Ahora que es presidente, Donald Trump también parece que se ha convertido en el gran icono del populismo. En su discurso tras la victoria las presidenciales del 8 de noviembre subrayó que “todo lo que está ocurriendo es consecuencia de ese increíble y gran movimiento creado por millones de personas que quieren un país mejor, que esperan que el gobierno sirva al pueblo y siga su voluntad”.

El populismo puede ser una campaña, un movimiento, una ideología, incluso un estilo político y un lenguaje. Y los populistas en EEUU han tratado de defender desde el siglo XIX al pueblo contra las élites y el establishment, con un discurso simple y demandas generalmente irrealizables. Aunque la definición de una y otra parte ha ido cambiando: “gente llana” frente a la “plutocracia”, “hombre pobre” frente a “hombre rico”; “hombre de la calle” contra el “gran gobierno”; “mayoría silenciosa “ contra los “intereses especiales”; “nosotros el pueblo” contra “la clase billonaria”.

Es posible que Trump encaje, con ciertos matices y dejando de lado ciertas características propias, en la rica tradición del populismo norteamericano. Los libros de texto suelen asociar sus inicios a la creación en 1891 del People’s Party, un grupo de granjeros del sur y oeste del país que después de una gran recesión y cargando con grandes deudas se enfrentaron a los bancos.

Aunque algunos se remontan a las campañas contra el patrón oro de William Jenkins Bryan o incluso a Andrew Jackson, que con un estilo populista llegó a la casa Blanca y abrió, literalmente, sus puertas al pueblo el día de su investidura. Ya en el siglo XX tenemos a Huey Long, gobernador en los años de la Gran Depresión y enemigo decidido de los banqueros de Wall Street, y a George Wallace, que apelaba a la ética del trabajo duro  y combatió la arrogancia de los burócratas de Washington.

Las políticas neoliberales puestas en marcha por Ronald Reagan y una nueva generación de republicanos conservadores, y abrazado posteriormente  por los nuevos demócratas liderados por Bill Clinton, fueron las causa de la rebelión popular de Ross Perot a principios de los noventa.

La adopción de dichas políticas neoliberales había priorizado el crecimiento sobre la equidad – aunque con la promesa de Reagan de que “la marea levantaría todos los barcos”-, promovió el libre comercio,  la movilidad de capital y de personas, la desregularización de las finanzas, y la moderación fiscal. Perot, tejano billonario, prometió “hacer a América trabajar de nuevo” y rechazó el acuerdo de libre comercio de América del Norte (NAFTA). Pat Buchanan también apareció por la derecha, explotando las preocupaciones de los norteamericanos ante la pérdida de puestos de trabajo por culpa de la liberación comercial y con un duro discurso contra la inmigración ilegal y la globalización.

Ya en el siglo XXI el Tea Party se sumó a estas campañas populistas. Fue un rescate bancario con dinero público lo que encendió la mecha para su explosión"

Ya en el siglo XXI, el Tea Party se sumó a estas campañas y movimientos populistas. Fue un rescate bancario con dinero público y un paquete de estímulo fiscal lo que ayudó a encender la mecha para su explosión. Muchos pequeños empresarios o miembros de la clase trabajadora que escaparon de los efectos de la recesión de 2007 se quejaron amargamente de que aquellas políticas les obligaban a subvencionar a los que no se lo merecían comolos imprudentes especuladores de Wall Street, compañías mal gestionadas como las de Detroit, y hasta la inmigración ilegal.

Luego vino por la izquierda el movimiento Occupy Wall Street que comenzó protestando en el distrito financiero de Nueva York contra los abusos del poder financiero, las desigualdades de la economía y el elevado desempleo. Eran sobre todo jóvenes universitarios ahogados en prestamos y con un futuro incierto. Duró poco pero lograron que el tema de la desigualdad ganara visibilidad en la política.

Las figuras de Trump y Sanders no se pueden entender sin estos últimos antecedentes. Son por lo tanto los herederos no sólo del Tea Party y de Occupy Wall Street sino también de Buchanan y Perot. Trump incluso formó parte del Partido de la Reforma que éste último fundó en 1995. ¿Vio entonces Trump una oportunidad para él, para su figura, como líder populista? Quizás, pero quién iba a tomarle en serio, a alguien que se asemejaba más al establishment que al pueblo enfadado. Nadie podía imaginar que él pudiera convertirse en el conductor adecuado para ese “movimiento” popular que empezaba a emerger.

Es cuanto menos extraño asociar a Trump con el populismo si pensamos, además, en su marca personal asociada a la riqueza y al lujo, y no a la modestia y al trabajo duro, a  alguien que habla no como un trabajador sino como el gran jefe. Pero lo cierto es que Trump ha teniendo más atractivo para el centro que los populistas conservadores del último medio siglo, y por lo tanto ha ampliando enormemente la base electoral. Ese ha sido su éxito. Su estilo fue popular en la campaña, de acuerdo, pero ¿será un presidente populista?

Carlota García Encina es investigadora en el Real Instituto Elcano.