El diagnóstico no pudo ser más desacertado. El tribunal concluyó que aquel niño de apenas siete años no tenía ni oído, ni ritmo, ni memoria para dedicarse a la música. Un episodio repetido en demasiados genios. Pero el pequeño Valery se había hecho suficientemente fuerte para soportarlo. Aquel Moscú en el que nació, en 1953, apenas unos meses después de que Stalin falleciera, empezaba a esculpirle con la dureza de la Guerra Fría y la férrea disciplina soviética. El carisma y la capacidad de liderazgo de su padre y la sensibilidad y empeño de su madre por volver a intentarlo acabarían por convertirle años después en el gran “maestro” de la música rusa, en el embajador cultural del régimen Vladimir Putin, en el ‘ministro’ de la música capaz de volver a hacer grande al régimen con sólo un palillo de mondadientes por batuta.

Es el mismo que estos días Valery Gergiev trae en su equipaje. De visita nuestro país, actúa esta tarde en el Palacio Euskalduna de Bilbao y mañana lo hará en el Baluarte de Pamplona. Se pondrá al frente de nuevo de la Orquesta del Teatro Mariinsky de San Petesburgo, acompañado del Orfeón Pamplonés, para poner en escena el réquiem de Verdi. En una gira que también tiene parada en Madrid (día 26), Barcelona (días 27 y 29) y en Girona (día 29).

Valery Gergiev heredó la disciplina de su padre, militar en aquella Rusia en amenaza de guerra permanente. También le legó el amor por la patria que profesa. El mismo por el que tuvo que abandonar Moscú para trasladarse a Vladikavkaz, en la región de Ossetia. Las lecciones y el ejemplo de su padre pese a ser más breves de lo deseado, le marcaron. Falleció cuando Valery apenas tenía 14 años. Nunca vio cómo su pequeño Valery se convertiría en un símbolo más de orgullo de la Rusia moderna de Putin. Tras su perdida la música se convirtió en su refugio, en el mundo en el que poder desarrollar sus dos pasiones: el arte y el amor por su patria. Su admisión en el conservatorio de la entonces Leningrado, hoy San Petersburgo, se convertiría no sólo en su plataforma de crecimiento musical sino en su conexión con los jóvenes líderes de la política de su generación que veían en la cultura y en la música un escaparate propagandístico sin igual para divulgar la grandeza y recuperar el esplendor de la Rusia de los zares.

Con siete años un tribunal concluyó que aquel niño no tenía ni oído ni ritmo para dedicarse a la música

Aquel joven de ojos saltones, de expresividad pronunciada, con dotes de liderazgo e inquietudes políticas, pronto comenzó a brillar en el conservatorio. A finales de los 70 los grandes de la música soviética empezaban a tener noticias del joven Valery. El director principal del todo poderoso Teatro Mariinsky de San Petersburgo, Yuri Temirkánov, le quiso a su lado como asistente. Cuando en 1988 abandonó la institución elevó a Gergiev a director artístico y musical del Mariinsky, el complejo operístico y musical más prestigiosa de la Unión Soviética. Ocho años más tarde, con 43 años, aquel niño sin oído ni ritmo alcanzaría la cima del Mariinsky al convertirse en director general del Teatro.

Un ascenso paralelo al de Putin

El ascenso de Valery se estaba produciendo casi de modo paralelo que el de un joven político casi de su misma edad, convertido en un hombre de peso en la alcaldía de San Petersburgo; Vladimir Putin. La sintonía entre ambos comenzó a ser evidente. Los dos vieron en el Mariinsky una oportunidad para resucitar la grandeza rusa a través de la música, la danza, la ópera… El teatro, fundado en 1860, acumulaba más de un siglo de prestigio y esplendor desde tiempos de los zares. Había sido desde 1886 el teatro del Ballet y la Ópera Imperial, y ahora debía volver a brillar.

Gergiev lleva dos décadas empeñado en ello. Acumula 20 años al frente del Mariinsky en los que no sólo ha puesto su valía como director de orquesta, -reconocida en los mejores teatros del mundo- a servicio de la causa músico política, sino también sus relaciones políticas con las autoridades rusas, que no han escatimado apoyo económico y político para auparlo de facto como el ‘ministro’ de la cultura rusa. Hace apenas tres años el Mariinsky inauguró un edificio anexo, el Mariinsky II, un segundo teatro que dispone de un amplio y moderno escenario y una sala con capacidad para 2000 espectadores, convirtiéndose en uno de los complejos teatrales y operístico más grandes del mundo y con cerca de 2.000 trabajadores bajo la batuta de Gergiev. Un logro que ha sido posible gracias al respaldo financiero de las autoridades rusas. El complejo del Mariinski cuenta con un presupuesto que se acerca a los 145 millones anuales.

Gergiev ha logrado resurgir el Teatro Mariinsky y convertirlo en el nuevo emblema cultural ruso

Su ilusión es que todos los niños rusos conozcan al menos en una ocasión el Mariinsky, la joya cultural rusa. Defiende el trabajo como el mejor modo para alcanzar la cima. Aspira a contar con los mejores, pero a forjarlos a su manera, con el modelo Mariinsky. Nada de traer a los genios del exterior a golpe de talonario para prestigiar una orquesta o un ballet que aspira a ser el emblema de la grandeza de una patria como la suya. Rusia es suficientemente autosuficiente para forjarlos. En alguna ocasión ha apostado por emular políticas formativas como las del Fútbol Club Barcelona y la Masia, la “fábrica” de prodigios.

Un director prolífico y singular

Gergiev no es un director de orquesta más. A su currículum, que incluye haber sido el director principal de orquestas como la Filarmónica de Rotterdam, de la London Symphony Orchestra y actualmente responsable de la Filarmónica de Munich, suma una actividad infatigable que le lleva de gira a lo largo de todo el mundo durante casi ochos meses al año. En su agenda, repleta de viajes y conciertos que lo convierten en uno de los directores más prolíficos, se incluyen actuaciones en el Metropolitan Opera House, la Filarmónica de Berlín o actuaciones periódicas en los mejores teatros de París, Viena o Nueva York. Ha recibido condecoraciones no sólo del Gobierno ruso, sino de instituciones prestigiosas de medio mundo.

Su modo de dirigir una orquesta le ha hecho singular. No es un director de batuta. No las necesita. A lo sumo un pequeño palillo entre los dedos con el que dirigir, coordinar y enfatizar sinfonías, músicos, instrumentos. A Valery le gusta dirigir con la mirada, con los gestos, con el cuerpo. Y hacerlo de modo intenso, enérgico, dejándose la piel en cada actuación. Es frecuente que el sudor y el aspecto desaliñado fruto de la intensidad de su dirección se conviertan en la imagen final de sus conciertos.

En su país recibe trato de ministro y sus colaboradores se refieren a él como ‘el maestro’

Sus simpatías por Putin siempre han acompañado su carrera artística. Defensor de sus políticas, asegura que muchas de las críticas que hacia el presidente ruso se vierten desde occidente son fruto del desconocimiento. El insiste en que su actitud es de mero “respeto” a su país. El presidente ruso le concedió la condecoración ‘Héroe del trabajo de la Federación rusa’ en 2013. El rechazo por su respaldo y lealtad a las políticas de Putin le han acompañado incluso fuera de su país. Gergiev ha tenido que dirigir orquestas por el mundo soportando protestas en el exterior del teatro, como sucedió en Londres y Nueva York, en contra de las políticas de su presidente en cuestiones como la intervención rusa en Crimea o la política en torno a los homosexuales.

Sauna, natación y paseos por el Cáucaso

Gergiev siempre ha jugado en un equilibrio entre la promoción artística y la sospecha de propaganda. Fue la crítica más repetida en una de sus últimas actuaciones en el anfiteatro de Palmira, en Siria, el mismo lugar donde el ISIS realizaba sus ejecuciones. El concierto, ‘Oración por Palmira’, celebrado en mayo pasado, corrió a cargo de la orquesta sinfónica del Teatro Mariinsky en homenaje a las víctimas del Estado Islámico. El acto estuvo presidido por autoridades sirias y altos mandos del ejército ruso.

Recibió críticas por su actuación con la orquesta del Teatro Mariinsky en el anfiteatro de Palmira, donde el ISIS ejecutaba a sus prisioneros

El repertorio de Gergiev se cuenta con casi un centenar de óperas. Entre sus favoritas, ‘Otello’, o los compositores como Verdi, Mozart, Prokofiev, Brahams, Mahler o Mussorgsky. A sus 63 años es capaz de dirigir a dos orquestas en un solo día –lo hará el día 29 en Barcelona por la mañana y en Gerona por la tarde- y de viajar por medio mundo. Como buen ruso, este director de orquesta padre de tres hijos, es amante de la sauna, las rutas de montaña por el Cáucaso y la natación. El reconocimiento del que goza en su país le sitúa al mismo nivel que un ministro, con interlocución directa con Putin. Incluso entre sus colaboradores se refieren a él como ‘el maestro’. Una virtud artística reconocida en todo el mundo y que estos días visita nuestro país.