Un beso del presidente de la Federación de fútbol a una jugadora retransmitdo por televisión a millones de personas no se percibe igual por todo el mundo. Hay quien lo ve como una situación de dominación y quien lo ve como una situación de euforia normal. Se abre el debate y se pone sobre la mesa el consentimiento. Lo usa en su defensa Luis Rubiales quien ha sido acusado de abuso de poder. 

Hace 2.000 años ese debate no existía. “Para los romanos no existe el consentimiento, el Consentimiento da igual. Depende de si tú tienes derecho a tener sexo con alguien o no, y si tienes derecho, lo que opine otra persona es irrelevante y eso se aplica a esclavos y se aplica a todos”, explica la historiadora Patricia González autora de Cunnus, sexo y poder en Roma (Despertaferro)

González vio el beso de Rubiales a Jenni Hermoso y lo tuvo claro. “En el caso de Rubiales se juntan dos cosas, por un lado que, por fin, estamos poniendo el centro en el consentimiento, que ha costado mucho, ya no se pone el foco en si ha habido violencia o no, sino en si la persona consiente o no”, explica González. En Roma ninguna mujer u hombre podía apelar al consentimiento porque, como explica en su libro, ese concepto no existía. 

“Por otra parte, es que estamos hasta el coñísimo de estas cosas. -continúa la investigadora-. Hay cosas que siempre se han silenciado, se han dado por normales. A la decimocuarta vez que te pasa empiezas a estar harta, hay cuestiones que no parecen tan terribles como para provocar un estallido, pero al ser la decimocuarta vez que te pasa, pues estallas. La de tocamientos no deseados que tienes que aguantar de señores varios que, justamente, lo hacen por poder. Porque al final no es que Rubiales tuviera un deseo sexual desenfrenado de frotarle la cebolleta y besar a la jugadora, es un acto de poder”.

El coño por delante

Portada de 'Cvnnvs, sexo y poder en Roma'.
Portada de 'Cunnus, sexo y poder en Roma'.

Que su libro se titule cunnus tiene toda la intención, un volumen ilustrado con una obra en la cubierta de Paula Bonet. “Siempre que hablamos de Roma lo hacemos de falos y hombres y nos pareció bastante político poner justo lo contrario y llamarle cunnus, que es algo que siempre está muy invisibilizado cuando hablamos de sexualidad romana, todo el tema de la sexualidad femenina, etc. Así que ahí se quedó cunnus”, asegura la escritora. 

González destaca que la sociedad romana era muy falocéntrica. "No todos los falos que aparecen son sexuales, pero sí son significativos. Por ejemplo, como el mal de ojo era algo que se consideraba femenino, los amuletos tienen forma de falo y, de hecho, uno de los mayores amuletos de Roma que se conservaba justo por las vestales, era un falo gigante. Los vemos por todas partes, el muro de Adriano está cuajado de grafitos de penes y Pompeya también, es como totalmente omnipresente, pero no hay casi representaciones de vulvas”.

Esas “cosas normalizadas” a las que se refiere González, en verdad, estaban a la vista, como el beso de Rubiales, pero había que verlas. Eso ha hecho ella con su mirada de género a la historia, ver lo que no se veía o no se quería ver. “En realidad hay muchas cosas que no estaban tan ocultas. O sea, están en las fuentes. Hay otras que sí, hay que rebuscar un poco más, pero si no buscamos, no vemos”. Pone como ejemplo que hasta el siglo XX “a nadie se le ocurriera que había prácticas homoeróticas en Grecia y en Roma, cuando tienes 200.000 vasos que lo reflejan. Pues parece raro, pero a nadie se le había ocurrido decir oye, estos señores no está uno ayudando al otro a no caerse al río”, relata.

La historia para González es una mirada, “no es una serie de hechos, como si los historiadores fuéramos contables que simplemente van registrando en una lista, sino que depende mucho de la mirada que pongas y de qué busques en las fuentes. Con cambiar un poco la mirada y con cambiar las preguntas, de repente, te sale mucha información que no estaba con perspectivas que no se habían tenido en cuenta. Eso es el gran mérito de la historia de género. Es justo eso, cambiar la perspectiva”.

La realidad del sexo en Roma es bastante terrible e incluye a niñas casadas que enviaban a casa del marido y encontramos niñas muertas de parto con 11 años

Patricia gonzález

Una perspectiva que empieza con que, por ejemplo, el sexo en Roma no es una cosa divertida, sino que es una situación de dominación constante. “El libro tiene la parte del morbillo del Kamasutra romano y los consoladores que es como la imagen que siempre tenemos del sexo en Roma, pero la realidad del sexo en Roma es bastante terrible e incluye a niñas casadas que enviaban a casa del marido y encontramos niñas muertas de parto con 11 años. La prostitución infantil no es tan graciosa y el libro, en realidad, tiene partes bastante duras”, explica. 

En la historia Roma, hasta hace poco, los niños no estaban. “Parece que los romanos salían de los árboles ya adultos y formados. Pues con las mujeres pasa un poco lo mismo, salvo los tres o cuatro grandes nombres que se usan siempre y que normalmente están muy deformados por la historiografía, parece que no están. Y sí están: están en las fuentes y están en la arqueología. Entonces hay que aprender a mirar de otra forma”.

Roma necesitaba, en todo momento, reafirmar sus jerarquías de poder

Pero la historiadora llama la atención para evitar las miradas actuales hacia el pasado, como explica en el libro e Roma no había bisexuales, porque tampoco había heterosexuales. “Tendemos a verlo desde nuestras etiquetas y es complicado a todos los niveles. Es decir, distinguir, por ejemplo, cuando te están hablando de alguien que, por ejemplo es una mujer, lesbiana o cuando se hablan de otro tipo de realidades. La normatividad era la situación de dominio en la relación. La norma básica era que el personaje socialmente superior tenía que ser activo, por lo cual estaba mal visto que las mujeres fueran pasivas, salvo si eran prostitutas, que ahí daba todo igual. Mujeres u hombres pasivos, hombres, ciudadanos pasivos, estaban mal visto, pero el resto a la buena de Dios. Es decir, que el ciudadano quisiera follarse a su esclavo, a su mujer, a la esclava, a una prostituta o a la cabra, pues era irrelevante mientras no se tirara a la mujer del vecino, que entonces entraba en otro tipo de cuestiones como es el adulterio”, asevera González.

“Cuando se critica a determinados la práctica homoerótica se critica la pasividad, no la práctica en sí. Por eso se critica a Julio César por sus relaciones con el rey de Bitinia, porque son relaciones en las que él es pasivo y eso feminiza. No hay nada que sea peor para un romano que ser una romana. Roma necesitaba, en todo momento, reafirmar sus jerarquías de poder, porque siempre estaban un poco en el aire, entonces saltárselas era un escándalo gigante. Las consecuencias del escándalo van a depender más de qué posición política tuvieran, es decir, a César no le pasó nada por tener relaciones pasivas, por ejemplo”.