Daniel se ha matado, ha muerto. Dejó autorretratos, vídeos, retazos de vida que han ido impregnando a Ferran en una obsesión, en un sarcasmo, en un sufrimiento, en un interrogante.
Su cuerpo desmenuzado encuentra un referente en Ferran, en el profesor de infantil que realiza su propia autopsia, la que analiza el corazón, la del silencio, la de la muerte viva, que siente como suya esa accidental desaparición.
Dibujo de un zorro herido, de Oriol Puig Grau, llena de inquietudes la experiencia y la vida de alguien a partir de la muerte de un desconocido. Son las manchas evidentes de la herida interna, son las pruebas contundentes de unos residuos emocionales.
Lo interpreta Eric Balbás, trazando ese dibujo de pensamientos subterráneos que habita en su forma de hacer, en sus decisiones y en con quién está.
Un monólogo de varias voces, subsuelo de los personajes que lo acompañan, desdoblándose para mostrarnos la profundidad perdida de su propia identidad.
Ferran/Daniel o Daniel/Ferran, vertiendo uno en el otro la búsqueda de uno mismo, aunque no haya angustia propiamente dicha, son los encuentros en el silencio, en otra dimensión, la interna, la sombra que se vivifica, se personifica y, de esta manera, no admite la huida, la despedida, no puede desvincularse de la existencia.
Mellizos sin serlo
Se convierte en el sueño que no se olvida, el que crece a medida que va adentrándose en la personalidad de esa sombra, y que a veces pacifica y, otras, es un revulsivo para bombardear los sentidos, para explosionar en el acecho de la insatisfacción.
La puesta en escena se desarrolla con ritmo, en un mismo espacio que es variado, ambientado más con la acción y la palabra, con la ansiedad y la ausencia, en la evocación del personaje fallecido, en una duplicidad de personalidad construyendo un personaje único e indivisible.
Empezar de nuevo en cada instante, el protagonista no se encuentra, pero tampoco se niega a sí mismo, comparte, siente que puede haber vidas paralelas, mellizos sin serlo, hasta el punto que puede que provoque que le suceda lo mismo, que se supere en lo trágico, que quiera maquillar su existencia atendiendo niños con dificultades, pero alzándose sobre los demás, como algo incomprensible, como algo único y distinto, un ser que se aloja más en su mente y en sus sentimientos que en su forma de vida.
Morir en un accidente de coche, en que un perro aprese a un zorro despistado, en que agarremos a un niño de forma más violenta de lo socialmente permitido, en que no nos puedan tocar ciertas partes físicas del cuerpo, en que llorar no es sinónimo de desahogo, en que si hay que sufrir sea peleando, bailaré sobre tu tumba, me haré pasar por quien no soy, pero me identifico contigo, todos somos farsantes, todos somos otros, todos estamos solos, todos creemos que, después de la muerte, nos reencarnaremos en otro ser vivo, y no lloraremos al muerto, querremos ser como él, y hacerlo revivir mientras nosotros estemos vivos.
'Dibujo de un zorro herido', de Oriol Puig Grau, hasta el 16 de noviembre en el Teatro María Guerrero de Madrid
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