Walt Disney ya había hecho Bambi (1942), Blancanieves y los siete enanitos (1937) y La cenicienta (1950) cuando tomó una decisión crucial: delegar en otros el trabajo de animación. Las películas infantiles eran rentables, sí, pero donde se movía de verdad el dinero era en el merchandising. La promoción indirecta: el producto que, a su vez, habla de otro producto.

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Hacía tiempo que su universo imaginativo había saltado de la pantalla al mundo real, pero jamás se había materializado tanto como con la llegada de su propio estado. Su país de las maravillas, su reino de Agrabah. Su Disneyland.

La idea llevaba gestándose en la cabeza de Walt Disney desde comienzos de los años cuarenta: los fans querían visitar los estudios Disney en California, pero él no quería mostrar que el origen de la fantasía no era más que mesas de oficina y trabajadores explotados a golpe de carboncillo. Para 1950 ya tenía la idea más que mascada, lista para materializarse: si no podía llevar a la gente al corazón de la fantasía, llevaría la fantasía hasta la gente.

Hoy, los parques de atracciones marca Disney son un destino turístico en sí mismo. Ciudades dentro de ciudades, países dentro de países. Hay seis en el mundo: dos en Estados Unidos, uno en Francia, otro en Japón y uno en China (rival geopolítico de EEUU, sí, pero también uno de los que más paga, así que hay que tenerlo contento). El primero se inauguró el 17 de julio de 1955, hace 70 años, en Anaheim, California. Todas las miradas estaban puestas en Disneyland: era un hito del mundo del cine (uno más de los muchos que se le atribuyen a Mr. Disney). Y, como siempre que se nada en aguas desconocidas, ocurrió lo inevitable: fue un caos absoluto.

Pesadilla antes de inaugurar

Cimentar Disneyland no era barato: Disney contaba con un presupuesto de 17 millones de dólares que, ajustados a la inflación actual, ascienden a más de 203 millones (unos 174 millones de euros). Tampoco era tarea fácil: quería que el parque abriera el 17 de julio de 1955. Las obras comenzaron un año antes, el 14 de julio de 1954. Es decir, el equipo contaba con 366 días para edificar Disneyland entero: atracciones, castillo y tiendas incluidas. Por comparar, hoy una sola atracción tarda entre tres y cinco años en construirse.

Plano de Disneyland publicado en las revistas de la época.
Plano de Disneyland publicado en revistas de la época.

Saltemos al 16 de julio de 1955, un día antes de la gran apertura. Todavía faltaba asfaltar Main Street, instalar fuentes de agua fría e incluso construir los baños públicos. Lo del pavimento era lo de menos, pero no había suficiente mano de obra para todo lo demás. Tocaba priorizar: o agua gratis, o baños gratis. Disney, en su opulencia capitalista, decidió como un César con el pulgar arriba o abajo: “¿Saben? [Los visitantes] pueden comprar bebidas, pero no pueden hacer pis en la calle. Terminen los baños”. Dicho y hecho.

17 de julio de 1955: terror en el país de la felicidad

El gran día llegó. Se habían enviado las entradas y se esperaba una afluencia de 15.000 personas, entre prensa y celebrities (el público general podría acudir al día siguiente). Además, se había comprado un espacio televisivo en la cadena ABC para retransmitir la apertura, bajo el nombre de Dateline: Disneyland. 90 millones de telespectadores vieron la cobertura, que duró 94 minutos. Otros, en cambio, optaron por colarse. Primer error garrafal: las entradas eran fácilmente falsificables.

No hacía falta tener mucha maña para imitar el ticket de entrada: un trozo de papel verde con el logo del castillo y el nombre del parque; fecha y hora en los laterales. Se colapsó la autopista, se alquilaron escaleras para saltar la valla… En su inauguración, Disneyland recibió 35.000 asistentes, más del doble de lo previsto.

Hombres, mujeres y niños correteaban por el parque. Querían subirse a las atracciones de sus películas favoritas: la de Dumbo, la de Peter Pan, una sobre el viaje a la Luna… Las que se habían anunciado, vaya. Pero al llegar se encontraron con una sorpresa: ninguna estaba terminada. En su lugar, mesitas de picnic. Así que todos acudieron en masa a una atracción que consistía en un paseo en barco. El exceso de peso hizo que, literalmente, el barco se hundiera en el lodo.

Bueno, no importa, lo importante son los personajes, ¿verdad? Hoy los disfraces están medidos al milímetro, réplicas exactas del muñeco animado. Pero en 1955 parecían salidos de una pesadilla goyesca. De un cuento tenebroso de Poe. Halloween en julio: si los niños no salieron llorando, fue porque estaban deshidratados.

¿Recuerdan la decisión de instalar baños en lugar de fuentes? Súmenle 38 grados centígrados y más visitantes de los previstos. Resultado: las bebidas se agotaron en pocas horas. El calor provocó una fuga de gas en el área de Fantasyland que obligó a evacuar a los asistentes y provocó un pequeño incendio en el castillo. Lo que no logró el calor fue endurecer el cemento vertido en Main Street solo 24 horas antes: cientos de zapatos de tacón quedaron atrapados en el suelo. Ni Cenicienta se atrevió a tanto.

Un mundo ideal

Por suerte, más allá de los damnificados, nadie se enteró del desastre. Los telespectadores veían a Charlton Heston, Debbie Reynolds y decenas de niños abrazando a Mickey Mouse. Y Walt Disney estaba demasiado ocupado como para percatarse de que su parque estaba literalmente ardiendo. Cuando le llegó la información, reconoció que el día fue “un desastre”, y la fecha pasó a la historia como “el domingo negro de Disneyland”.

Hoy los disfraces están medidos al milímetro, pero en 1955 parecían salidos de una pesadilla goyesca.
Hoy los disfraces están medidos al milímetro, pero en 1955 parecían salidos de una pesadilla goyesca.

Como para los ojos del público había sido un éxito, el parque recibió más de 160.000 visitantes en su primera semana. Las entradas eran baratas: un dólar para adultos y cinco centavos para menores de 12 (eso sí, las atracciones se cobraban aparte). La cifra escaló: para fin de año, Disneyland había recibido 3,6 millones de visitas. Se organizaban viajes a California solo para conocerlo.

Hoy, Disneyland California sigue siendo uno de los destinos turísticos más visitados del mundo. Pocos recuerdan su desastroso inicio, pero Walt Disney no se avergonzaba de él, sino que lo reivindicaba como ejemplo de éxito. A su manera, claro: “Disneyland nunca será completado. Seguirá creciendo mientras haya imaginación en el mundo”. Imaginación, sí, pero también plazos de entrega realistas.

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