Claude G. Bowers, embajador de EEUU en España entre 1933 y 1939.

El día primero de marzo de 1939 fui llamado a Washington «para consultas» con el Departamento de Estado. Durante los dos años y medio de guerra no había sido convocado ni una sola vez, lo cual puede parecer bastante notable. La situación había sido tema de algunos comentarios en la prensa norteamericana. Puede que al Departamento no le pareciera de importancia, pues­to que conocían exactamente mi interpretación sobre el significa­do de la guerra española.

Durante los dos años y medio, escribí con regularidad y envié voluminosos informes sobre todas las fases de la lucha (copias de los cuales tengo en este momento en mi poder), como el secretario Cordell Hull contó en una ocasión, en el transcurso de una conferencia de prensa. Estos despachos constituirían un grueso volumen. No había nada que hubiese po­dido decir de palabra que no hubiera expresado ya en ellos, y mi posición era perfectamente clara, como hace constar en sus memorias míster Cordell Hull. Mi opinión se resumía en los si­guientes puntos:

  1. Que después de los primeros días de considerable confu­sión, fue demostrado claramente que se trataba de una gue­rra de los fascistas y las potencias del Eje contra las institu­ciones democráticas de España.
  2. Que la guerra española era el principio de un plan perfec­tamente meditado para el exterminio de la democracia en Europa y el comienzo de una Segunda Guerra Mundial.
  3. Que el Comité de No Intervención era un vergonzoso en­gaño cínicamente indigno, y que Alemania e Italia enviaban constantemente soldados, aviones, tanques, artillería y mu­niciones a España, sin una interferencia o protesta verdade­ra de los firmantes del pacto.
  4. Que Alemania e Italia estaban utilizando las ciudades es­pañolas y sus habitantes para fines de experimentación y ensayando sus nuevos métodos de destrucción y su nueva técnica de terrorismo.
  5. Que el Eje, preparándose para la batalla continental, estaba utilizando España para ver hasta dónde podía llegar con la silenciosa aquiescencia de las grandes democracias y poner a prueba su espíritu, valor y voluntad de luchar por sus ideales.
  6. Que las potencias del Eje creían que al convertirse España en un Estado fascista, podría y sería usado como una cuña contra América Central y del Sur. Informé a Washington de los alardes hechos por la prensa de Franco y la determina­ción de «liberar» Sudamérica de la «servidumbre yanqui y el ateísmo».
  7. Que este propósito figuraba en un libro preparado para la enseñanza en las escuelas, en el que se atacaba duramente a las democracias en general y a las de Inglaterra y los Esta­dos Unidos en particular.
  8. Que los ataques, ridiculización e insultos dirigidos contra los Estados Unidos e Inglaterra por la prensa de Franco no dejaban lugar a dudas sobre la posición que sostenían.
  9. Que mientras las potencias del Eje mandaban ejércitos, aviones, tanques, artillería, técnicos e ingenieros a Franco, el Comité de No Intervención y nuestro embargo represen­taban una poderosa contribución al triunfo del Eje sobre la democracia en España, y que mientras la guerra contra China era sostenida solamente por Japón, contra Checoslo­vaquia solo por la Alemania nazi, contra Abisinia solamen­te por la Italia fascista, el primer país que era atacado por el Eje —Italia y Alemania juntas— era España.
  10. Que era mi opinión, mucho antes de Múnich, que el próxi­mo ataque sería contra Checoslovaquia, debido a las inju­rias que, sin razón evidente, proferían contra ella los italia­nos y los alemanes que cruzaban la frontera española para proveerse de alimentos en San Juan de Luz y Biarritz.
  11. Yo había informado a Washington de que nuestros intere­ses, ideológica, comercial e industrialmente, estaban vincu­lados a los de la democracia en España, cuyo Gobierno era reconocido como constitucional y legal, y que la victoria de Franco sería un peligro para los Estados Unidos, especial­mente en Sudamérica.

Nunca recibí comentario alguno del Departamento de Estado, al que constantemente, durante más de dos años, envié estas opi­niones. Ahora sabemos que la división que en él existía alcanzaba hasta las capas más altas.

Claude G. Bowers, publicó en 1954 Mi misión en España y Arzalia lo ha reeditado con motivo del 80 aniversario del final de la Guerra Civil española.