Teresa Arsuaga es abogada especializada en derecho de Familia. Desde hace unos años también es mediadora. Una figura relativamente desconocida hasta ahora en España, pero que con la nueva ley de medidas en materia de eficiencia del Servicio Público de Justicia cobra una nueva relevancia. "Supone un cambio importante porque en muchísimos asuntos obliga a demostrar que se ha intentado llegar a un acuerdo antes de interponer una demanda", explica Arsuaga a El Independiente. "Muchos conflictos, lejos de resolverse en el juzgado, perviven después de la sentencia. Y si uno sale ganador y el otro perdedor no solamente no se resuelve, sino que a veces se agrava. Es extraño que queriendo siempre tomar nuestras propias decisiones y reclamar nuestra independencia, cuando hay un conflicto la cedamos con tanta facilidad a un tercero, en este caso un juez, para que decida sobre las cosas que más nos importan, como puedan ser nuestros hijos, con un altísimo nivel de incertidumbre. Por eso es necesario que las personas tomemos el control de nuestros conflictos".
Casi coincidiendo con la entrada en vigor de esta nueva ley de mediación, Arsuaga ha publicado un libro, Te veo, te escucho, te reconozco (Arpa). Esta "guía para la gestión inteligente de los conflictos" es el resultado de lo observado y lo aprendido en su trabajo como mediadora –como antes lo fue de alguna manera su libro de relatos No dramatices–. En este sencillo tratado de sabiduría practica, descompone nuestro comportamiento en el desacuerdo con los otros. Las percepciones y emociones que distorsionan la realidad, falsean nuestras necesidades, malinterpretan las intenciones del otro, y que con frecuencia nos llevan a sobreactuar, haciendo imposible el entendimiento.
Del conflicto a la fraternidad
"Siempre construimos una historia un poco falsa del conflicto", reflexiona Arsuaga. "Cuando dos personas llegan a mediación, su atención se centra en una idea preconcebida que quieren corroborar una y otra vez para construir su línea de defensa, un relato en el que siempre salen muy bien parados. Conocer un poco más al otro ayuda a romper esos relatos tan cerrados que impiden el diálogo. Es una de las tareas de la mediación. Si fuéramos menos competitivos en el conflicto, si tuviéramos más presente que todos somos iguales, personas necesitadas que no tenemos ni idea de lo que nos está pasando… De ahí surge una fraternidad que nos hace resolverlos de una forma mucho más civilizada".
La observación empírica de cómo funcionan las herramientas para rebajar la tensión y cambiar la dinámica de un conflicto sostiene un libro que no solo nos ayuda a adoptar actitudes más racionales y menos emocionales cuando llega la discordia, sino a afrontar la vida en general, irremediablemente cuajada de roces y choques diarios, de manera más consciente, inteligente y práctica. Y todo ello con ejemplos prácticos extraídos de la vida y de los libros, con citas de autores como Melville, Dostoievski o Natalia Ginzburg. No en vano, Arsuaga, autora también de El abogado humanista, se doctoró con una tesis sobre estudios de derecho y literatura.
Pregunta.– Tenemos interiorizada cierta idea darwinista de la vida, aplicada incluso a las relaciones más cercanas, y pensamos que toda relación es una relación de poder. Además de un manual para la resolución de conflictos, su libro de alguna manera plantea un cambio de paradigma de las relaciones humanas.
Respuesta.– Para mí, lo que pueden parecer relaciones de poder son en realidad maneras de sentirnos más seguros. Sobreactuamos para tratar de reafirmarnos en una posición de seguridad. Si admitiéramos nuestro lado más vulnerable, si viéramos con más normalidad que necesitamos colaborar y que no pasa nada, relativizaríamos la debilidad, no sobreactuaríamos tanto y afrontaríamos los conflictos con más normalidad. Ante cualquier cualquier conflicto, tendemos a ofrecer una respuesta inmediatamente confrontativa, que es la reacción menos práctica del mundo, sobre todo en sociedades donde las personas tenemos cada vez más derechos y somos más conscientes de ellos que nunca. Esto inevitablemente supone más fricciones, pero no puede ser que eso nos lleve a la violencia y a la confrontación permanente. La confrontación es querer tener razón y ganar al otro a toda costa en cuanto hay un desacuerdo, afirmarte en tus posiciones y encerrarte en ellas, cuando lo normal ante una controversia debería ser tratar de armonizar posturas y llegar a la mejor solución entre las dos partes.
"El conflicto te brinda la oportunidad de preguntarte qué es lo que quieres, y en ocasiones casi de redefinirte"
P.– ¿Cree que la proliferación de identidades y su afirmación frente al otro contribuye a perpetuar este paradigma de conflictividad permanente?
R.– Sin duda es un problema. Crear una identidad frente a otro es buscar seguridad en esos espacios conflictivos. Hay que huir de eso, pero es algo inevitable, y lo mejor es ser consciente de que es algo que ocurre. Tenemos muy presentes nuestros derechos en nuestro día a día, su reconocimiento y la conciencia de los mismos es quizá una de las conquistas más importantes de Occidente, lo que define nuestra dignidad individual. Pero cuando tú tienes una conciencia mayor de ti mismo, eso puede generar más conflicto. Lo que hay que hacer es gestionarlo bien, responsabilizarnos de ello sin que suponga violencia o un desgaste vital insoportable.
P.– ¿Tenemos una visión demasiado legalista del conflicto?
R.– Absolutamente. Cuando hay un conflicto, todo el mundo busca tener razón según lo que dice el derecho, pero la ley no siempre es la solución que mejor se ajusta a la resolución de un conflicto. Hay muchísimas materias en las que nosotros podemos dar una solución más ajustada a nuestras necesidades. Lo importante en los conflictos no es tanto pensar en los derechos de cada uno, el mío frente al tuyo, como incompatibles, sino pensar en nuestros intereses en el futuro. No es bueno decidir desde los agravios pasados, que con frecuencia nublan nuestras emociones, y que no son buenas para decidir, sino pensando en lo que me interesa a partir de ahora. Una virtud del conflicto es que te da la oportunidad de preguntarte qué es lo que quieres, y en ocasiones casi de redefinirte a partir de una situación concreta, generando un acuerdo que te lleve hacia un objetivo.
P.– Afrontar el conflicto de manera inteligente puede tener entonces mucho de autodescubrimiento.
R.– Sí, el conflicto tiene una parte inconsciente que yo trato de revelar y que puede analizarse. ¿Qué es lo que quiero? Es la pregunta más interesante de todas las que te puedes hacer. Las sobreactuaciones, cuando nos dedicamos a enjuiciar, a culpabilizar, esconden a veces una necesidad insatisfecha, en muchos casos de atención o de reconocimiento del daño recibido o del esfuerzo realizado, que hay que atender para que las partes estén dispuestas a colaborar. El error se perdona. Lo que no se perdona es la falta de atención. Hasta que eso no se produce es muy difícil que las partes colaboren para resolver el conflicto.
"Las sobreactuaciones esconden a veces una necesidad insatisfecha, en muchos casos de atención o de reconocimiento, que hay que atender para que las partes estén dispuestas a colaborar"
P.– Asistimos cotidianamente a la conflictividad de la política, que estimula una sociedad enconada y polarizada. Los políticos exhiben una incapacidad deliberada para resolver conflictos y alcanzar acuerdos. ¿Puede el ciudadano hacer ese ejercicio de autoexamen, decirle al otro que le ve, le escucha y le reconoce, en este contexto?
R.– Los políticos son el reflejo de nuestra sociedad, de lo que somos. Les criticamos por los mismos comportamientos que observamos en nuestra vida personal. Nosotros queremos que nos corroboren nuestros prejuicios y las ideas que nos dan seguridad, y la política se define en función de grupos de seguridad frente a un enemigo común. Si nosotros tuviéramos una visión más práctica e inteligente, aceptáramos la pluralidad, el consenso, la integración y no tuviéramos esa visión de querer vencer, ganar y tener razón, sino actitudes más tentativas, exploratorias, colaborativas, de búsqueda de alternativas y posibilidades de encuentro, sin miedo, creo que los políticos las tendrían también, porque sabrían que nosotros no aceptaríamos otra cosa.
Te puede interesar
-
Luisgé Martín prevé publicar 'El odio' a finales de año con un ensayo añadido sobre el 'caso Bretón'
-
El psicólogo francés que tiene calados a los 'gilipollas': "No somos más estúpidos que antes"
-
Carmen Louzán, el realismo mágico de una escritora novel de 97 años
-
Guillermo Arriaga: "Las plataformas necesitan ideas para alimentar al monstruo"
Lo más visto
Comentarios
Normas ›Para comentar necesitas registrarte a El Independiente. El registro es gratuito y te permitirá comentar en los artículos de El Independiente y recibir por email el boletin diario con las noticias más detacadas.
Regístrate para comentar Ya me he registrado