En julio de 1975, mientras la Guerra Fría seguía marcando la política internacional, Estados Unidos y la Unión Soviética firmaron una efímera pero histórica tregua en la órbita terrestre. Las naves Apollo y Soyuz, símbolos enfrentados de dos potencias espaciales, se acoplaron a más de 200 kilómetros de altura en la primera misión espacial conjunta de la historia. A bordo de cada cápsula viajaban astronautas entrenados no solo para operar maquinaria de precisión, sino también para interpretar manuales traducidos, compartir protocolos médicos y, sobre todo, mirarse sin desconfianza.

La misión Apollo-Soyuz Test Project (ASTP), lanzada el 15 de julio de 1975, fue la culminación de un proceso de acercamiento que tomó forma durante el deshielo de las relaciones bilaterales de ambas superpotencias en la era de la distensión. Hoy, medio siglo después, aquel apretón de manos en el espacio conserva una vigencia inesperada. No por la tecnología, hoy obsoleta, sino por la imagen de cooperación en un mundo que hoy vuelve a estar fragmentado en bloques.

De la rivalidad a la cooperación

Durante dos décadas, la relación espacial entre Washington y Moscú estuvo marcada por la competencia. El lanzamiento del Sputnik en 1957 y la llegada de Yuri Gagarin al espacio en 1961 obligaron a Estados Unidos a acelerar su programa tripulado. En respuesta, John F. Kennedy anunció en 1961 el ambicioso objetivo de llevar un hombre a la Luna. Con el Apollo 11, en 1969, la NASA logró ese objetivo, marcando un punto de inflexión simbólico.

Pero tras ese "éxito nacional", como lo llamaba la propia Administración Nixon, la NASA quedó ante un vacío estratégico. Thomas Paine, entonces administrador de la agencia, planteó la incómoda pregunta: ¿y ahora qué? En los meses siguientes, propuso cambiar el paradigma de la carrera por uno de cooperación. Según recordó más tarde, la conquista del espacio requería "una nueva asociación de naciones", y la más lógica era con la URSS.

Una carta, una película de Hollywood y un tratado

La historia oficial del proyecto, recogida en el volumen The Partnership, sitúa el primer gesto concreto en abril de 1969, cuando Paine escribió a Anatoli Blagonravov, presidente de la Comisión de Exploración Espacial de la Academia de Ciencias soviética. Le invitaba a participar en investigaciones conjuntas. La respuesta fue fría, pero no abiertamente hostil.

Paradójicamente, fue una película la que catalizó el cambio. Atrapados en el espacio (1969), protagonizada por Gregory Peck y Gene Hackman, imaginaba un rescate de astronautas estadounidenses por una cápsula soviética. El argumento impresionó a varios altos cargos del programa espacial ruso y alimentó la idea de establecer sistemas de acoplamiento compatibles para futuras emergencias reales. La ficción abrió paso al acuerdo.

En 1972, en plena era de la distensión impulsada por Nixon y Brézhnev, ambos países firmaron el Acuerdo sobre Cooperación en el Espacio Exterior para la Exploración y Utilización del Espacio Ultraterrestre con Fines Pacíficos. Aunque el lenguaje era vago, sentó las bases para una colaboración concreta: un vuelo conjunto que demostrara la posibilidad de acoplar dos naves de diseño independiente en el espacio.

Ajustando estándares

La idea era sencilla pero técnicamente compleja. El módulo Apollo usaba una escotilla frontal, la Soyuz una lateral. Las atmósferas internas también diferían: oxígeno puro a baja presión en el caso estadounidense; aire similar al terrestre en el soviético. Y cada programa tenía su propia filosofía de redundancia, control de vuelo y diseño de misión.

Ilustración del acoplamiento de las cápsulas soviética y norteamericana. | Davis Meltzer / NASA

Durante más de tres años, equipos de ingenieros, traductores y médicos cruzaron el Atlántico y el Telón de Acero para resolver diferencias conceptuales que no eran solo técnicas. Como explica el histórico flight director Glynn Lunney, "la comunicación fue un problema mayor que la tecnología", y no tanto por el idioma, sino por los enfoques radicalmente distintos.

La pieza clave de la misión fue el módulo intermedio, diseñado por los ingenieros del Johnson Space Center, que permitiera acoplar ambos vehículos y servir como cámara de descompresión para igualar presiones. Se bautizó simplemente como Docking Module y fue desarrollado con minuciosidad casi diplomática.

Mientras los ingenieros discutían tolerancias de alineación, otros equipos acordaban hasta la forma de saludarse a bordo, la transmisión de datos científicos o las normas para gestionar una emergencia médica compartida. Fue un ensayo general de colaboración interestatal en tiempo real.

El acoplamiento: "Glad to see you"

El 15 de julio de 1975, el cohete Saturn IB despegó desde Cabo Cañaveral con la cápsula Apollo y tres veteranos a bordo: Thomas Stafford (comandante), Vance Brand (piloto de módulo de mando) y Donald Slayton, uno de los originales "Mercury Seven" –los siete primeros astronautas, presentados en 1959 como simbólicos héroes de la carrera espacial–, que finalmente volaba tras años de restricciones médicas por sus problemas cardíacos. Siete horas antes, desde Baikonur, había despegado la Soyuz 19 con Alexei Leonov y Valeri Kubasov.

Lanzamiento de la Apollo el 15 de julio de 1975 desde Cabo Cañaveral. | NASA

Dos días después, el 17 de julio, las naves se encontraron en órbita y completaron el acoplamiento. La escotilla se abrió entre sonrisas, cámaras y una frase ya clásica: "Glad to see you", dijo Stafford. "Very glad to see you", respondió Leonov. Se intercambiaron banderas, regalos y conversaciones cuidadosamente ensayadas. Pero también hubo momentos improvisados: un dibujo conjunto, comidas compartidas, bromas sobre el menú espacial.

Durante dos días, ambos equipos llevaron a cabo experimentos científicos en campos como la meteorología, observación terrestre y estudios de microgravedad. También realizaron ejercicios de evacuación y transferencia entre cápsulas. El éxito técnico fue total.

Después del vuelo

El 19 de julio, Apollo se desacopló y realizó una serie de maniobras en solitario antes de su reentrada en la atmósfera terrestre el 24 de julio. La cápsula cayó en el Pacífico sin problemas, aunque los astronautas sufrieron una leve intoxicación por gases en el módulo de mando. La Soyuz, por su parte, regresó a tierra firme el 21 de julio.

La cobertura internacional del evento fue abrumadora. Más de mil periodistas acreditados, portadas en medios de todo el mundo y una sensación, breve pero real, de que algo podía cambiar. Como resumió un observador de la época, "el primer vuelo conjunto fue, ante todo, un gesto político con forma de experimento científico".

Donald K. Slayton y Alekséi Leónov durante la convivencia de ambas tripulaciones en el espacio. | NASA

Pese a que la cooperación no continuó con la intensidad esperada, y quedó limitada durante los años de Reagan, la guerra de las galaxias y el resurgir de la Guerra Fría, el proyecto Apollo-Soyuz sentó precedentes valiosos. Técnicamente, demostró la viabilidad de sistemas de acoplamiento internacionales. Políticamente, inauguró un lenguaje común que más tarde facilitaría colaboraciones en la estación MIR y, finalmente, en la Estación Espacial Internacional.

En palabras de Christopher Kraft, entonces director del centro Johnson, "fue un paso útil para aprender a trabajar juntos en otros campos". Apenas doscientas personas trabajaron directamente en contacto con sus contrapartes extranjeras, pero millones vieron el apretón de manos en directo, y entendieron que el espacio podía ser algo más que un tablero de ajedrez.

Hoy, cuando las tensiones entre grandes potencias regresan con fuerza y se habla de nuevas carreras espaciales, esta vez también con China, aquel vuelo conjunto entre dos naciones rivales sigue siendo una postal incómoda y luminosa: un recordatorio de que, incluso en tiempos de confrontación, mirar hacia arriba puede ser una forma de mirarse a los ojos.