Pablo Colomo y Brays Efe son protagonistas de Las delicias del jardín, la nueva película de Fernando Colomo. Completan el reparto de esta comedia, ya en cines, Carmen Machi, Antonio Resines, María Hervás y Luis Bermejo.

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P.- ¿Qué relación tenéis con la filmografía de Colomo?

P.- (Brays Efe) Las chicas de hoy en día es una de mis series favoritas. Fernando tiene grandísimas películas que me gustan mucho, como Tigres de papel y La línea del cielo. Para mí es un gusto formar parte de una de ellas [se ríe].

P.- Es un cineasta que hoy por hoy hay que reivindicar todavía.

R.- Siempre está on the edge [al filo]. Es un vanguardista nato.

P.- Vivís juntos, he leído.

R.- (Pablo Colomo) Sí. Es un poco como en la película. A mí el covid me coge en la India. Yo vivía en la sierra, dejé mi casa para viajar y no tenía dónde meterme, y nos metimos con lo del guion y hemos ido trabajando.

P.- ¿Cómo es vivir con tu padre a los 37 cuando se supone que es una edad en la que uno se echa pareja, tiene hijos y una hipoteca?

R.- Sí, efectivamente. Parece casi que hubiera perdido en la vida, pero en absoluto. O sea, vivir con mi padre… Es mi amigo. Trabajo con él. Mi padre lo es todo. Yo he vivido independizado desde muy joven, en muchas partes del mundo, y la verdad es que no es la clásica relación padre e hijo. Somos, más bien, compañeros de piso.

P.- ¿Se puede ser amigo de un padre?

R.- Yo creo que sí.

P.- En 2015, tu padre presentó la película Isla bonita. El guión era de 15 folios, lo que permitía experimentar porque casi todos los personajes eran reflejo de la realidad. Podían improvisar. ¿Sucede lo mismo en Las delicias del jardín? Tú eres también pintor, Pablo.

R.- Sí. O sea, hemos estado tres años trabajando el guión. Hay una trilogía extraña de mi padre entre La línea del cielo, donde Resines hacía un poco de mi padre pero era muy libre –eran cinco en el equipo–, y en Isla bonita repitió un poco lo mismo con gente que hacía de sí misma. En Las delicias del jardín es ya una mezcla. Tenemos, por un lado lo bueno de la industria como Alcaine, profesionales tan buenos como Brays Efe y Carmen Machi, pero mantenemos la parte natural de gente que se interpreta a sí misma.

P.- Hay en Las delicias del jardín cierta tensión intergeneracional. Es lo que suele pasar entre padres e hijos. Sobre todo, muchas veces, hay generaciones que piensan que las que vienen  son más vagas, peores, se quedan por todo. Ambos nacisteis en 1988. Vuestros personajes son dos hombres a la deriva. ¿Qué opináis?

R.- (Pablo Colomo) Efectivamente, son un padre y un hijo que no están pasando su mejor momento económico y laboral. Llevarte bien con tu padre es un triunfo en la vida. No todo el mundo lo consigue.

R.- (Brays Efe) Lo guay de que hayan escrito juntos Las delicias del jardín es que la generación mayor no ve por encima del hombro a la más joven, ni viceversa, sino que están todo el rato compartiendo ideas. Son dos hombres enfrentándose a las mismas situaciones, pero en dos momentos diferentes de su vida.

P.- Como las citas. Uno, con Tinder. O la política e ideología, pues en Las delicias del jardín hay cabida para conversaciones entre padre e hijo. ¿Sucede lo mismo en la vida real entre vosotros dos?

R.- Digamos que eso es ficción. Mi padre lo ve con los hijos de sus amigos: parece que la izquierda ha fracasado entre las nuevas generaciones. A lo mejor no se sienten representadas y buscan en otras ideas cómo sentirse identificados. Queríamos meter eso en Las delicias del jardín y viene muy bien tener esas discusiones más que conversaciones.

P.- Hay en Las delicias del jardín una escena en la que tu personaje, Pablo, queda con una chica argentina y la cosa acaba mal por su ideología. Me da la sensación de que esa polarización afecta en la búsqueda de pareja. Ella se marcha cuando este le habla de Milei y ella le llama 'facho'. ¿Es una radiografía de lo que estamos viviendo ahora?

R.- (Pablo Colomo) Efectivamente. Cuando estábamos escribiendo el guión ya veíamos que esto estaba pasando. La polarización es brutal y todo el mundo lo ve.

P.- Tú eres pintor. Tu padre, Fernando Colomo, quiso estudiar cine, pero, por tu abuelo, estudió arquitectura.

R.- (Pablo Colomo) Él quiso ser pintor. Luego le dejaron, se metió a arquitectura y, entre medias, dijo: 'Yo voy a hacer cine’.

P.- Brays, ¿tu padre te apoyó como intérprete y guionista?

R.- (Brays Efe) Mi padre falleció hace muchos años, pero entiendo al padre de Fernando Colomo: 'Vale. Quieres ser pintor. Haz arquitectura, que es como la versión elevada'. Mi madre está encantada con mi oficio, pero a los padres les asusta un poco cuando sus hijos quieren dedicarse a algo más artístico. Es comprensible. Yo vengo de una familia bastante humilde. Mi padre era marinero y mi madre limpiaba casas y cocinaba. De todos modos, yo llegué a Madrid para estudiar Comunicación Audiovisual. No sabía exactamente a qué me iba a dedicar.

P.- ¿Tú siempre quisiste ser pintor, Pablo? ¿Qué te dijeron tus padres? Tu madre es productora de cine.

R.- (Pablo Colomo) Fue al revés. 'Elige lo que quieras y ve a por ello'. Yo veía pintar mucho a mi padre en los veranos. Él es buen pintor, y, como a todo niño, me gustaba pintar. Yo me ponía con él y poco a poco me fue motivando. Como él quería ser pintor también, vio en mí el sueño que él no pudo cumplir.

P.- ¿Os ha salido por casualidad una suerte de sátira sobre el arte contemporáneo?

R.- (Pablo Colomo) Primero porque lo respiramos mucho.Está Javier de Juan, pero Las delicias del jardín es una crítica al mercado de arte, no al arte en sí. Sí hay cierta crítica de cómo ha evolucionado el mercado del arte y lo que significaba la pintura antes, que era más libre; los impresionistas que salían al campo y pintaban lo que querían. Y ahora, digamos que todo esto se ha mercantilizado, sobre todo el arte moderno. Las fronteras están un poco desdibujadas: qué es arte y qué no es arte.

P.- El cine siempre ha sido un mercado: hacer arte o taquilla.

R.- (Brays Efe) Sí. En los últimos años ha aparecido esta cosa que es el 'contenido'. Una de mis viñetas favoritas de la historia, de [la revista] The New Yorker, muestra a dos personas en un museo [mirando] un cuadro y dice: '¿Es contenido?'. Parece ahora que hacer contenido es a veces más importante.

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