La escritora Susana Fortes (Pontevedra, 1959) asegura que no le gusta idealizar la infancia, pero está claro que la suya no deja que corretear por su memoria y alimentar las líneas de su libros, tan pronto le da la ocasión. Le pasó en Pontevedra. Tal cómo éramos y se aprecia en su última novela Nada que perder (Planeta) rica en detalles de los años 70 y 80.

“No he escrito tanto de Galicia”, asegura, como defendiéndose. Pero reconoce estos dos libros “han sido una vuelta a mi territorio, que es la infancia. Hay mucha infancia en este libro porque hay dos momentos narrativos, uno está en el 79 y otros en el año 2004 y en el 79 está esa infancia de bicicleta, pan con chocolate, caña de pescar, río. Eso es muy de película de Spielberg, de libro de Los Cinco.. Están todos esos elementos”, explica la autora.

Nada que perder, es una historia que empieza un día de fiesta y acaba mal. Es en agosto de 1979, un pueblo de la costa de Galicia, desaparecen tres niños la niña, dos niños, su hermanos y una niña. La niña es encontrada a la mañana siguiente, pero los niños no. Veinticinco años después, Blanca trabaja y vive en Copenhague para una agencia literaria. Una tarde recibe una llamada de un periodista que le cuenta que han aparecido unos restos óseos de unos niños en un yacimiento arqueológico en Santa Tecla”, resume Fortes.

A esta historia llega Fortes desde la memoria de su propia infancia, cuando su abuela contaba a sus nietos historias. "En Galicia que hay mucha tradición oral con muchos cuentos y la tradición oral es una forma de prevenir a los niños para que tengan cuidado. Mi abuela nos contaba esas historias, yo la veo sentada en el porche contándonos cuentos y nosotros embobados”, confiesa.

La infancia está muy presente en el libro de Fortes y, aunque reconoce que la añora, no ha querido idealizarla. “La infancia es un territorio muy ambiguo. Por una parte siempre está idealizada y no la he querido idealizar demasiado porque los niños son seres inteligentes y con criterio que conocen la soledad y los monstruos. Ahora y antes. Yo añoro mi infancia de caballos salvajes, de veranos comanches y de bicicletas. Creo que en las grandes ciudades ha desaparecido, pero en los pueblos todavía se encuentra ese ingrediente de la infancia. Porque es que la infancia es curiosidad, vencer los miedos, traspasar los límites, es crecer”, afirma.

No considera que se pueda decir que era mejor la infancia de antes que la de ahora. “Esos ingredientes siguen estando, aunque evidentemente muchas cosas han cambiado. Lo que pasa es que se acaba antes. La infancia dura menos”, añade.

Pensamos que la memoria es como un acta notarial y no, nuestra manera de recordar es muy subjetiva

Susana fortes

Fortes y sus hermanos pasaban los veranos con su abuela. “Era como una infancia de Tom Sawyer, de subir a los árboles y yo tengo añoranza, pero sin idealizar. Yo tengo muy claro que en las infancias hay sombras y peligros. Los pueblos, la familia, los universos pequeños, -universos porque en ellos está todo y pequeños porque están cerrados- son donde pasan cosas. Ahí siempre se trajina los dramas, las tragedias, también las alegrías y tal, pero ahí, digamos que está todo mucho más condensado”, asegura.

Este es el caldo de cultivo para una novela como Nada que perder que tiene mucho de nostalgia. “La novela es muy ochentera en ese sentido. No sólo en los iconos aparecen las referencias Flashdance, que aunque no es una gran película es muy icónica de esa época. Y el narcotráfico en Galicia fue bestial en esos años. Además, también está la Guerra Civil. Esta es una novela en la frontera con Portugal y en las fronteras siempre pasan cosas. Aparece el colegio de los jesuitas, que fue el germen de la Universidad de Deusto y de Comillas, que fue campo de concentración durante la Guerra Civil. Todos estos ingredientes forman un magma muy rico que me daba mucho juego literario a mí”, explica.

El otro elemento definitivo para construir esta novela es nuestra memoria selectiva. “Pensamos que la memoria es como un acta notarial y no, nuestra manera de recordar es muy subjetiva. Es decir, recordar algo no es sinónimo de que eso sea verdad”.

La protagonista de la historia, superviviente de una misteriosa desaparición durante su infancia que le costó la vida a sus amigos, vuelve a Galicia de la mano de un periodista de El Faro de Vigo para buscar la verdad y es cuando tiene que enfrentarse a “las trampas de la memoria que es cómo, a veces, recordamos las cosas. Unas cosas sí y otras no. Y las que recordamos están diluidas”.