Al mundo de Salvador Dalí (1904-1989 Figueras) se entraba por un camino curvo y de doble sentido. Llegar era difícil y acceder, casi un milagro. Fue una mujer la única que consiguió adentrarse en su atmósfera porque, tan compleja como él y listísima, supo que el secreto era estar cerca pero siempre en camas separadas. Ahora se cumplen 120 años de su nacimiento y vemos a través de ella una parte de él, la más bonita. Porque la más pura está quizás en un lugar, en una costa, que vive en parte gracias a su memoria.

Porque Dalí fue un conjunto de casas unidas sin demasiado sentido. Fue ese mar frío y ese viento fuerte, fue el histrionismo dentro de lo tradicional. Fue la locura en masa acudiendo a su encuentro. Fue Gala y dejó de ser un poco cada día desde que ella se fue.

Salvador Dalí, pintor. Portlligat, 1979 (c) Jordi Socías

Nació en Figueras el 11 de mayo de 1904 y lo hizo con la suerte echada. Asumió por orden de sus padres el alma de su hermano mayor, el primer Salvador, al recoger su nombre. Y así espigó, compitiendo contra un muerto, que es una batalla que siempre se pierde a no ser que seas el segundo Salvador Dalí. También imaginándose de otra manera. Pintó, pensó y vivió casi sin ser él y siempre siendo un personaje al que fotografiar, mirar y admirar. Primero en Figueras, donde su padre hacía dinero y su madre fomentaba su talento, y muchos meses también en Cadaqués, el lugar que le vio crecer. Pero fue en Portlligat donde se fue a explotar.

En ese radio de pocos kilómetros empezó y terminó. Y es esa franja de costa la que le debe muchas de sus visitas, su fama y también la que acabó saturada de tanto ego. Cuentan que, ya siéndolo todo, ya con todas las casas de aquella cala unidas, su nombre a cuatro columnas en las revistas, su cara en anuncios y sus cuadros solo aptos para unos pocos; seguía queriendo ser el único.

Lo demuestra una de las anécdotas que narra un veraneante de Cadaqués sobre la presentación de una exposición de arte en la playa. Organizada y protagonizada por artistas jóvenes, Dalí no estaba invitado ni por edad ni por estatus, pero decidió colocar uno de sus cuadros en ella, decidió reflejar que nada ocurría allí sin él. Uno de los jóvenes artistas, harto ya de su protagonismo absoluto, tiró su lienzo al mar provocando la ira absoluta en el surrealista y alguna que otra sonrisa de lado.

Pero ninguno olvida que parte de su encanto tiene una deuda con ese talento excepcional que nunca quiso alejarse demasiado. Allí había nacido su padre, detrás de la iglesia, y allí estuvo él cada verano. Fueron sus costas, sus rocas y su vegetación lo que llenó sus primeros cuadros y su luz la que contaminó los últimos. Los que le vieron hacerse, caer, rehacerse y convertirse en un icono pop posando entre los huevos de sus tejados.

Casa de Salvador Dalí en Portlligat. EFE

También fue allí donde los llevó a todos. A Pepín Bello, a Federico García Lorca, a Luis Buñuel. Donde le habló a su padre de la Residencia de Estudiantes, donde este se preocupó porque a su hijo le habían metido en la cárcel, donde pensó, vivió y creció hasta que tras echarle de la Academia de Bellas Artes se fue a París y a donde, tras aquel viaje, tardaron en volverle a abrir los brazos.

Porque en la capital francesa todo explotó. Conoció a Picasso a través de Miró, entró dentro del movimiento surrealista y lo hizo suyo; también en el matrimonio de Paul Éluard. Se enganchó a su mujer y la situó por encima de Dios. Cuando Dalí conoció a Gala se le cambiaron las prioridades y desde ese momento primero estaba ella y luego todo lo demás.

Salvador y Gala Dalí. EFE

Pero su padre, viendo a su hijo entre pintores amorales y con una mujer separada y once años mayor, le prohibió pisar Cadaqués. Pero Dalí encontró en Portlligat, a pocos kilómetros, el Edén desde donde contemplarlo. Empezó comprando para los dos una casa de pescadores cuando aún no tenían demasiado y fue anexionando el resto a medida que la cuenta iba llenándose de ceros. Así creó un mundo para los dos con continentes separados. Un planeta distinto con habitaciones curvas, otras de dos plantas, baños mínimos, escaleras imposibles, una cama formada por dos, un oso disecado en el vestíbulo y una ventana que le permitía ser el primer español en ver salir el sol.

Allí vivieron juntos hasta que Dalí ya fue un icono pop y le regaló a Gala el castillo de Púbol. "Gala me cogió de la mano y de repente me dijo: 'Gracias una vez más. Acepto el castillo de Púbol, pero con una sola condición: que solamente vengas a visitarme al castillo por invitación escrita'. Esta condición halagaba sobre todo mis sentimientos masoquistas y me entusiasmaba, Gala convertía el castillo en el inexpugnable que nunca había dejado de ser. La intimidad y, sobre todo, las familiaridades disminuyen todas las pasiones. El rigor sentimental y las distancias, como demuestra el ceremonial neurótico del amor cortés, aumentan la pasión", diría sobre cómo empezaron a vivir más separados que antes.

Fue allí, en la casa de Gala, donde construyó una cripta para los dos donde dicen que sus manos podían unirse. Allí la enterraron a ella en 1982 y allí se fue a vivir él, dejando atrás su amado Portlligat, para tenerla cerca. Pero un incendio le llevó a tener que trasladarse a Figueras y fue en 1989 cuando murió en el mismo pueblo en el que había nacido y donde le acabaron enterrando, dejando sola a Gala en Púbol para siempre.

Aunque con un pequeño parón. Hace unos años le sacaron a grúa de su tumba porque una pitonisa aseguraba ser su hija. Quizás él sintió que lo llevaban con Gala, que lo pondrían a su lado como él siempre había querido. Pero solo le cortaron un trozo de pelo y allí se quedó, otra vez, puede que esperando otra gran reencarnación.