Voy andando por este mundo absurdo, cumpliendo años, aprendiendo cosas que se me olvidan, transitando caminos que yo mismo no me he trazado. 

PUBLICIDAD

Crezco en la desesperación de no conseguir lo que quiero, a pesar de haber leído, de haber conocido innumerables personas, de casarme, de tener vástagos, de beber vino de la tierra, de armarme caballero o infanta de leyenda, de ir por bares, de forjar mi propia historia. A pesar de todo eso, soy mi padre. Me estoy convirtiendo en él, y no quiero. 

He aprendido una palabra nueva: ‘anhedonia’. Es la incapacidad para experimentar placer, la pérdida de interés o satisfacción en casi todas las actividades, es decir, en lenguaje cotidiano, creo, entrar en crisis y que luego esa crisis no vaya a más, eso espero. 

El entusiasmo de Pablo Remón, que también lo dirige, nos hace ¿reflexionar? sobre ello. Y lo hace sin latines y sin bestiarios, aunque a veces nos comportemos como animales, no salvajes, sí desvalidos. 

La vida nos hace extraños, nos va cosiendo a acontecimientos inconexos, a los placeres y a los dolores, a la miseria y a la grandeza, a un final que desconocemos y queremos seguir sin saberlo. 

Seguimos un Proceso, la nieve derretida, echar fuera las culpas, mantener una casa estable en Sanchinarro o en Carabanchel, marcarnos un hacer sin hacer nada, y pensar, o creer, que no hay final, o lo desconocemos, o queremos inventarlo.

Humor, paciencia y conciencia

En un texto ágil y lleno de atajos, es decir, de curvas sinuosas, de guiños, de humor, Pablo Remón nos va desgranando lo que todos sospechamos y nadie nombra, nuestras relaciones, nuestras frustraciones, y nuestros escasos éxitos, lo que no somos capaces de entender, la evolución en el trato con nuestros allegados, familiares, amigos, desconocidos. Es El entusiasmo que se manifiesta en principio y cómo va diluyéndose con los años.

Cuatro magníficos intérpretes, Francisco Carril, Natalia Hernández, Raúl Prieto y Marina Salas, nos hablan de ellos para contarnos de nosotros, casa, familia, empleo asegurado, y lo que nos dicen se entiende y nos reímos, síntoma de que somos capaces de reírnos de nosotros mismos, y no estoy exagerando. 

Hay que tener esa capacidad para La Cura, para no ser insomnes, para escribir nuestra propia novela, porque muchas veces nos planteamos si no seremos nosotros también personajes que murmuran al margen del autor, que somos nosotros, al mismo tiempo, los creadores de nosotros mismos. 

Por eso hay que tener, de vez en cuando, valor para cambiar el final de la batalla de Waterloo, aunque todo quede patas arriba y sea un escándalo. Las aguas volverán a su cauce silencioso, a la vida anodina, a las fantasías eróticas o escarceos amorosos y triunfalistas, a la parafernalia de fogueo. 

Para ello nos hace falta el humor, mucho humor, y mucha paciencia, y comprender y tener conciencia que Nos están estafando, que nos engañamos también a nosotros mismos, que disparamos con balas de fogueo, que nos dan ganas de romperlo todo, que nos disfrazamos para que no piensen mal de nosotros.

Que, a pesar de todo, no nos debe faltar nunca El entusiasmo, porque, entonces, estaremos irremediablemente perdidos. 


'El entusiasmo', de Pablo Remón, en el Teatro María Guerrero del Centro Dramático Nacional hasta el 28 de diciembre

PUBLICIDAD