Una de las tramas de la segunda temporada de The Gilded Age, o La edad dorada, la exitosa serie de HBO sobre el florecimiento de Nueva York en las últimas décadas del siglo XIX, gira en torno a la construcción e inauguración del puente de Brooklyn. El magnate de ficción George Russell participa en el consorcio encargado de la construcción del mayor puente colgante construido hasta la fecha. Una maravilla del progreso humano concebida para unir Manhattan con Brooklyn, todavía –hasta 1898– una ciudad independiente. Larry, el hijo de George, recibe el encargo de velar por la buena marcha de la empresa en su última etapa. Cuando acude a las oficinas donde trabajan los técnicos le extraña que el ingeniero jefe, Washington Roebling, esté siempre ausente. Le dicen que está en la obra, pero las excusas no le convencen. No tarda en percatarse de que quien sí está allí casi siempre, supervisando directamente el trabajo de los ingenieros, es una mujer, y que se trata precisamente de su esposa, Emily Warren Roebling. 

En el capítulo de La edad dorada emitido este lunes, el séptimo de la segunda temporada, se narra la fastuosa inauguración del puente, con toda la ciudad volcada en el acontecimiento. En una de las casas patricias de la ciudad tiene lugar una recepción a la que acude el presidente de Estados Unidos, Chester Arthur, y las fuerzas vivas de la ciudad. Ante la distinguida concurrencia, Russell hijo no duda en pedir un brindis por Emily y revelar el secreto de su participación en el proyecto.

Descendiente del Mayflower

Es marca de la casa: Julian Fellowes, creador de La edad dorada y antes de Downton Abbey –de la que hereda casi miméticamente el tono entrañable y la descripción un tanto ingenua e idealizada de las cordiales relaciones entre los de arriba y los de abajo, los criados y los señores–, suele valerse hábilmente de los acontecimientos reales para entretejerlos en sus ficciones. En este caso, la historia de Emily Warren Roebling aparece de manera bastante fidedigna. El homenaje sintoniza con la tendencia reciente y al alza de visibilizar a aquellas mujeres relevantes que a lo largo de la historia han quedado obliteradas.

Nacida en 1843 en Cold Spring, en el norte del estado de Nueva York, Emily fue la penúltima de doce hermanos. Su familia presumía de proceder directamente de los pioneros que llegaron a Norteamérica a bordo del Mayflower. A pesar de que intentaron disuadirla de estudiar, su padre, congresista estatal, consintió –y financió– que cursara ciencias en el Colegio de la Visitación de Washington, el más antiguo y prestigioso de las antiguas Trece Colonias. 

El hermano de Emily, Gouverneur K. Warren, sirvió en el ejército de la Unión durante la Guerra Civil. Participó incluso en la batalla de Gettysburg. En 1864, cuando el conflicto se acercaba a su fin, recibió la visita de su hermana en el campamento del Quinto Cuerpo del Ejército, del que era comandante. Allí, Emily simpatizó con un joven oficial llamado Washington Roebling, hijo de un prominente ingeniero de origen alemán, John Augustus Roebling, ya entonces conocido por sus puentes colgantes.

"Ella es… una excelente conversadora, algo que está muy bien, sobre todo teniendo en cuenta lo tonto que soy yo”, bromeaba Washington en una carta remitida a su propia hermana en 1865. Tras varios meses de relación epistolar, Washington y Emily se casaron ese mismo año.

La tragedia de los Roebling

Entre 1867 y 1868, en una suerte de luna de miel pospuesta, Washington y Emily recorrieron Europa. Aunque no fue un viaje enteramente de placer. John Augustus pidió a su hijo que estudiara las últimas técnicas de construcción de cimientos bajo el agua mediante cajones sellados y presurizados. Durante aquel viaje, Emily dio a luz a su único hijo, John Roebling II, en Mühlhausen, Alemania, la ciudad que curiosamente había visto nacer a su suegro.

Recién inaugurada su última obra, el puente colgante de Cincinnati, entonces el de mayor luz del mundo, John Augustus Roebling acababa de recibir el encargo más ambicioso de su carrera: la construcción de una nueva estructura que salvara el East River entre Brooklyn y Manhattan. Sería el puente colgante más largo construido hasta la fecha y el primero que pendiera de cables de acero.

Pero en junio de 1869, mientras realizaba los estudios preparatorios, John Augustus sufrió un accidente. Un ferry le incrustó el pie contra un pilote del muelle. Pese a la amputación de varios dedos, contrajo el tétanos y murió un mes después. Su hijo Washington, que entonces tenía 32 años, se convirtió en el ingeniero jefe del proyecto. 

Pero la mala suerte no había terminado para los Roebling. Los trabajos en los cajones de cimentación sometidos a la presión del agua en las profundidades del East River resultaban muy peligrosos. Sin ser conscientes del riesgo, tanto Washington como sus operarios comenzaron a manifestar síndrome de descompresión. Aquello dejó al ingeniero en estado de semi invalidez. No solo se movía con dificultad, sino que no podía soportar las luces ni los sonidos fuertes. Apenas era capaz de salir de casa. 

Ingeniera en la sombra

Obligado a ver las obras del puente desde la ventana de su residencia en Brooklyn Heights, correspondió a su esposa Emily no solo cuidar de él sino tomar las riendas del proyecto. Aquella "excelente conversadora" tenía también una excelente cabeza para los números. Desde recién casados, Emily se había interesado por la ingeniería, y ahora tendría la oportunidad de demostrar lo mucho que había aprendido. De cara al exterior, a fin de proteger el puesto y la reputación de su marido, Emily quiso que su labor quedara reducida a la de simple correo entre él y sus ingenieros. Pero para los que observaban su trabajo de cerca quedaba claro que era mucho más que eso. Emily dedicó muchas horas a estudiar sobre cables, tensiones, cálculo y resistencia de materiales para poder realizar su labor con todas las garantías. Llevaba los libros, la administración y la representación. Visitaba las obras todos los días y asistía a las reuniones del consejo de administración. En definitiva, dirigía el proyecto.

Emily intentó mantener su labor en secreto mientras duraron los trabajos, temerosa de que su marido pudiera perder el contrato del puente si salía a la luz que era su mujer quien lo estaba dirigiendo. Pero de puertas adentro defendió con decisión su criterio y el trabajo conjunto realizado con Washington. 

Cuando la obra quedó inaugurada el 24 de mayo de 1883, el liderazgo de Emily era un secreto a voces. Aquel día viajó en el primer vehículo que cruzó el puente acompañada del presidente Arthur y portando un gallo como símbolo de la victoria. 

Una mujer pionera

Es probable que el emotivo discurso de Larry Russell en La edad dorada esté inspirado por el que pronunció en la inauguración el congresista demócrata Abram Hewitt. Filántropo, fundador de la Cooper Union, padre del metro de Nueva York y rival empresarial de los Roebling, Hewitt homenajeó expresamente a Emily en día tan señalado. Según sus palabras, el puente era el “monumento imperecedero a la abnegada devoción de una mujer y a su capacidad intelectual”, fruto de una educación superior de la que “se ha privado a las mujeres durante demasiado tiempo".

Consagrada durante los siguientes años a su familia –un marido enfermo y un hijo que padecía del corazón–, Emily se trasladó a Trenton, Nueva Jersey, donde los Roebling poseían una fábrica de cables metálicos. Desempeñó una activa vida social a ambas orillas del Hudson, muy comprometida con los incipientes clubes femeninos y la lucha por los derechos de la mujer. Después de viajar en solitario a Europa en 1896, donde fue recibida por la reina Victoria y asistió a la coronación del zar Nicolás II en San Petersburgo, viajó por Estados Unidos dando conferencias. En 1899, a los 56 años, se licenció en el Curso de Derecho Femenino por la Universidad de Nueva York. En su ensayo de graduación, leído públicamente en la ceremonia, Emily abogó por el sufragio femenino y criticó que las mujeres casadas carecieran de derecho de propiedad.

En febrero de 1903, casi veinte años después de la inauguración del puente que contribuyó a construir y que todavía hoy es uno de los símbolos Nueva York, Emily Warren Roebling murió de cáncer de estómago. En 2018, la ciudad rebautizó una calle de Brooklyn en su honor.