Charo Lagares (Sevilla, 1993) se dio cuenta de que muchas madres creen que los cuerpos de sus hijas, al haber salido del suyo, son una extensión de sí mismas. Opinan, critican y miran cada movimiento de las pequeñas dispuestas a señalar aquello que no les gusta. Precisamente tras escuchar a una madre reprenderle a su hija delante de un grupo de gente y recordarle que no debía comer porque estaba a dieta y tenía que adelgazar, le surgió la idea de escribir su primer libro.

La periodista aborda en Sevillana (Lumen) la historia de tres generaciones diferentes de mujeres de una misma familia. Cada una se encuentra en una etapa vital diferente, pero comparten miedos, manías y obsesiones. Como ese complejo de chocar los muslos mientras anda que tiene la protagonista del libro, Alejandra Díez, y con el que se siente un poco identificada Charo Lagares.

Una está a punto de casarse, otra se acaba de quedar viuda. La pequeña dejó su Sevilla natal y se fue a Madrid a trabajar. La escritora reflexiona en una entrevista con El Independiente sobre las relaciones románticas contemporáneas, por qué nos criticamos tanto entre las madres y las hijas, y la superioridad moral que tienen algunos cuando salen de su pueblo para vivir a Madrid.

Pregunta.- Eres sevillana, y si no me equivoco, al igual que la protagonista, Alejandra, viniste a trabajar a Madrid. ¿Cuánto de Charo Lagares hay en la novela?

Respuesta.- Los escenarios del libro son los sitios en los que vivo. Luego comparto algunas obsesiones con las protagonistas, como el de la comida y el cómo crees que te ven cuando andas por la calle. Alejandra tiene un complejo con el roce de sus muslos mientras anda que a mí también me pasa. Pero nada de lo que sucede en el libro me ha pasado a mí, aunque me podría haber pasado.

P.- Una de las cosas que le echa en cara la abuela a su nieta es lo que cambia a uno Madrid. Venimos aquí, se nos pone todo patas arriba y volvemos y nadie nos reconoce. ¿Cambia tanto Madrid?

"Cuando llegas a Madrid te das cuenta de lo pequeña que era la ciudad en la que vivías y de repente crees que sabes más que la gente que se ha quedado"

R.- Yo creo que sí. Te das cuenta de lo pequeña que era la ciudad en la que vivías y de repente crees que sabes más que la gente que se ha quedado. Madrid es posibilidad, todo lo que puedes llegar a ser, a conocer o a hacer. Sales de Sevilla o de Valladolid y piensas "joe, toda esta gente pringada que se queda ahí, que no sabe lo que es el mundo". Llegas a Madrid y te encuentras con la forma de vestir, con una avalancha de sitios y de acentos, y piensas que lo otro es súper aburrido, que son unos borregos. Te crees el rey del mambo. Pero con el tiempo te das cuenta de que no todo es eso, y que tus hijos puedan jugar en la calle también es una forma de vida y muy alegre, y eso a lo mejor en Madrid no se puede hacer.

P.- Este libro narra la historia de tres generaciones de mujeres. El momento vital en el que está cada una y la relación que mantienen entre ellas. Una está a punto de casarse, otra se acaba de quedar viuda. ¿Qué les une a las tres?

R.- No quiero que suene mal, pero el ambiente de Sevilla y la vigilancia que se tiene del otro. Se ve perfectamente en el libro cómo ellas están todo el rato pendientes de lo que puedan pensar o decir sobre ellas. Aunque cuando tienes 80 años como Sandra (la abuela), ya te has desprendido de lo que piensen de ti. Es lo que ocurre en los sitios pequeños. En Madrid puedes disolverte y tienes una libertad que en otros sitios no tienes. La relación con los hombres también les une. Sus parejas son hombres de toda la vida de su círculo. Es una asfixia, porque el mundo que les rodea es muy pequeño.

P.- Una de las cosas que se puede ver a lo largo de la novela es la manía de las madres de criticar continuamente a sus hijas. Que si la ropa, que si ha engordado. ¿Por qué somos tan críticas entre nosotras?

R.- Entre nosotras como mujeres nos vemos como iguales y nos comparamos. En el caso de las madres, de alguna forma como ellas te han criado y te han llevado dentro, creen que eres una extensión de ellas. Todo lo que no se parezca a ellas puede ser una desilusión, si no es la más inteligente, si no es tan mona o tan buena como tú creías que iba a ser. Depositan tantas expectativas en una hija que cuando no se parece a lo que querrían que fuera, es muy doloroso porque creen que están viendo cómo se desvía, y ellas siempre intentan pastorear. Se puede parecer a ti, pero no es tú.

P.- Y no solo la presión de las madres hacia las hijas, las hijas a veces somos muy críticas con nuestras madres también. Llega un punto que el mínimo movimiento de tu madre te pone nerviosa.

R.- A veces idealizamos a nuestras madres e intentamos que se parezcan a lo que a nosotras nos gustaría que fuera una madre. No tienes derecho a transformar a tu padre o a tu madre porque ellos son como son. Tenemos que renunciar a nuestro ego y ser conscientes de que no podemos estar moldeando a la gente porque nos de la gana.

P.- Pero una madre siempre seguirá siendo nuestra madre y a veces son capaces de ver lo que nosotras no vemos. Como en el libro, que la madre de Alejandra nota antes que ella esa falta de brillo en sus ojos y que Alejandra o no ve o no quiere reconocer.

"Dicen que ahora hay menos gente que se casa, pero te metes un sábado en Instagram y está todo el mundo de boda"

R.- Al final es inevitable, te llevan observando desde que naciste. Las madres tienen experiencia y la sabiduría del diablo, que es más por viejo que por diablo. Ojalá les hubiera hecho caso a los míos cuando me dijeron que no estudiara Periodismo e hiciera Derecho. Saben algo más que nosotros y por eso tendríamos que escucharlos y respetarlos, aunque luego tú lo analices a tu manera. Las cosas te las suelen decir por algo, no es por fastidiar.

P.- La abuela se pregunta constantemente por qué Alejandra está empeñada en casarse. ¿Realmente lo estamos?

R.- No sé decirte porque por una parte dicen que ahora hay menos gente que se casa, pero te metes un sábado en Instagram y está todo el mundo de boda. Parece que una relación tuviera objetivos. El primer año te vas de viaje a Roma o a Cuenca, el segundo te vas más lejos y ya el tercero te casas. En el caso de Alejandra, ella está metida en el proceso de boda y aunque se enfrenta a un momento de vergüenza y decepción sabiendo que todo el mundo va a hablar sobre ella, decide no pasar por ahí y hacerle frente a esa presión y las represalias que cree que le pueden caer encima.

"Cuando voy al supermercado o camino por la calle tengo la sensación de que hay gente que está muy sola"

P.- A Alejandra le pasa lo que a muchas jóvenes: cuando la relación se consolida, el hastío acecha y hasta el más mínimo movimiento de tu pareja te pone nerviosa. ¿Crees que ahora a la primera de cambio tiramos la toalla o es que tenemos valor para decir que no?

R.- El amor es complicado de entender. No es solamente sentimiento, también es una decisión querer estar ahí y pasar tiempo con una persona. Lo tienes que recordar porque luego todos esos detalles como que tiene los dientes o las uñas sucias pueden empezar a comerte espacio en la cabeza y pensar que esa persona te da asco. El amor y el cariño hay que ejercitarlo. Cuando te entren ganas de gritarle a esa persona tienes que pensar que la quieres y que no quieres que se sienta mal. No puedes ser una niña chica con berrinches, son ciclos. Hay que cuidarlo y buscar amar al otro.

P.- "Te quedas viuda, tus amigas se van muriendo, tus hijos en Madrid o donde sea, y tú qué vas a hacer si no tienes nada que hacer", es una de las cosas que dice la abuela en el libro. ¿Vivimos tan ajetreados en nuestros día a día que se nos olvida la soledad de nuestros mayores?

R.- Sí, y me da mucha pena. De repente ves en Madrid un grupo de señoras mayores que quedan a merendar, pero a veces tengo la sensación de que cuando voy al supermercado o camino por la calle hay gente que está muy sola. Cuando voy a la farmacia y la señora le cuenta toda su vida a la farmacéutica se me cae el alma a los pies. Igual estoy asumiendo cosas, pero me da la sensación de que le cuenta su vida porque se siente sola.