26 de abril de 1986. Nubes de radiación invadían el norte de la antigua Unión Soviética -hoy, Ucrania- propiciando la mayor catástrofe nuclear de la historia. Ardía el cuarto bloque de la central nuclear de Chernobyl.

Aquello fue la suma de errores fatales pero la sola palabra Chernobyl causa escalofríos treinta y cinco años después. Miles de personas se vieron obligadas a evacuar la ciudad dejando más de 100.000 víctimas a su paso. Otros no fueron capaces de hacerlo, y aferrados a sus raíces, se quedaron «expuestos al enemigo invisible y aparentemente omnipresente», señala la fotógrafa y documentalista Quintina Valero en palabras para El Independiente.

«Creyeron en su tierra, negándose a aceptar una radicación invisible que es menos tangible que su sentido de pertenencia. Mientras que las autoridades intentan evacuar la zona contaminada, los habitantes se aferran a sus raíces, expuestos al asesino invisible y sus consecuencias para la salud».

Los habitantes viven expuestos al asesino invisible y aparentemente omnipresente»

quintina valero

Quintina Valero (1970, Alemania) vive entre Londres y Barcelona, es documentalista y fotógrafa de prensa, y carga con trece años de experiencia a sus espaldas desarrollando y produciendo historias fotográficas sobre derechos humanos y temas sociales.

Quintina viajó a Ucrania entre abril de 2015 y mayo de 2016, y lo hizo para documentar cómo era la vida en Chernobyl tres décadas después del accidente nuclear: «En abril del 2015 visité por primera vez Kiev para saber de las implicaciones del accidente de Chernobyl. Para documentarme entrevisté a doctores del Instituto Nacional de cáncer, científicos, representantes de organizaciones de víctimas de Chernobyl y familias afectadas. Comencé a interesarme en zonas más remotas donde miles de personas viven en tierras altamente contaminadas. En Noviembre del mismo año volví a visitar Ucrania con el colectivo al que pertenezco Food of War para colaborar con artistas ucranianos en un proyecto sobre el impacto del accidente de Chernobyl en el medio ambiente y en la población. Después realicé dos viajes más en el 2016».

El resultado de su viaje es ahora la exposición Vida después de Chernobyl y el reflejo de paisajes asolados, escombros, edificios abandonados, un terrero de 30 kilómetros alrededor de la central nuclear -que ahora el gobierno ucraniano quiere que sea declarado Patrimonio Mundial de la Unesco-, y muchas almas rotas en las que todavía perdura aquella noche fatal. Rotas y olvidadas.

Un 60% de los niños padecen problemas cardiovasculares, de respiración y malnutrición pero el gobierno no considera a estos niños como víctimas de Chernobyl.

quintina valero

«Vida después de Chernobyl ha sido el proyecto más duro que he hecho hasta ahora. Las zonas que he visitado son de pobreza y abandono absoluto. El accidente de Chernobyl parece haber sido olvidado por la sociedad. Quería dar voz a las vidas de quienes continúan con el legado venenoso de Chernobyl. Tras la evacuación, muchos de ellos retornaron a sus hogares por no tener donde ir, otros por el arraigo que le tenian a la tierra, más potente que el miedo a una radiación invisible. Ahora muchos de ellos lloran cuando te cuentan sus historias y las enfermedades de sus hijos y se sienten culpables de ello. El gobierno les ofreció una ayuda que nunca llegó, los salarios son bajos y no tienen ni para pagar las medicinas. Un 60% de los niños padecen problemas cardiovasculares, de respiración y malnutrición pero el gobierno no considera a estos niños como víctimas de Chernobyl.»

Valero retrata en su exposición la vida tanto dentro de la zona de exclusión de 30 kilómetros como en la región de Narodichi, 50 km al suroeste de la planta nuclear, una de las zonas que resultó ser más afectadas por la radiación, pero que sin embargo, se detectó cinco años después del accidente atómico.

La exposición Vida después de Chernóbil ha pasado por la galería Chez Xefo de Barcelona, Ucrania, Alemania y Londres, y ha sido distinguida con varios premios internacionales como el prestigioso LensCulture Emerging Talents Award (Países Bajos), el Festival della Fotografia Etic: Documenting Humanity (Italia) y el Photo Press Contest Award (Ucrania).