Una joven con la cabeza ladeada, los ojos cerrados y una expresión ambigua entre el éxtasis y el sopor. Se titula Slumber (Sueño) y, según el director artístico del Museo Thyssen-Bornemisza, "representa a una chica que ha tenido un orgasmo mientras dormía". El comentario no es gratuito ni anecdótico: habla del tipo de tensiones que atraviesan la primera exposición monográfica en un museo de Anna Weyant (Calgary, 1995), inaugurada este martes en Madrid. Un total de 31 obras –26 de ellas de la artista, entre lienzos y piezas sobre papel, y cinco de la colección permanente– componen un recorrido en el que las muchachas de Weyant se debaten entre el deseo, la melancolía y una amenaza velada de colapso.
Conocida por su ascenso meteórico en el circuito internacional –es representada por la influyente galería Gagosian y ha retratado a figuras como Kaia Gerber, hija de Cindy Crawford–, Weyant ha sido etiquetada como enigmática, misteriosa o incluso "celebrity del arte". La muestra del Thyssen, comisariada por Guillermo Solana y Elena Rodríguez, permite observar con más calma y menos mitología una obra que parte del lenguaje figurativo clásico para explorar los códigos visuales de la feminidad contemporánea. "Anna recurre a claroscuros intensos, casi caravaggistas", señala Solana. "Busca una solemnidad antigua para hablar de asuntos que hoy consideramos banales, pero que merecen otra atención".
Las adolescentes de Weyant habitan espacios detenidos, como casas de muñecas o decorados de fábula ligeramente descompuestos. Sus lazos se deshacen, sus flores se marchitan, sus globos están a punto de desinflarse. Pero no hay dramatismo explícito. Tampoco hay ironía fácil. Lo que Weyant propone, según sus comisarios, es una mirada ambigua y cargada de humor negro sobre el tránsito entre la infancia y la adultez, entre el sueño y la caída. "Puedes estar vestida de Balenciaga y acabar en el lodo", dice Solana, resumiendo el tipo de lección moral que la artista recoge –y subvierte– de las anécdotas visuales de los siglos XVII y XVIII.
"Busca una solemnidad antigua para hablar de asuntos que hoy consideramos banales, pero que merecen otra atención"
GUILLERMO SOLANA
La exposición, que estará abierta hasta el 12 de octubre, se enmarca en el programa dedicado a la colección de Blanca y Borja Thyssen-Bornemisza, y establece un diálogo directo con cinco piezas del museo elegidas por la propia Weyant. El Concierto de Mattia Preti, el Retrato del Dr. Haustein de Christian Schad o La llave de los campos de Magritte forman parte de ese contexto expandido, donde lo siniestro y lo simbólico se entrecruzan. A ellos podría sumarse en breve una sexta obra: Borja Thyssen está "en proceso" de incorporar una pintura de Weyant a su colección, aunque aún no se ha decidido cuál.
Elusiva e inquietante
Más allá del marco institucional, la exposición confirma una tendencia que recorre el arte figurativo de los últimos años: mujeres jóvenes representadas por mujeres jóvenes, con técnicas clásicas y atmósferas de ensueño, pero atravesadas por una conciencia crítica del presente. "Su obra conecta con las nuevas generaciones porque es técnicamente admirable y fácil de entender a primera vista", explica Bernard Lagrange, asesor de Gagosian. Pero detrás de esa accesibilidad late algo más turbio: una sensación de amenaza suave, como si la imagen fuera a resquebrajarse en cualquier momento.
Weyant, que evita los focos y prefiere refugiarse en su estudio, ha construido desde la reserva una iconografía propia que mezcla referentes del Barroco, el surrealismo y la cultura pop estadounidense. No es casual que sus personajes parezcan vivir en una especie de limbo narrativo, entre la autoparodia y la tragedia doméstica. Tampoco lo es que sus naturalezas muertas estén a punto de deshacerse. En el mundo de Anna Weyant, como en el de muchas jóvenes retratadas con aparente candor, nada es del todo lo que parece.
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