El día de la DANA, Mazón estaba en El Ventorro, haciendo de galán o de zumbón, y Sánchez estaba en la India, recibiendo palanganazos de flores y reverencias de bebés elefantes. Lo digo por situar la cosa, si la cosa es el paradero de nuestros gobernantes y no el hecho de que lo público no funcione, ni en las emergencias apocalípticas ni en la cotidianidad del cercanías, ni con nuestros presidentes regionales folclóricos, que andan comiendo con la fallera, ni con nuestro presidente nacional glorioso, que anda haciéndose tirabuzones. A Mazón ya le riñe hasta Feijóo (Feijóo a lo mejor también acaba de bajarse de un elefante indio emplumado, o de un exuberante guindo español, y no se ha enterado de lo de Mazón todavía). Pero Mazón no deja de ser un político de pueblo, acostumbrado a sus cosas agropecuarias, a hablar del santo y de la cosecha, a comer con empresarios, periodistas o reinas de la vendimia, y que de repente resulta que se tenía que poner a comandar una catástrofe histórica porque, si no, allí no funcionan ni los carteros. Más resolución y recursos esperaría yo de un estadista como Sánchez, que tiene hasta war room alicatada, pero tampoco.
Mazón estaba en El Ventorro, con mentirijilla y lamparón. Yo creo que eso es lo que va a quedar, con todo lo que pasó y todo lo que no pasó, no ya en ese día sino en los posteriores. Mazón estaba en El Ventorro, por trabajo o con porrón, y Sánchez estaba en la India, encima o dentro de un elefante como el del Moulin Rouge, y hasta Teresa Ribera, con su cosa de bruja de la ecología (su transición ecológica tiene algo de magia turbia) estaba por Bruselas haciendo política de fotocol. Pero el caso es que, tres días después, cuando ya los teníamos bien localizados a todos y ya les había dado tiempo a mirar los wasaps, a ponerse la escafandra y hasta a subir al puente de mando con anclas en las mangas, todavía salían los vecinos, negros de barro, muertos en vida, para decir que por allí todavía no había aparecido nadie. Nadie. Pero claro, a ver qué hacía Mazón en El Ventorro, con desconsideración hasta en el nombre e incluso con una locutora guapa, que las vecindonas no sospecharían tanto si hubiera estado con el archivero jefe.
El Ventorro tiene nombre de misterio castizo, de crimen de cortijo o de cuernos de cortijo, y eso da más morbo. Sí, Mazón estaba allí y no sabemos si se ponía o no se ponía al teléfono, si estaba con cordero o con cordera, ni sabemos por qué ha dado tantas versiones de algo que, como mucho, ya digo, va a tener un cordero o una cordera, o sea que uno lo ve poco misterioso para tanto misterio que genera. No sabemos la cronología de Mazón, que casi deberíamos llamar cronograma, que lo estamos vigilando como si fuera un reactor nuclear, o como si, más que un presidente autonómico, fuera Koji Kabuto, que tiene que pilotar el Mazinger Z contra el fin del mundo. Los cronogramas del caudal del Poyo los miramos menos, y lo que hizo Ribera con sus transiciones mágicas y lo que hizo Sánchez esperando como en el sillón de orejas de la Moncloa, tampoco tiene mucho que mirar, parece. Pero Mazón comiendo a dos carrillos mientras moría la gente (como esa gente que comía a dos carrillos cuando lo de Gaza), eso es imperdonable. Tan imperdonable que yo creo que para muchos esto es el aniversario del Ventorro, más que nada.
A uno no le da tanto miedo pensar que nuestros políticos son lo que son, o sea unos mediocres o piernas que, por listos o por tontos, acaban inaugurando ferias de la tapa en su pueblo o jugando al correpasillos con Trump (no están tan lejos en la escala estas dos opciones). A uno le da más miedo pensar que, si acaso a alguno de nuestros altos prebostes le da un apretón más largo de la cuenta, o un desmayito de flato o de dignidad, como a Sánchez, o está de domingo o de picos pardos, aquí no funciona nada. Pero la verdad es que éste es un miedo infundado. En realidad, no funciona nada de todas formas, ni aunque estén nuestros políticos en los gabinetes de crisis, en habitaciones acolchadas o blindadas, posando con generales, computadoras, radares, sirenas de alarma y rojos tornasolados que les ponen cara de ciborg, unos ariscos cíborgs de provincias. No tenemos más que recordar aquel comité de expertos que nunca existió.
Pero si hay que culpar a Mazón, como a Sánchez, no es por no estar sino por no hacer
Y no tanto por no hacer en el momento de la catástrofe o del susto sino después y, sobre todo, antes. Eso es gobernar, prever y solucionar, lo demás, lo del momento, incluso saltar de la mesa o saltar del elefante, es sólo gestión publicitaria para el telediario.
Se diría que dependemos de que Sánchez esté en el búnker, o Mazón a los mandos de un robot, o Moreno Bonilla con bandejita de riñón, no ya para una catástrofe histórica sino para la feria de la tapa, la cosecha o la radiografía. Mazón podría comer cordero o cordera, y hasta Sánchez surfear, incluso cuando sobreviene el apocalipsis, si aquí hubiera gobernanza, planes, protocolos. No, Mazón no es especialista en emergencias, como Page no es el hombre del tiempo, y sería una tontería estar pendientes de ellos para coger el paraguas o atrancar la puerta. Los políticos no tienen que dormir con un ojo abierto ni pilotar el caza, sólo tener planes, gente, especialistas y recursos. Lo que ocurre es que sólo tienen gabinetes de propaganda.
La verdad es que Mazón sí es culpable, como Sánchez (todo el Estado falló, no esa tarde sino durante muchos días más). Pero no son culpables por andar comiendo o rumbeando, ni por no estar en la sala de mapas, mirando los mapas al revés. Son culpables porque todo se para a la espera de la orden política, haya que esperar las tres horas de digestión de Mazón, los cinco días de desmayo de Sánchez o, más comúnmente, el puro interés. En la Moncloa pasó con la dana, con el bicho, con los incendios, y pasa todos los días, sin más. Pero, ah, El Ventorro, qué nombre para el idilio y para la culpa. Tanto que, para algunos, merece el verdadero aniversario.
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