De sobra sabemos que en todas las familias cuecen habas. Que se van guardando en los cajones de la cómoda, por comodidad, las situaciones difíciles, escabrosas, las tiranteces, las desavenencias, los abandonos e, incluso, los secretos. En Nunca he estado en Dublín, desde un punto de vista cómico, disparatado, casi absurdo, Markos Goikolea plantea acciones llevadas al límite de las relaciones familiares, donde los problemas que se plantean son la incomunicación, la falta de madurez, la ludopatía, quedarse sin trabajo, el alejamiento, la homosexualidad, la necesidad de cariño y comprensión.
Quizás demasiadas cosas para una sola trama, pero llevadas con humor, con cierto aire infantil. La directora, Mireia Gabilondo cuida todos los detalles cotidianos y los enjabona para limpiarlos de susceptibilidades, y crea una gran espuma que suaviza el drama y la tensión interna de cada personaje.
Personajes interpretados por Eva Hache, Carolina Rubio, Iñigo Aranburu e Iñigo Azpitarte, que sacan sus dotes cómicas sin ambages, se ganan al público y hacen que les cojamos cariño cual si de nuestra propia familia se tratara. El público ríe con ganas, porque la comedia está servida con ritmo, y aunque los problemas acuciantes que hemos nombrado antes parecen tomarse con ligereza, ahí están, y no dejan de rememorarnos hechos reales que podemos conocer.
Hilaridad como contrapunto
Quién no ha sabido de alguien próximo en la tesitura de una deuda y a punto del embargo y sin aval que lo ampare. A lo que se ha llegado por una desgraciada ludopatía que hace que se deban regular las apuestas y los juegos de azar. O el hecho de crear un personaje imaginario, como quien se inventa una enfermedad, simplemente para que le hagan caso, para no sentirse solos, para tener una ilusión en la vida. O quién no conoce a un amigo o amiga que se aferra a su relación de pareja negando las evidencias, engañándose a sí mismos hasta que encuentre a alguien que le haga ver las cosas de distinta manera. O cuando, con cierta edad ya provecta en la que se piensa más en la jubilación te quedas en paro, pero aún no tienes el colchón que te permita llegar con solvencia a ese retiro ganado. Pues, insisto, con la hilaridad necesaria para ser contrapunto de estos temas difíciles, todo el equipo de Nunca he estado en Dublín, dramaturgo, directora, intérpretes y técnicos, apoyados por los espectadores entregados a la evasión, a estar una hora y media ajenos a problemas más acuciantes, hacen que las fragilidades humanas sean más llevaderas, que lo disparatado parezca medianamente coherente y que la insensatez nos impida tomar decisiones drásticas.
Para eso sirve también el teatro y la comedia, para poner aún más desorden en lo caótico, y reírnos de nosotros mismos, aunque nunca hayamos estado en Dublín, ni en Roma, ni en Sebastopol, ni tengamos deudas, ni seamos adictos, y nos llevemos tan bien con todo el mundo, que no nos hagan falta amigos imaginarios.
'Nunca he estado en Dublín', de Markos Goikolea, dirigida por Mireia Gabilondo, en el Teatro Pavón hasta el 27 de abril
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