"Tiempo habrá para aprendizajes", dijo Carlos Torres este viernes tras el fiasco de la opa del BBVA sobre el Sabadell. El presidente del banco vasco cayó derrotado por segunda vez en el asedio a la entidad catalana, tras una primera intentona amistosa en 2020. Torres asegura sentirse respaldado por el consejo y descartó presentar su dimisión.
¿Qué ha podido pasar para obtener un resultado tan alejado de las expectativas que manejaba tanto el banco como algunos analistas? El propio Torres fue el que se encargó de lanzar las campanas al vuelo durante el período de aceptación. El presidente del grupo vasco se mostraba convencido de que lograría superar el umbral del 50%, marcado como requisito para el triunfo de la opa. Pero el jueves llegó el baño de realidad; poco más del 25% de los accionistas del Sabadell había optado por aceptar la oferta mejorada.
Torres se agarra al argumento de que la posibilidad de hubiera una segunda opa obligatoria si no se conseguía llegar al 50% pudo desincentivar a mucho accionista minorista. No en vano, estos suponen cerca del 40% del capital del Sabadell. Y eso, a su vez, pudo hacer que aquellos institucionales que siguen los índices tampoco se decantaran por acudir. Fuentes financieras creen que solo la mitad de los institucionales aceptó la oferta de Torres.
Pese a la carrera de obstáculos, Torres no cejó en su empeño por hacerse con el banco de Oliu. "Hicimos lo que teníamos que hacer". Pero el tempo elegido no pudo ser menos propicio para que una maniobra hostil de este calibre saliese bien. A diferencia de otros sectores, es realmente difícil que las opas no amistosas cuajen en la banca. La filtración de las conversaciones sobre el acercamiento a las puertas de las elecciones catalanas precipitó todo.
¿El resultado? Que logró la oferta logró aunar el rechazo de partidos de todo color, sindicatos y patronales en la región. Y, mucho más, tras maniobra de Oliu para ganarse el favor del Gobierno devolviendo en enero la sede social del Sabadell a Cataluña, de donde salió en pleno auge del proceso independentista. Con Salvador Illa (PSC) instalado en el palacio de la Generalitat, servía en bandeja el relato de la "normalización" a los socialistas.
Y poco después, con la luz verde de Competencia tras once meses de profundo análisis, Torres se dio de bruces con el siguiente muro; un Consejo de Ministros dispuesto a frenar la opa durante un tiempo suficiente como para que las sinergias previstas se retrasaran y la fusión no se pudiese llevar a efecto hasta dentro de, al menos, tres años.
El Gobierno de Pedro Sánchez, contrario a la operación desde el principio , hizo uso de la ley de opas para poner palos en las ruedas a las ansias de Torres para reducir su exposición extranjera y hacer un banco más 'español'. Pero a pesar del endurecimiento de las condiciones impuestas por Moncloa, Torres convenció al consejo para seguir adelante sin abrir una guerra directa contra el Gobierno por lo que en todos los círculos financieros se ve como un claro intervencionismo político. Eso sí, el resultado puede conllevar aviso a navegantes sobre lo que supone lanzarse a la aventura si la aquiescencia del Gobierno.
El capote del Santander
Visto que Torres no se bajaba del carro, Sabadell optó por desplegar toda la artillería y la potencia de fuego defensiva. Y gracias al capote de Ana Botín, Oliu logró colocar al Santander su filial británica TSB por 3.000 millones, con los que prometió regar a los accionistas en los próximos años. Se trataba de evitar a toda costa que cayesen en la tentación de subirse al transatlántico azul como sí hizo el consejero mexicano David Martínez, la gran grieta en la defensa numantina de Oliu.
Y lo hizo porque Torres guardaba un último as en la manga que el alto directivo se empeñaba en decir que no iba a usar; la mejora del precio de la oferta. La prima llevaba en negativo desde enero y BBVA necesitaba inyectar un revulsivo para animar la operación. La evolución bursátil, dicen los expertos consultados, indicaba que algo no iba tan bien como lo pintaba Torres y sus directivos.
Y es que el consejero delegado de Sabadell, César González Bueno, se había empleado a fondo en comunicar por tierra, mar y aire que la oferta era insuficiente y que no tenía sentido acudir a la primera opa, pues la segunda podía ser más cuantiosa.
En sus explicaciones posteriores a conocer el resultado, Torres dio carta de naturaleza a ese argumento como una de las razones de su fracaso. No quiso entrar a valorar, eso sí, el papel jugado por la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) y la falta de claridad sobre qué criterios usaría para fijar el precio de esa eventual segunda opa obligatoria.
Según fuentes conocedoras, los datos que manejaba internamente BBVA en los últimos compases del período de aceptación era que si llegaban al 30%, sería rozando el palo, como ya había dicho el CEO del Sabadell. Pero con eso hubieran, al menos, salvado los muebles. Sin embargo, Torres se quedó lejos de ese umbral. Ni dejar abiertas las oficinas hasta las 21 horas del viernes ni la dilatada guerra publicitaria consiguió elevar el porcentaje de aceptación.
Estrategia de control de daños
Ahora, pesar ha haberse estrellado por segunda vez en su ambición por controlar la entidad catalana, no parece que Torres vaya a encontrar oposición ni contestación interna entre los miembros del consejo. Él mismo se encargó de recordar que todo se ha hecho con su aprobación por unanimidad. Así que tras conocer los resultados, decidió desplegar a toda prisa la estrategia de control de daños. Millones y millones prometidos para repartir entre los accionistas, que la bolsa recibió con un rebote de un 6% en la sesión de este viernes.
El contrapunto fue para Sabadell, que cayó más de un 7%. Oliu se alzó victorioso en la batalla librada durante los últimos 17 meses. Pero, a diferencia de Torres, el catalán debe seguir librando la guerra bancaria con una entidad ahora más pequeña, que pese a su resistencia numantina, sigue sin tener un 'núcleo duro' que le proteja de futuras operaciones corporativas. Lo contrario sería que él saliese de compras.
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