El partido de Puigdemont cumple años, o es Puigdemont el que los cumple, ahí en su trona de cinco años, con sus cinco velitas y sus cinco guindas en la tarta, tarta para comer con las manos y con la nariz como sólo pueden hacerlo los niños, sobre todo estos niños adánicos de la política y de la patria. Puigdemont comparte con Sánchez esa inconsciencia de los reyes niños y ese lujo de tener un partido personal, unido a su destino, a su calendario, a su placenta, y dedicado sólo a protegerlo de las borrascas de la vida, de la política y de la ley como una chacha con parasol. Junts y el PSOE de Sánchez se parecen mucho, los dos utilizan una mitología antigua y un sustrato antiguo (orgánico, institucional y social) para la promoción personal. Y en este último discurso de Puigdemont, un discurso de cinco años, con merengue y pucheros, incluso ha tenido la cortesía de olvidar a Santos Cerdán, que ya está construyendo su jaula de pájaros en la cárcel. Y es normal que Puigdemont haga esto, porque a los que crecieron a la sombra majestuosa y telúrica del “tres per cent”, todo lo de Cerdán, Ábalos, Koldo, Sánchez y familia les debe de parecer miseria y hambre de español zarrapastroso.

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Puigdemont se ha olvidado de Cerdán, su negociador, su heraldo, el que iba con un tributo españolísimo de gorrazos o jamones, como un paleto, el soñado paleto español, a postrarse ante la figura empequeñecida, melancólica y megalómana del president huido, sentado ante cuadros del 1-O como tapices de la rendición de Breda. Por supuesto, el caso Cerdán no le importa nada a Puigdemont, ellos que cuentan con la gozosa tradición de los negocios o impuestos patrióticos, como si fuera la tradición de los castellets o de los calçots. Los socios se escandalizan tan aparatosa como falsamente y luego se retiran a regodearse y hacer nuevos cálculos ante un Sánchez aún más débil, manejable y ferruginoso (excepto Yolanda, más sanchista que Sánchez, o sea esa sanchista que se sigue creyendo a Sánchez, y que sólo siente pena y miedo y no ve oportunidad). Pero que Puigdemont se olvide de Cerdán ya es un gesto significativo, que invita a pensar que pueden olvidar no sólo a ese señor del que usted me habla, sino que pueden olvidar todo lo ocurrido y todo lo que queda por ocurrir, a cambio de una justa compensación. La memoria de Puigdemont, como vemos, tampoco es que sea mucho mejor que la de Sánchez.

Puigdemont se ha olvidado de Cerdán, su negociador, su heraldo, el que iba con un tributo españolísimo de gorrazos o jamones, como un paleto, el soñado paleto español, a postrarse ante la figura empequeñecida del president huido

Sánchez y Puigdemont se parecen más de lo que reconocerían, los dos en su castillo hinchable, uno en Waterloo y otro en el colchoncito de la Moncloa, y los dos agitando unos banderones históricos, morales, ideológicos y dialécticos que sólo son pañuelos de mocos para sus necesidades personales e incluso infantiles. Son, como digo, dos reyes niños. La derecha catalana, tan republicana, siempre ha tenido algún rey (siguen siendo como infantitos de Pujol, que parece que fundó una dinastía shakesperiana sobre una gruesa gola de sanguinidad y negocio). También el PSOE, tan republicano, tuvo su rey, Felipe González, que era como un rey de cabalgata municipal, simpático y falso. Pero los dos sabían que había cosas más importantes que su persona, incluso que su simbología. Para Pujol, la pela y la identidad (la pela usada para ir creando identidad); para González, modernizar España y, de camino, inventar la partitocracia ubicua y meticona, entre el pelotazo y la colonización institucional. Puigdemont y Sánchez, sin embargo, sólo miran por salvar su peluca o sus huesos.

Sánchez hace mucho que sólo piensa en amanecer un día más bajo el lujo institucional de las banderas, como carísimas pólizas del Estado. Y Puigdemont hace mucho que sólo piensa en recuperar el trono, como un heredero portugués o serbio; en que le coronen la peluca anidada de pájaros mustios y brumas del exilio, y no tanto en la Cataluña real o mitológica, en la republiqueta o en el condado carolingio. Se suele decir que Esquerra se ha vuelto posibilista y Junts sigue siendo maximalista, pero lo que ocurre es que la supervivencia política de Puigdemont está unida a su papel de presidente desterrado y sostén personal de lo que queda de la declaración de independencia, o aquella cosa cobarde e indigente que hicieron ellos (no tuvieron valor ni para hacer una revolución de verdad, que pretendían que se la hiciera España). Yo creo que, mientras Esquerra quiere negociar pela o política (pretenden lo mismo, pero tienen más paciencia porque no están pensando en salvar a un rey viejoven con llorera y gota en sus cinco años), Puigdemont sólo quiere negociar preponderancia, volver a tener el dominio ideológico, moral o simbólico del independentismo.

Aquí hemos ido diciendo alternativa o simultáneamente que Sánchez necesita a Puigdemont y que Sánchez no necesita a nadie, porque las dos cosas son ciertas. Sánchez podría sobrevivir sin Puigdemont, y sin parlamento, y sin leyes, y sin presupuestos, y sin Gobierno, sólo con la piscina y la garita de la Moncloa. Pero, aunque esté dispuesto a eso, sabe que la posibilidad de un nuevo milagro, al que no renuncia porque conoce bien a los españoles, sectarios y comodones, pasa por fingir al menos un poco de gobernanza y estabilidad. Los dos, Sánchez y Puigdemont, negociarán por lo mismo, la supervivencia, así que, por mucho que faroleen, es probable que la cosa termine de nuevo en pacto, aun sin Cerdán llevando el botijo a los pies embabuchados del fugitivo orientaloide. La debilidad de Sánchez, tan aprovechable, está para ser aprovechada, y los dos seguirán vivos, no para alcanzar el poder sino para mantener la mitología de sus personajes, esa supervivencia exigua sustentada en una mezcla de martirologio, conspiración, melancolía, decadencia y dolor de tripita. Cuando todo esto termine, si termina, tengan por seguro que no será por voluntad de Sánchez, pero tampoco de Puigdemont.

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