Este lunes 27 de octubre, Rosalía estrena Berghain, primer adelanto de Lux, el esperado cuarto álbum de la catalana que verá la luz el próximo 7 de noviembre. No es un simple lanzamiento, sino una declaración de intenciones: una canción bautizada como el epicentro simbólico de la música electrónica europea, el club berlinés que convirtió el exceso en liturgia.
En Berghain participan Björk e Yves Tumor, dos figuras que resumen la tensión entre cuerpo y trascendencia, entre ruido y plegaria, en la que ahora parece que se mueve Rosalía en esta nueva era inclinada hacia lo espiritual. Si la islandesa, con la que ya hizo Oral en 2023, y que se persona en el vídeo de Berghain como un petirrojo, representa la alquimia vocal que ha hecho del dolor un instrumento, Tumor encarna la otra cara del misterio: la del artista que convierte la disonancia en identidad. Él es la fiera desatada que dice "te follaré hasta que me quieras", representada en el vídeo como un animal mitad ciervo mitad hombre, que recuerda a alguna fantasía de García-Alix.
Yves Tumor, un talento inclasificable
Sean Lee Bowie, conocido como Yves Tumor, nació en 1990 y creció en Knoxville, Tennessee, en un entorno que él mismo ha descrito como "aburrido y conservador". A los 16 años empezó a producir música como vía de escape, aprendiendo por su cuenta a tocar guitarra, bajo, batería y teclados. Su primera identidad sonora fue Teams, un alias ligado a la escena post-chillwave, pero el verdadero salto llegó con When Man Fails You (2015) y Serpent Music (2016), obras que situaron su nombre en la órbita de PAN Records, laboratorio de la electrónica más conceptual y de los cruces entre música y arte contemporáneo, y de la escena experimental de Berlín (donde actúa precisamente el próximo 22 de noviembre). Desde entonces, Tumor se ha movido entre continentes, estilos y formas de vida. Ahora vive en Turín, pero su territorio es el tránsito.
Su música combina el soul y el noise, la psicodelia y el R&B, la electrónica y el glam rock. En Safe in the Hands of Love (2018) y Heaven to a Tortured Mind (2020), su sonido se volvió más físico, más directo, sin perder la sensación de peligro. Su disco de 2023, Praise a Lord Who Chews but Which Does Not Consume; (Or Simply, Hot Between Worlds), consagró esa mezcla de erotismo y angustia que lo emparenta con Prince o el Bowie de su nombre. Su discografía no busca una coherencia de estilo, sino una continuidad en la perturbación.
"O me amas o me odias"
Tumor se ha ganado fama de enigmático. Concede muy pocas entrevistas, rara vez explica sus letras y ha hecho de su imagen una armadura cambiante: mitad ángel, mitad performer posindustrial. En una conversación con Courtney Love en Interview Magazine en 2022, dijo algo que resume su ética artística: "No quiero estar en el punto medio de los pensamientos de nadie. Prefiero que alguien realmente no me soporte o que me adore". Esa lógica del amor o el rechazo atraviesa toda su obra, una música que no se ofrece para complacer, sino para provocar. Su concierto más comentado de los últimos meses, como telonero de Swedish House Mafia en Nueva York, terminó hace pocas semanas en abucheos: ruido industrial, luces hirientes y un gesto final –"a la mierda todos"– que fue tanto un acto de defensa como una declaración artística. Lo que para el público fue una provocación, para Tumor fue una performance de autenticidad.
Su universo estético se extiende al cuerpo. En una entrevista con la artista Kembra Pfahler para la revista AnOther Magazine, Tumor reconocía que la ropa, el maquillaje o la puesta en escena son parte del proceso creativo: "Soy el recipiente de las ideas de muchos. No puedo atribuirme un look porque siempre es un trabajo colectivo". Esa conciencia de sí como superficie donde otros proyectan deseos y fantasías tiene algo claramente contemporáneo: Tumor actúa como un espejo que devuelve al espectador su propia incertidumbre sobre el género, la identidad o la belleza. En el escenario, con cuero, tacones y heridas de luz, su cuerpo parece un instrumento más, tan moldeable como el sonido.
Una alianza natural
De ahí que su alianza con Rosalía no sea casual. Berghain promete unir tres formas distintas de espiritualidad artística: la mística electrónica de la excéntrica Björk, el nuevo barroco emocional de Rosalía y el paganismo posmoderno de Tumor. El club berlinés donde transcurre la canción –más símbolo que espacio real–, donde los temas de Tumor son de los más pinchados, funciona como templo profano donde la música deja de ser mero entretenimiento para volverse rito. Que sea ahí donde Rosalía sitúe el primer corte de Lux indica una voluntad de expansión: del flamenco digital a una especie de liturgia europea donde el pop se cruza con la experimentación y la iconografía queer.
En los últimos años, Yves Tumor ha construido una narrativa que subvierte las categorías heredadas. No es un músico "de culto" en el sentido elitista, sino en el religioso: su público acude a sus conciertos como quien asiste a una ceremonia. Lo que se percibe no es tanto la ejecución de canciones como un proceso de transformación. De ahí que su alianza con la Rosalía espiritual de Lux sea tan natural. "No quiero apoyar ningún discurso religioso, solo jugar con esas imágenes", confesaba en su diálogo con Pfahler. Ese juego con lo sagrado –y su contaminación con lo corporal– atraviesa sus letras: “God Is a Circle”, “Ebony Eye”, “Heaven Surrounds Us Like a Hood”. En todas ellas aparece la búsqueda de una forma de fe que no excluya la carne.
Su relación con la industria es igual de ambigua. Se burla de las reglas, pero sabe utilizarlas. "Hoy las discográficas son bancos", decía a Courtney Love. "Te adelantan dinero, esperan que uno de cada cien funcione, y mientras tanto te exprimen". Frente a eso, Tumor reivindica el control creativo absoluto. Escribe, produce, dirige sus vídeos y diseña su imaginería visual. En Hot Between Worlds, trabajó con Noah Goldstein –ingeniero de Kanye West y Frank Ocean, productor del Motomami de Rosalía y coautor de Berghain–, para perfeccionar una textura que oscila entre lo celestial y lo viscoso. Lo espiritual y lo sensual nunca se excluyen; más bien se empujan mutuamente hasta el borde.
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