Entre sus muros se guarda la Salus Populi Romani, el panel de madera de cedro que representa a la Virgen y el Niño, un icono bizantino asociado a los primeros cristianos que era hasta ahora la joya de la Basílica de Santa María la Mayor en Roma. En los dos últimos meses, el icono mariano ha cedido el protagonismo a la tumba del Papa Francisco, el pontífice llegado del “fin del mundo” que escogió el templo extramuros del Vaticano para un descanso eterno al que se asoman a diario miles de fieles, con la vecindad incómoda del apodado “Príncipe Negro” que murió hace cinco décadas en Cádiz.
Cada nueva jornada la liturgia se repite. Una fila, desordenada y con móvil en riste, avanza en silencio, deslizándose sobre las losas gastadas del suelo. Este sábado se cumplen dos meses de la muerte de Jorge Bergoglio, y su tumba, a la sombra de la icónica Salus Populi Romani, se ha convertido en lugar de peregrinación constante.
Una hilera interminable de fieles y turistas pasa junto al mármol sencillo que cubre sus restos. No hay lujos en su sepultura. Solo un nombre y una cruz. Tal y como dejó por escrito: “Solicito que mi sepulcro sea preparado en el nicho de la nave lateral entre la Capilla Paulina y la Capilla Sforza de la citada Basílica Papal como se indica en el documento adjunto. El sepulcro debe estar en la tierra; sencillo, sin decoración particular y con la única inscripción: Franciscus”. En ocasiones, un sacerdote se sitúa a las puertas del templo y reparte estampitas del argentino, elevado a la categoría de ídolo.
El fascista reincidente
A su lado —a apenas unos metros, en la capilla papal construida en 1611 por Pablo V— reposa Junio Valerio Borghese. Comandante de la Décima Mas, prófugo, golpista frustrado e icono para los nostálgicos del fascismo. Son dieciocho pasos. La distancia exacta que separa la tumba del difunto Papa de la del Príncipe Negro y su leyenda. Entre ambos los 51 años que distan de cada uno de los sepelios.
El 2 de septiembre de 1974, el féretro de Borghese fue llevado en procesión por neofascistas que coreaban su nombre y saludaban con el brazo alzado. El cadáver fue arrebatado del altar por unos doscientos jóvenes de ultraderecha y conducido a hombros por la plaza. Corearon el nombre «Borghese» y lanzaron vivas a la Décima Mas, una unidad militar especial de la Marina italiana durante la Segunda Guerra Mundial que, tras el armisticio italiano en 1943, quedó dividida.
Se habló incluso de un doble, de un ataúd vacío, de una fuga final
Borghese lideró la facción que siguió defendiendo el régimen fascista de Mussolini y la Alemania nazi. En el día de sus exequias, la policía, fuera de la basílica por respeto a la extraterritorialidad vaticana, miraba sin intervenir. Se habló incluso de un doble, de un ataúd vacío, de una fuga final. Algunos periódicos especularon con que “habría sido enterrado un doble, alguien que se le parecía de forma impresionante”.
La imagen de cercanía proyecta, sin embargo, dos realidades. A un lado, el Papa del fin del mundo, el de la misericordia y la periferia. El jesuita que incomodó a muchos en Roma por hablar de justicia social y por sus gestos de humildad y al que algunos detractores denostaron con el sambenito de "comunista".
Al otro, un símbolo de la represión y del intento imposible de regresar al fascismo bajo otras máscaras. Un personaje -bautizado como el Príncipe negro por su origen aristocrático y las camisas negras de los fascistas- que murió en Cádiz a los 68 años de edad, donde había huido unos años antes tras ser acusado de urdir un golpe de Estado. Borghese, que había logrado el refugio español gracias a su amistad con Luis Carrero Blanco, disfrutaba de la vida en la costa gaditana.
Se hallaba alojado en La Fontanilla, un cortijo junto a las playas de Conil, propiedad de la familia Von Knobloch, cuando se sintió indispuesto. Según relató hace unos años Juan Cristóbal Von Knobloch, que aún mantiene la propiedad de este lujoso establecimiento hotelero, a Diario de Cádiz, “fue trasladado a Cádiz y allí murió en el hospital San Juan de Dios”. “Nada más. Era un cliente más, muy hablador, que pagaba su estancia y al que no le unía ninguna amistad con mi familia Luego se han montado en la prensa muchas películas".
"¿También le llamarán fascista?"
Entre las teorías de unos de los personajes que inspiró El Italiano de Arturo Pérez Reverte, se ha contado que pudo fallecer como consecuencia de un envenenamiento con arsénico. Vivía en España bajo una identidad falsa -curiosamente la de Jorge, el mismo nombre del argentino que tiene ahora como vecino- y el contexto de su fallecimiento -en el último año de vida de Franco y las turbulencias y revelaciones en Italia- han abonado la tesis de una muerte en extrañas circunstancias.
En declaraciones recientes a ABC, José Luis Sánchez de Lamadrid, el médico internista que le trató ya agonizando, se muestra esquivo. Arguye que el juramento hipocrático le impide arrojar luz sobre las causas de su óbito. “No sé qué ocurrió una vez que el cadáver salió del hospital”, replica cuando se le interroga por la necropsia. Tras un entierro al que solo acudieron cinco personas, el príncipe enfiló el camino hacia Roma confinado en tres ataúdes, embalsamado y sin autopsia.
Dieciocho pasos y un abismo. El que ha vuelto a abrir en Italia la elección de su lugar de sepultura por Francisco y la proximidad de uno de los villanos de la historia reciente del país, el que explica -en parte- ese legado fascista que pervive en la península itálica. Borghese, que participó en la guerra civil española al mando del submarino Iride, lideró la unidad que puso en aprietos a los aliados en el Mediterráneo, con ataques en Gibraltar, Alejandría, y la Bahía de Suda (Creta). “¿También llamarán fascista al Papa Francisco?”, ironizó desde sus redes el eurodiputado de extrema derecha Roberto Vannacci cuando se conoció la última voluntad del argentino. “La Décima Mas se avecina”, añadió, en un guiño a la flotilla paramilitar de Borghese.
En apenas dos meses, la Basílica de Santa María la Mayor se ha convertido en un sitio de peregrinaje. Pocos turistas saben de la presencia de Borghese. “En la misma iglesia también descansan Bernini, Paolina Bonaparte, otros siete papas y Junio Valerio Borghese...”, explica desafiante Vannacci. Borghese fue enterrado allí de forma totalmente natural, ya que era un príncipe de la familia Borghese, a la que pertenece la capilla. Bergoglio optó por un templo en el que había rezado más de un centenar de veces durante sus más de diez años de pontificado. Ambos comparten ahora el mismo templo, bajo el aluvión de curiosos y teléfonos móviles que desfilan por la iglesia.
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