En el mar de jaimas el rumor del agua es un espejismo. La 'hamada' argelina es uno de los rincones más inhóspitos del planeta, con temperaturas que alcanzan los 50 grados en verano. Un infierno en la tierra en el que resisten desde hace medio siglo los saharauis que escaparon a la invasión del entonces Sáhara español por Marruecos. Y, en medio de un paraje hostil y yermo, se ha obrado una suerte de milagro que hace las delicias de los más pequeños, aquellos que no cuentan con la fortuna de viajar a España en el veterano programa “Vacaciones en paz”.
En los dos últimos años la instalación de unas piscinas portátiles -similares a las que se venden para uso doméstico- han alterado el paisaje estéril en el que se hayan instalados los campamentos de refugiados de Tinduf (Argelia), donde sobreviven alrededor de 175.000 personas, testigos de un conflicto que permanece congelado en el tiempo, sin visos de resolución. El agua se ha abierto paso por un océano de arena. "Lo más emocionante fue ver llorar a un niño al tocar el agua por primera vez", reconoce a El Independiente Xavier Servat, vicepresidente de la Fundació Fluidra.
Del Ibex 35 a las arenas del Sáhara
Desde 2021, la obra social de Fluidra -la multinacional catalana del Ibex 35 líder global en equipamiento en el sector de la piscina- desarrolla "Put a Pool", un programa de donación de piscinas elevadas a colectivos vulnerables de todo el mundo. Uno de sus últimos territorios agraciados por la iniciativa son los campamentos de refugiados saharauis, una espacio a menudo olvidado y eternamente postergado en la comunidad internacional.
Lo que buscamos es que tengan un respiro. Un momento de alegría. Una gota de bienestar en una vida durísima
“Nosotros no pretendemos enseñar a nadar a estos niños”, señala Servat. “Lo que buscamos es que tengan un respiro. Un momento de alegría. Una gota de bienestar en una vida durísima”, agrega. Ahmedna Mbarek -miembro de Juventud Activa Saharaui, la asociación receptora de las piscinas- apunta que el objetivo inicial es instalar “cinco piscinas en los campamentos”. Tras el éxito de las dos primeras, la tercera -procedente de Sant Cugat del Vallès, el cuartel general de la compañía- acaba de llegar a su emplazamiento, la wilaya (provincia) de Bojador.
“Los niños están encantados, y nosotros felices de verlos disfrutar. Son miles y miles de niños que no saben aún lo que es una piscina. El programa de 'Vacaciones en paz' se está convirtiendo en un sueño: cada vez son menos los que puedes ir a Europa durante el verano”, confirma Mbarek. El primero de los vuelos charters en los que viajan niños de los campamentos llegó este miércoles a Alicante. Unos 3.000 niños saharauis llegarán a España este verano en el marco de una iniciativa solidaria que permite su acogida temporal por familias españolas durante los meses estivales.
Los campamentos saharauis —construidos tras la ocupación marroquí del Sáhara Occidental en 1975 y la retirada española— acogen a más de 175.000 personas refugiadas en suelo argelino. La vida es de subsistencia. Las temperaturas son extremas, el agua llega en camiones cisterna, y la comida depende casi por completo de la ayuda internacional. De hecho, la alimentación es cada vez más precaria: la malnutrición aguda alcanza el 13.6% y uno de cada tres menores de edad padece desnutrición crónica. A estas alturas de año, los fondos enviados por la comunidad internacional solo cubren el 34% del presupuesto previsto en un conflicto sepultado por otras crisis humanitarias.
En un páramo desolado por el que despuntan las jaimas y las casas de adobe, la primera piscina se instaló en la wilaya de El Aaiún en 2023. La segunda, en Dajla, en 2024. La tercera —prevista inicialmente para Auserd— será redirigida a Bojador, por falta de recursos hídricos.
Una travesía con obstáculos
Llevar una piscina al desierto no resulta una tarea sencilla. “Regalar una piscina es más difícil de lo que parece”, apunta Servat. Desde el desafío de las aduanas hasta el transporte en camiones especiales hacia Tinduf, el proceso puede tardar semanas. "Más de una vez nos colgaron el teléfono pensando que era una broma o una estafa", admite. “Al principio, pensaron que era un decorado. Algo que venía para hacerse una foto y marcharse. Pero cuando vieron que llegábamos con herramientas, lona, depuradora… se dieron cuenta de que era real. Una de las piscinas llegó un viernes y el sábado ya estaban enviando fotografías de los primeros niños bañándose. En otros lugares a los que enviamos piscinas tardaron tres meses en montarla. Se nota que lo han pasado mal y lo tienen todo muy organizado".
Al principio, pensaron que era un decorado. Algo que venía para hacerse una foto y marcharse...
Cada piscina elevada tiene una capacidad de aproximadamente 8.000 litros. Son estructuras prefabricadas de acero y material de revestimiento, con sistemas de filtrado autónomo, que tienen unos 1,10 metros de altura. Cuestan unos 3.000 euros, más transporte. Su mantenimiento requiere limpieza, revisión del filtro y reposición ocasional de agua. Sin acceso a cloro, se opta por tratamientos con lejía y métodos artesanales que los propios saharauis han aprendido a administrar.
El agua es un bien escaso y precioso en los campamentos. Llega por cisternas cada ciertos días. El hecho de dedicar parte de esa agua a una piscina puede parecer una locura. Pero desde Fluidra lo justifican: "Lo compensamos con otras medidas. Los niños se duchan menos días, cuidamos cada litro. El beneficio emocional que produce lo merece". Para muchos pequeños, la piscina es su primera experiencia con el agua. “Algunos reían, otros simplemente lloraban”, relata Servat.
Del Raval a Medellín: el poder de "las piscinas sociales"
“El problema fundamental del agua es que si una piscina no llega a su nivel, no funciona el receptor para que entre en el circuito hidráulico”, admiten. “Los saharauis encuentran siempre la manera. Van recibiendo a cuentagotas el agua que necesitan y, en ese sentido, no han tenido problemas para terminar llenandola”, argumenta el vicepresidente de la fundación. “Ese agua la pueden mantener dentro de la piscina durante tres años sin tener que renovarla, que es el tiempo mínimo de vida que le damos a estas piscinas”, agrega.
Las imágenes que captaron la entrada en funcionamiento de la primera piscina han circulado como la constatación de un espejismo en las pantallas de los saharauis. Las escenas muestran a una barahúnda de niños que ríe y grita mientras chapotea en el agua.
Fluidra ha instalado piscinas comunitarias en Colombia, Sudáfrica, Senegal y España. Desde el barrio barcelonés del Raval hasta Dakar o Medellín. En cada proyecto, la piscina se convierte en un símbolo de equidad y derechos. En Sudáfrica, por ejemplo, la piscina se ha instalado en un contenedor marítimo reciclado, "adaptando el espacio para incluir todos los equipos necesarios; como calentadores, bombas, filtros y cloradores de sal". "De esta forma, se permite disfrutar de las actividades acuáticas todo el año ya que se trata de un espacio cerrado. Además, el diseño del contenedor facilita su transporte, permitiendo llevar la piscina a diferentes lugares según sea necesario", explican desde la fundación.
En Barcelona y en el Sáhara buscamos que la piscina sea un momento de felicidad puntual
Entre los refugiados saharauis, víctimas de un conflicto que cumple el próximo noviembre el medio siglo, ese simbolismo cobra una fuerza inusitada. Desde Fluidra sostienen que el impacto ha sido inmediato: se ha reducido la sensación de ansiedad infantil, ha aumentado la cohesión comunitaria y se ha despertado un interés inesperado por aprender a nadar, incluso entre adultos.
Fluidra, abierta a explorar otros destinos para sus piscinas solidarias, insiste en que no busca protagonismo, solo impacto. “Queremos que nos encuentre quien lo necesita, no salir en portadas”, explica Servat. El año pasado por la piscina de El Aaiún se zambulleron unos 2.000 niños. Y los números de la asistencia no paran de crecer.
La historia se ha propagado sola, como el rumor de un oasis en medio del desierto. Y con ella, una evidencia: en un mundo donde el agua es poder, ofrecer como juego y alivio a una infancia que no conoce nada más allá de la arena y el siroco, se convierte en el gesto más revolucionario. “En Barcelona y en el Sáhara buscamos que la piscina sea un momento de felicidad puntual, quizá demasiado escaso. Cualquier gota que nosotros podamos poner para conseguir un poco de felicidad, es poca. Y no solo de los niños, que se lo pasan pipa, sino también de los padres. Por eso mismo, nos queda aún mucho camino”.
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