Se ha dicho que el 14 de abril de 1931, coincidiendo con la proclamación de la Segunda República, Ernest Hemingway estaba en Madrid. Pero Carlos Baker, su gran biógrafo, lo desmiente. Por aquellas fechas el escritor probablemente estuviera pescando en su refugio de Cayo Hueso, Florida, o cazando osos en Wyoming. Lo más probable es que el error, consolidado gracias a la laxitud de internet, tenga origen en algún comentario del propio interesado, autor de una gran obra literaria pero también del imponente mito de sí mismo que ha pasado a la posteridad.

Desde aquellos primeros Sanfermines de 1923, Hemingway había vuelto muchas veces a nuestro país. También habían sucedido muchas cosas en su vida. Pasó de ser uno de tantos norteamericanos que malvivían en París buscando la gloria artística a ser un escritor consagrado gracias al éxito de su primera novela, Fiesta (1926). Había sustituido a su primera esposa, Hadley – que había viajado embarazada a Pamplona para disfrutar aquellos primeros Sanfermines iniciáticos–, por Pauline Pfeiffer, con quien se casó en 1927. Lo hizo con grandes manifestaciones de pesar, con un inmenso sentimiento de culpa –y quizá por ello cedió a Hadley los derechos de su primera novela–, pero sin contemplaciones. En 1929 se publicó Adiós a las armas, adaptada al cine en 1932. El mito seguía creciendo.

Pasión por España

El 14 de abril de 1931 Hemingway no estaba en Madrid, pero hubiera podido estarlo. Amaba muchos lugares en el mundo, pero España parecía ser su país favorito. Gracias a sus triunfos literarios acababa de adquirir en Nueva York su primer yate. Lo llamó Pilar: por la patrona de España y porque era el apelativo secreto que había adoptado Pauline cuando comenzaron su relación furtiva. Por entonces estaba escribiendo una obra directamente inspirada en su pasión por España y los toros, Muerte en la tarde. Debido a sus frecuentes visitas seguía y conocía la realidad del país.

Hemingway celebró la proclamación de la República. Lamentó la quema de iglesias y los excesos anticlericales que siguieron al cambio de régimen, pero tenía grandes esperanzas en los ideales de progreso y democracia en que se inspiraba.

Vino a España en el verano de 1932, pocos meses antes de viajar a África para su primer safari. Y ya entonces advirtió que la caída de la monarquía no iba a ser ni mucho menos la panacea para los problemas del país. Celebró la secularización del Estado y los avances económicos sociales, pero reconoció que el nuevo régimen no estaba siendo eficaz a la hora de mejorar las condiciones de vida de los más necesitados, especialmente de los campesinos.

Lealtad republicana

Pese a todo, su posición fue inequívoca cuando estalló la Guerra Civil. Desde el comienzo se comprometió en la recaudación de fondos para el bando republicano. En marzo de 1937 hizo su primer viaje a la España en guerra como corresponsal de la North American Newspaper Alliance, para la que enviaría entre la primavera de 1937 y el verano de 1938 treinta despachos de calidad desigual que se publicarían fragmentariamente en los diarios de la Alianza.

Llegó a España a tiempo de presenciar la estrepitosa derrota de los italianos en Guadalajara, y comenzó a escribir con John Dos Passos el guión del documental de Joris Ivens Tierra de España, una iniciativa apoyada también por los escritores Archibald McLeish y Lillian Hellman con el objetivo de concienciar y recaudar fondos para la causa republicana. Hubo pases en Hollywood, donde Ernest, de vuelta de España, intimidaba a los invitados para que hicieran aportaciones. La película se vio hasta en la Casa Blanca.

En su correspondencia y en sus conversaciones, Hemingway insistía en que no tenía intención de tomar partido político por ningún bando y que no deseaba la intervención norteamericana en una guerra europea. Su preocupación era lo que la guerra de España significaba para la humanidad. Pero se empotró en las XI y XII Brigadas Internacionales hasta el punto de ser considerado un soldado más.

En el Madrid asediado por las tropas franquistas desde noviembre del 36, Hemingway brillaba con luz propia entre el grupo de corresponsales establecidos en el hoy desaparecido Hotel Florida de la Plaza del Callao. Poco después de su llegada apareció por allí una joven norteamericana enviada por la revista Collier's, a la que había conocido unos meses antes en Florida y por la que terminaría dejando a Pauline, Martha Gellhorn.

La ruptura con Dos Passos

Hemingway y Gellhorn sortearon las estrecheces que padecían los corresponsales hospedados en el Florida gracias a la generosidad de los banquetes celebrados en el también desaparecido Hotel Gaylord, cuartel general de los soviéticos desplazados a la capital. La actitud de Hemingway hacia la intervención de la URSS será uno de los aspectos más discutidos y controvertidos de su paso por España. Fue, de hecho, la causa de su ruptura con Dos Passos, que se alejó del comunismo tras la desaparición de su amigo y traductor, José Robles, y del anarquista Andreu Nin, ambos presumiblemente asesinados por agentes de Stalin. Un Hemingway implacable reprochó en varias ocasiones a su antiguo amigo que no era momento de remilgos y que la ayuda de la URSS era necesaria para la menguada República abandonada a su suerte por las democracias.

En sus dos últimos viajes a España, en marzo y septiembre de 1938, Hemingway ya estaba convencido de que la guerra estaba perdida. Había escrito una pequeño drama de combate, La quinta columna, y tras cruzar el Ebro con las tropas republicanas derrotadas en la batalla definitiva tenía material suficiente para su siguiente novela, Por quién doblan las campanas (1940). Un libro donde no esconde su inclinación republicana, pero que no cede a la tentación maniquea. Los leales representaban la causa de la dignidad del ser humano, pero el mal y la vileza estaba en todas partes. Cuando se publicó, la Segunda Guerra Mundial ya asolaba Europa. La guerra española contribuyó a reforzar el mito de hombre arrojado y aventurero de Hemingway. Tardaría más de una década en volver a su querida España.