Como era de esperar, durante la visita oficial que hizo a Chile, Uruguay y Paraguay, el presidente del gobierno Pedro Sánchez centró una parte significativa de sus intervenciones en las ventajas que traería para la Unión Europea y Mercosur la firma del acuerdo entre los dos modelos de integración. Repitiendo el argumentario de la UE señaló que el acuerdo implicaría crear el área de libre comercio más grande del mundo. De concretarse lo acordado en 2019, cuando se dio el último gran avance en las negociaciones, las empresas europeas tendrían acceso a un mercado de cerca de 300 millones de personas, mientras que los países integrados en el Mercado Común del Sur accederían a 450 millones de potenciales clientes.
Por su parte, la Comisión Europea estima que las exportaciones europeas se beneficiarían del ahorro de 4.000 millones de euros anuales debido a la eliminación de barreras arancelarias y no arancelarias. El acuerdo implicaría liberalizar el 91% de las importaciones que se hacen desde el Mercosur y el 92% de las que se hacen desde el otro lado del Atlántico a la UE. Pero las ventajas no serían solo económicas. Según sus panegiristas, facilitaría el trabajo mancomunado en varios frentes al fortalecerse la relación política y el multilateralismo en las relaciones internacionales, además de los sistemas democráticos como forma de gobierno. A mayores, el acuerdo conllevaría un compromiso de lucha contra el cambio climático no solo por las exigencias medioambientales incluidas en los productos, sino también porque se inscribiría en lo acordado en París durante la COP21.
Visto así, y puesto que todo serían ventajas, la pregunta es por qué no se ha concretado el acuerdo. Para mí, la primera señal de que no llueve a gusto de todos es que lleva negociándose más de veinte años -desde el último año del siglo pasado- lo que sin duda es mucho tiempo, sobre todo si se compara con los cerca de cinco años que se tardó en firmar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) o el Acuerdo Comercial Interino UE-Chile. Aunque es evidente que el acuerdo UE-Mercosur tiene derivadas que lo hacen más complejo, cuestiono que estas justifiquen tamaña demora y reflejan más bien la falta de consensos y apoyo político de los países.
La oposición a la firma del acuerdo por la parte europea la lidera el presidente francés Emmanuel Macron. Él ha sido claro: hace un mes calificó el acuerdo de inaceptable y solicitó "enriquecerlo". Su país no lo firmará en los términos actuales y pide revisar la cláusula de salvaguarda al considerarla insuficiente para proteger la agricultura francesa. Ante esta situación, las autoridades favorables a la firma han señalado que hay varias vías para evitar ese veto; pero, a la vez, Francia ha amenazado con batallar en el Consejo de la UE recurriendo a lo que se conoce como "minoría de bloqueo", es decir, la oposición o abstención de al menos cuatro países de los 27. Según la ministra francesa de Agricultura, Austria, Hungría, Irlanda, Rumanía, Países Bajos e Italia podrían apoyar su posición.
Este sistema de integración nació con la ambición de emular el proceso económico, político e institucional de la Unión Europea y poco a poco ha perdido fuelle"
También hay divergencias en Mercosur, y no solo porque el presidente argentino insulte habitualmente al de Brasil, sino porque este sistema de integración nació con la ambición de emular el proceso económico, político e institucional de la Unión Europea y poco a poco ha perdido fuelle. La desigualdad y las asimetrías entre el conjunto de socios tampoco ayudan, así por ejemplo, mientras Brasil es el primer socio comercial para Argentina, este país solo representa cerca del 5% del volumen de su comercio internacional de Brasil, siendo el tercer destino de sus exportaciones y, estando las compras brasileñas a la Argentina por detrás de China, Estados Unidos y Alemania. Brasil sobresale como la potencia económica y política de Mercosur y es el país que realmente interesa a la UE. Cabe recordar que Telefónica o el Banco Santander desinvirtieron en los otros países de la región para centrarse ahí. Pero, no hay que olvidar que Brasil tiene una agenda e intereses político-económicos complejos y a muchos países y bloques que aspiran a ser sus socios preferentes, como se vio a propósito de la cumbre de los BRICS recientemente ahí celebrada.
La situación de Mercosur se puede entender mejor si se observa cómo opera la relación comercial y de fronteras en la zona conocida como "la triple frontera" donde se juntan Argentina, Brasil y Paraguay. Es una región económicamente muy activa gracias al turismo y al comercio. Entre la paraguaya Ciudad del Este y la brasileña Foz de Iguazú hay una frontera viva y un flujo de personas que van de un lado a otro del Puente Internacional de la Amistad sin mayor trámite que un sello en el pasaporte puesto con mucha rapidez y sin trabas. En este sentido, ambas ciudades –cada una con más de 300.000 habitantes– parecen una sola, aunque Ciudad del Este es indudablemente Paraguay y Foz de Iguazú es Brasil por todos los lados.
En cambio, intentar llegar a Puerto Iguazú, la limítrofe ciudad argentina de 50.000 habitantes es toda una aventura. No hay un puente entre Paraguay y Argentina y para ir de un lado al otro hay que pasar por Brasil. La parte argentina de la frontera está llena de controles de pasaportes y mercancías, lo que genera congestiones interminables que muchas veces obligan a los turistas o habitantes de la zona a dar media vuelta. De hecho, estando ahí, vi cómo regresaban a Foz varios autobuses llenos de turistas que daban por perdidas sus reservas para disfrutar del turismo gastronómico y cultural que ofrece Puerto Iguazú.
Imagino que los trabajadores y empresarios que esa noche vieron muy reducida su actividad económica lamentaron estos problemas de la frontera tanto o más. No obstante, al comentar el hecho con colegas locales, me dijeron que es algo habitual, lo que para mí lo hacía más sorprendente, pues ¿cómo se explica que las autoridades argentinas no hayan buscado un sistema de control de fronteras que favorezca el dinamismo económico de esa región en lugar de socavarlo? Pero me resulta más llamativo aún que exista un sistema tan extremo de control de personas y mercancías entre países que forman parte de un acuerdo de integración como Mercosur. No busco hacer de la anécdota una categoría. Se trata solo de un ejemplo que ilustra las diferencias entre los países socios y el incipiente nivel de integración que se da en algunos casos.
A las dificultades para concretar el acuerdo se suma el paternalismo medioambiental de la UE, sobre todo en lo que se refiere a la Amazonia. La opinión pública europea y la burocracia de Bruselas creen firmemente que para salvar al planeta hay que salvar el Amazonas y, aunque tienen bastante razón, se equivocan en plantear un escenario de máximos, exigiendo a la región garantías de que los productos no perjudican a ciertas zonas o demandando un cambio de modelo energético que afecta, en última instancia, a sus exportaciones de hidrocarburos.
En definitiva, es una posición que carga las tintas en Iberoamérica mientras mira para otro lado cuando se trata de recibir petrodólares de las potencias del Golfo Pérsico o de hacer negocios con China, el principal contaminador del mundo. Me pregunto si a las castañas chinas, que están invadiendo el mercado y que hacen competencia desleal a las del Bierzo, se les exige un certificado que demuestre que su producción no afecta el hábitat del oso panda. Quiero creer que lo harán, tomando en cuenta las exigencias que se pretenden imponer a algunos productos de Mercosur ante la sospecha de que afectan a ciertos ecosistemas.
Francisco Sánchez es director del Instituto Iberoamericano de la Universidad de Salamanca. Aquí puede leer todos los artículos que ha publicado en www.elindependiente.com.
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