¡Fuenteovejuna lo hizo!, un pueblo entero, incluidos ancianos y niños, mujeres y hombres, regidores y artesanos. Cuando la opresión ha excedido los límites, cuando se ha soportado hasta lo indecible y las vejaciones han llegado a la más vil bajeza, cuando se tienen las manos atadas a la espalda y se reciben golpes por los cuatro costados, la conciencia colectiva se levanta, recorre la memoria de las antiguas dictaduras, del poder inmisericorde y toda la ciudadanía empuña las armas y hacen justicia por su mano, si fuera necesario.
Es algo que se repite a lo largo de la historia, de la mal llamada, en esos casos, civilización, porque de civilizados no tienen nada los energúmenos, los violadores, los que impiden la libertad de expresión, los inhumanos que pretenden dirigir los destinos de la humanidad.
Fuenteovejuna, con un Lope de Vega atento a las demandas del vulgo, actualiza un hecho acaecido en 1476 y lo traslada a 1619 que es cuando se publica. Y a lo largo de los siglos, lamentablemente, constatamos que sigue sucediendo lo mismo, y que solo en muy pocas ocasiones, muy pocas, el conjunto de ciudadanos extorsionados por la fuerza se levanta en armas. ¿Por qué? Porque no tienen medios para hacer algo más contundente. Normalmente solo queda el recurso de la protesta, de las huelgas, del pataleo, de darlo a conocer a través de los medios de comunicación. Hasta que salten todas las paciencias a pie firme y se deje de tener miedo a las metralletas.
Fuenteovejuna lo hizo, Rakel Camacho ve las lágrimas de sangre, los moratones en el cuerpo, nada de romanticismo en su propuesta. Hay dolor, hay violencia, hay llamarada de lucha, hartura, desesperación, no se puede aguantar más. Quiere hacer atemporal la historia, utiliza símbolos de diferentes épocas y civilizaciones, tanto pasadas como actuales, hoy no tiene sentido una ballesta, las cruces de Calatrava son escapularios, los atuendos podrían ser kimonos, deportivas actuales, y un aire a fiesta popular y folclórica, a campo, en la comprensión de cada uno de los vecinos y vecinas del lugar, sentirse apoyados por ellos, y no pasar a la acción, por miedo a las represalias, hasta el alegato de Laurencia donde les abre los ojos y los remueve porque ya no se puede estar con los brazos cruzados.
Ciertamente la puesta en escena impresiona, nos reconocemos en los débiles, ciudadanos de sentimientos acostumbrados a callar si no le preguntan. ¿Quién mató al Comendador?
Además, la grandeza de nuestro teatro clásico, el barroco, el de Lope de Vega, el de Calderón, el de Tirso, el de Guillén de Castro… el del verso, se nos hace al oído rápidamente. Y la Compañía Nacional de Teatro Clásico lo cuida con esmero, lo pronuncia sin afectación, nos lo trae con el respeto que se merece sin impostación alguna, pero con el ritmo adecuado, aunque a veces, se grite demasiado.
Fuenteovejuna, señor, Fuenteovejuna lo hizo. Está bien traerla de nuevo. Hay que insistir en que los temas y el tratamiento de muchas obras clásicas no han pasado de moda ni el rigor del tiempo las deteriora. Es importante representarlas con la calidad que se espera de una Compañía Nacional, y a menudo, porque… ya que no se leen, por lo menos, que se puedan ver en escena.
'Fuenteovejuna', en versión de María Folguera de la Cámara y dirigida por Rakel Camacho, en el Teatro de la Comedia hasta el 23 de noviembre
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