inmensa colección de obras y bienes muebles que su familia había acumulado".
"Precisamente su gran temor era que, a su muerte, Florencia sufriera el mismo destino que otros territorios italianos anexionados al Sacro Imperio, que habían sido despojados de sus tesoros al extinguirse sus dinastías gobernantes", explica su descendiente.

Y negoció con los Lorena llegando a un trato que se conoce como el Pacto de Familia. Este decía, tal y como recoge el libro, que "la Serenísima Electora cede, da y transfiere por la presente a Su Alteza Real, para él y sus sucesores como Grandes Duques, todos los muebles, efectos y rarezas de la sucesión de su hermano, el Serenísimo Gran Duque, tales como galerías, cuadros, estatuas, bibliotecas y otros bienes preciosos (…), que Su Alteza Real se compromete a conservar, con la condición expresa de que nada de lo que es para ornamento del Estado, para utilidad del público y para atraer la curiosidad de los forasteros, será llevado fuera de la Capital y del Estado del Gran Ducado".

"El emperador aseguró que se lo habían robado pero Lorenzo de Médici está seguro de que lo vendió"

Entre ellos, el diamante, aunque en cuánto Ana María Luisa murió, en 1743, este no tardó en ser transferido a Viena junto con las grandes coronas que los Médici se habían mandado hacer para sí mismos y otras tantas piedras preciosas. La gema de color amarillo fue guardada en la Cámara del Tesoro de Viena y se usó como símbolo del poder de los Habsburgo durante años. Hasta que Carlos I de Austria tuvo que exiliarse y se la llevó guardada a su lujoso jubilación en Suiza. Fue en 1919 y al poco tiempo, "en extrañas circunstancias", el diamante desapareció. El emperador aseguró que se lo habían robado pero Lorenzo de Médici está seguro de que lo vendió.

El autor cree que la joya se dividió y que se trasladó al otro lado del Atlántico. También asegura que algunos dicen haber visto uno de esos "trocitos" en una exposición privada de Tiffany's en Nueva York. El caso es que no se ha vuelto a saber nada de aquella gema amarilla y él cree que algún día aparecerá en una casa de subastas.

Pero usa esta pérdida para reivindicar que pudo producirse una peor. "Es gracias a Anna María Luisa de Médici que hoy Florencia conserva sus tesoros artísticos y es considerada la ciudad del arte por excelencia. Su nombre no es muy conocido incluso para muchos florentinos, eclipsada por figuras de la talla de Lorenzo el Magnífico, pero lo que este empezó no habría llegado hasta nuestros días de no ser por ella. La Gran Duquesa merece ser considerada por derecho propio como la última gran mecenas de Florencia", escribió en 2020 en su cuenta de Facebook quizá ya avanzado su próximo libro.

Ahora, todos aquellos cuadros, esculturas... Todas las obras se encuentran en los principales museos de Florencia como la Galería de los Uffizi o el Palacio Pitti. Están porque ella se empeñó y porqué quizás le preocuparon más que El Fiorentino.