El 13 de junio de 1525, un monje agustino excomulgado y una monja cisterciense fugitiva se daban el sí, quiero en Wittenberg. Quinientos años después, el matrimonio entre Martín Lutero y Catalina von Bora sigue siendo mucho más que una anécdota: fue un gesto fundacional para el protestantismo, una redefinición del papel de las mujeres en aquella comunidad religiosa y, quizá sin pretenderlo, una revolución doméstica.
Catalina von Bora había nacido en 1499 en el seno de una familia de la baja nobleza sajona. Enviada de niña a un convento, profesó como monja cisterciense en el monasterio de Nimbschen. Pero en 1523, cuando ya corrían por Alemania los vientos de la Reforma, huyó junto a otras once religiosas en un carro de barriles de pescado del comerciante Leonard Koppe, que las condujo hasta Wittenberg.
Para entonces, Lutero ya era toda una figura pública. El 31 de octubre de 1517 había remitido una carta al arzobispo elector Alberto de Brandeburgo acompañada de sus 95 tesis, un documento en el que cuestionaba la práctica de la venta de indulgencias por parte de la Iglesia católica. Según la tradición, ese mismo día o poco después, Lutero clavó estas tesis en la puerta de la Iglesia de Todos los Santos en Wittenberg, lo que marcó el inicio de la Reforma protestante. Este sencillo acto corrió como la pólvora por toda Europa gracias a la imprenta y desencadenó un amplio debate teológico y social que provocó guerras de religión, transformó profundamente la historia del continente y la propia estructura de la Iglesia. En 1521 la dieta de Worms presidida por Carlos V le excomulgó.
Una unión revolucionaria
Dos años después de su proscripción, Lutero se hizo cargo de aquellas exmonjas llegadas a Wittenberg en el carro del pescado. Les buscó protección, cuando no esposo. En el caso de Catalina, vivió y trabajó en casa del pintor Lucas Cranach, que tuvo ocasión de retratarla, y rechazó alguna propuesta de matrimonio, como la del profesor Caspar Glatz, hasta que, según algunas crónicas, fue ella misma quien le propuso matrimonio a Lutero. Este, que hasta entonces había defendido el casamiento como una opción lícita pero no necesaria para los clérigos reformados, accedió. Tenía 41 años; ella, 26. Su unión fue revolucionaria: simbolizaron el abandono del celibato clerical y la defensa del matrimonio como estado válido para los religiosos reformados.
La boda se celebró el 13 de junio. Dos semanas después, el 27, hubo ceremonia pública con banquete y celebración comunitaria. El enlace fue oficiado por Johannes Bugenhagen, uno de los teólogos más cercanos a Lutero, y contó con testigos como el reformador Justus Jonas y Lucas Cranach. El gesto tuvo consecuencias: escandalizó a los católicos, incomodó a algunos reformistas y dio forma a un nuevo modelo de vida pastoral. El matrimonio pasaba a ser una opción válida para desarrollar una vocación en igualdad de condiciones con el celibato.
El hogar austero y autosuficiente de Martín y Catalina
Pero lo más transformador vino después. Catalina no fue una esposa sumisa y pasiva. Se erigió en administradora de la casa común, un antiguo monasterio agustino en Wittenberg cedido por el elector Juan Federico I, y gestionó con eficacia sus recursos: cultivos, ganado, cervecería, hospedaje para estudiantes y hospicio para pobres y enfermos. Tuvieron seis hijos, crió a varios huérfanos y mantuvo la estabilidad del hogar cuando Lutero viajaba o estaba enfermo. Él la llamaba "mi señor Käthe" o "la estrella de la mañana de Wittenberg", con una mezcla de ternura e ironía que evidencia su dependencia y respeto hacia ella.
Esa casa que era también granja, hospicio y seminario, devino en arquetipo del nuevo hogar protestante: austero, autosuficiente y abierto a la comunidad. Allí se ensayó una nueva forma de entender la piedad, la autoridad y la unión familiar. Sin escribir tratados ni predicar, Catalina von Bora encarnó un nuevo modelo femenino, activo y pragmático, alejado del virginal ideal mariano, del encierro conventual de las monjas y de la abnegación sumisa de la esposa católica. La vida matrimonial de Lutero y Catalina quedó acuñada como un modelo para las comunidades protestantes, donde el trabajo doméstico y la convivencia familiar adquirieron nuevos valores espirituales y sociales.
Una boda para siempre
Cuando Lutero murió en 1546, Catalina tuvo que enfrentarse a un legado incierto. Fue designada por su esposo heredera universal y tutora de sus hijos, algo excepcional en aquella época –se exigía la elección de un tutor para las viudas–. El testamento fue impugnado, mientras que la guerra de Esmalcalda de Carlos V contra la liga de estados luteranos la obligó a huir varias veces al tiempo que sus propiedades eran saqueadas. En 1555, la Paz de Augsburgo, consolidó el derecho de los príncipes alemanes a elegir la religión de sus territorios, consolidando la convivencia de catolicismo y luteranismo en el Sacro Imperio Romano Germánico. Desgraciadamente, Catalina no vivió para verlo. En 1552, mientras escapaba de la peste que asolaba Wittenberg, resultó gravemente herida cuando su carro volcó. Tras una larga agonía, falleció el 20 de diciembre de 1552.
Hoy, cinco siglos después de aquella boda singular entre el prócer del libre examen y una monja arrepentida, la figura de Catalina se sigue recordando y reivindicando como coadyuvante del cambio social que propició la revolucionaria Reforma emprendida por su marido. Todavía hoy, Wittenberg acoge por estas fechas una celebración anual coincidiendo con el aniversario de bodas de Martín y Catalina.
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