Desde hace décadas, en muchos países europeos (incluido España) ajustamos los relojes dos veces al año: lo adelantamos al llegar la primavera, y lo atrasamos con la llegada del otoño. Sin embargo, esta práctica podría tener sus días contados.
Este debate no es nuevo: la Unión Europea ya abrió la posibilidad de dejar de alternar entre horario de verano e invierno hace algunos años, pero nunca se alcanzó un consenso definitivo. Ahora, ha sido Pedro Sánchez quien ha vuelto a impulsar la idea, argumentando que los cambios bianuales "ya no aportan ahorro energético y sí provocan molestias y efectos negativos en la salud"
¿Por qué surgió el cambio horario?
El cambio de hora tiene su origen en medidas de eficiencia energética. La idea era aprovechar más la luz solar durante los meses más largos del año y reducir el consumo eléctrico. En la práctica, adelantar el reloj en verano pretendía hacer coincidir mejor las horas de luz con la actividad humana.
Con el paso del tiempo, sin embargo, varios estudios han cuestionado los beneficios reales de este sistema: el ahorro energético no siempre es significativo, y hay costes asociados en salud, en productividad, en adaptación, etc. Por eso, la propuesta de España no surge de la nada, sino de décadas de discusión y cuestionamientos en Europa.
Esto es lo que propone España
España sugiere que 2026 sea el año en el que desaparezca el cambio estacional del reloj. Para ello, plantea reabrir el debate en la Unión Europea, aprovechar el hecho de que el calendario de cambios se da por concluido ese año. En palabras del gobierno, "no tiene sentido seguir cambiando el reloj dos veces al año", sobre todo si los beneficios energéticos son escasos y las consecuencias negativas para la salud son evidentes.
Además, el gobierno sostiene que esta medida cuenta con respaldo mayoritario entre la ciudadanía europea, lo que podría facilitar su aceptación en el ámbito comunitario. Aunque la propuesta esté sobre la mesa, todavía queda generar acuerdos entre estados, considerar diferencias geográficas (latitud, horarios locales) y establecer qué horario permanente adoptar (el de invierno o el de verano).
¿Qué le pasa a nuestro reloj biológico cuando cambiamos de hora?
Nuestro reloj interno, conocido como ritmo circadiano, regula multitud de funciones fisiológicas: sueño y vigilia, temperatura corporal, liberación hormonal, apetito, rendimiento cognitivo, metabolismo, entre otros. Este sistema se sincroniza principalmente con las señales externas como la luz natural, los horarios de comida o actividad, etc.
Cuando desviamos el horario una hora (adelantando o retrasando el reloj oficial), estamos forzando un reajuste temporal de ese reloj interno. Ese desajuste no es automático: el organismo necesita adaptarse gradualmente. Por eso muchos sentimos desorientación, somnolencia, baja atención, mal humor o alteraciones del sueño la semana o semanas después del cambio.
Los efectos suelen ser más notables en las primeras jornadas tras el cambio horario. Para algunas personas (particularmente aquellas con ritmos más rígidos, insomnio, mayores o con problemas de salud), el ajuste puede costar más. En general, el organismo recupera el equilibrio pasados unos días, pero el impacto no es neutro.
Ventajas de eliminar el cambio horario estacional
Si efectivamente se opta por dejarlo, hay algunos efectos potencialmente positivos para la salud y el bienestar:
- Menos alteraciones de sueño y estado de ánimo: Al eliminar el cambio brusco, se reduce el estrés que supone al reloj biológico adaptarse cada primavera y otoño. Esto podría traducirse en menos alteraciones del sueño, menos trastornos del ánimo y un menor impacto en la salud mental, especialmente en poblaciones sensibles.
- Mayor estabilidad en el ritmo circadiano: Un horario fijo facilita que nuestro cuerpo mantenga una sincronía más constante entre los ciclos de luz/oscuridad y las actividades sociales y fisiológicas.
- Menor costo de adaptación social: Las jornadas posteriores al cambio suelen tener una "brecha de productividad" o malestar colectivo. Al eliminar el cambio, se evita ese efecto repetido.
- Reducción de riesgos en los días de transición: Algunos estudios han destacado ligeros aumentos de accidentes de tráfico, problemas cardiovasculares o incidencias en salud el día del cambio horario. Una transición cero podría mitigar esos picos de riesgo.
¿Qué horario adoptar de manera permanente?
Aquí sí que no hay consenso. Si se elige mantener el horario de verano todo el año, habrá lugares con amaneceres más tardíos en invierno, lo que, en parte, dificultaría el inicio de las actividades matinales. Mientras, si se opta por el horario de invierno todo el año, durante el verano se perdería parte de la luz al final del día, lo que tendría posibles efectos en el ocio y en el consumo energético.
Aquí hay que tener en cuenta las diferencias territoriales, y es que las latitudes más altas experimentan variaciones más extremas. Por ello, lo que funciona bien en una zona de España puede no funcionar en otra. Además, si se diera consenso entre los países europeos, habrá algunos que prefieran mantener el de invierno, y otros el de verano, surgiendo desajustes fronterizos y confusión en los transportes. La coordinación, tanto a nivel nacional como internacional, es clave.
¿Podría ser este el último cambio?
Aunque ninguna decisión está tomada, la propuesta española para 2026 tiene entidad: encaja con un momento en que las dimensiones legales del cambio horario (como plazos fijados por la UE) "vencen" y con un argumento político-social fuerte: que el cambio ya no aporta lo que prometía y tiene más efectos negativos que positivos.
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