Si los políticos no quieren saber nada de danza, Nacho Duato tampoco quiere saber nada de ellos. Ni a 20 kilómetros. Esa es la distancia de seguridad que el coreógrafo establece con las instituciones públicas en su regreso a Madrid, donde presenta su nueva compañía –la Compañía de Danza Nacho Duato (CDND)– del 12 al 15 de junio en el Teatro Albéniz. Lo hace con contundencia y sin paños calientes: "Si tenemos un ministro que no sabe sobre artes escénicas ni música, poco vamos a hacer. Y si en el INAEM hay gente que tampoco sabe nada, nunca vamos a entrar a ningún lado".

La rueda de prensa de presentación fue algo más que un acto promocional: fue un ajuste de cuentas. Contra el desinterés político, contra la precariedad institucional y contra la amnesia cultural. "No quiero ver a ningún político cerca. No quiero aguantar a ningún ministro ni a ninguna comunidad. Ahora hacemos lo que queremos", declaró con una mezcla de hartazgo y liberación. Lo que hacen –sin dinero público, pero con lo que él llama "libertad de movimiento"– es recuperar parte de su legado con una compañía formada por jóvenes bailarines, en su mayoría extranjeros, y una producción austera pero ambiciosa. "No hacen falta ni hologramas ni 20.000 kilos de vatios de luz. Eso son tonterías".

En el programa figuran piezas emblemáticas como Gnawa, Liberté (extracto de Rassemblement) y Duende, además de su última creación, Cantus, un ballet de media hora con música de Karl Jenkins, dedicado a los niños de Gaza. "Es un canto a la paz", asegura Duato, pero no se queda en la metáfora: "Lo de Gaza es un genocidio". Frente a lo que llama la distracción anestesiante de "anuncios de hamburguesas o partidos de fútbol", el coreógrafo quiere "invitar a reflexionar con poesía" sobre el "terror de la guerra".

Críticas al INAEM

Su denuncia va más allá de lo político. Alude también a la indiferencia cultural: "En España solo gustan los musicales. Vas por la Gran Vía y es lo único que ves". Lo dice sin desdén hacia el género, pero sí como síntoma de una escena que margina la danza contemporánea. Y también como lamento personal. Duato, que fue durante dos décadas director de la Compañía Nacional de Danza, no ha pisado Madrid con una compañía propia desde hace más de 15 años. Ahora lo hace por su cuenta y riesgo, y con una amarga sorpresa: el INAEM le impone trabas incluso para recuperar vestuarios de sus propias obras. "Los trajes de Duende están en un desván pudriéndose y comiéndoselos las ratas. Fui al INAEM para ver si me los daban o vendían, y me dijeron que me los tenían que alquilar. Tenía que ir yo a recogerlos, lavarlos y devolverlos. Y en cada función volver a firmar lo mismo. Les dije que no se preocuparan, que ya haría yo un vestuario nuevo".

En esta distancia con las instituciones, Duato parece haber encontrado una forma incómoda pero fértil de independencia. "La falta de fondos nos ha hecho más creativos. Hemos comprado cosas hasta en tiendas deportivas", admite con ironía. La CDND, que ya ha pasado por escenarios de fuera de Madrid, se presenta como heredera y conservadora de un patrimonio coreográfico que ha encontrado más reconocimiento fuera que dentro de España.

"Me encanta estar con los jóvenes", dice, en referencia a sus bailarines, procedentes de Australia, Japón, Italia o Colombia. A ellos les ha dedicado 70.000 euros en becas. Y a ellos, sobre todo, les quiere dejar su legado, al margen de políticos, subvenciones y telones apolillados.

Duato ha vuelto. Sin subvenciones, sin filtros, y con una coreografía que también se baila en los márgenes del sistema.