El Barça ha vuelto a demostrar que lleva muchos años paseándose por Europa con una mandíbula de cristal. El cuadro culé fue, de nuevo, superior durante casi todo el partido y mereció marcar gol antes. No lo consiguió hasta la segunda parte gracias a un Lewandowski en racha (quinto gol en sus últimos cuatro partidos), pero la alegría desapareció de un plumazo con el tanto del empate de Osimhen en la única ocasión que tuvo el Nápoles en todo el partido. Los de Xavi comenzaron a temblar -aunque menos que en otras eliminatorias europeas- y en los últimos minutos los fantasmas culés de las Champions anteriores sobrevolaron el estadio. Pero, por suerte, el Nápoles está lejos de ser a día de hoy uno de los mejores equipos de Europa.

Lo cierto es que esta noche se juntaban el hambre y las ganas de comer. De un lado el Barça, descolgado ya de la Liga en febrero, eliminado de la Copa y goleado en la Supercopa. Con un Xavi que está pero ya se sabe que no estará - a partir de junio- y sufriendo para sacar adelante cada partido desde el principio de la temporada, sin importar el rival ni el escenario.

Paradójicamente, el equipo catalán ha puesto todas las esperanzas de esta temporada en la Champions League, la competición que más traumas les ha causado en los últimos años. Pero lo cierto es que no queda otra, y el campeonato europeo puede ser ilusionante, sobre todo si se tiene suerte en los cruces, porque no exige un gran nivel en el día a día. Pero jugar mal y ganar la Champions... Eso es algo que el Barça, como club, todavía tiene que demostrar. Porque hasta ahora la 'Orejona' siempre ha llegado en temporadas brillantes a nivel de juego.

Enfrente estaba el Nápoles, que sigue siendo el vigente campeón de la Serie A aunque esta inmerso en una buena crisis. Va noveno en liga y nada funciona. Ni Rudi García ni Walter Mazzarri lograron dar con la tecla para devolver el equipo al nivel que mostró la temporada pasada, así que dos días antes de esta eliminatoria Aurelio De Laurentiis, presidente del club napolitano, decidió quemar las naves y contratar a Francesco Calzona. Jugada arriesgada. Es poco habitual un giro de timón así antes de un partido como este. Pero ya sabemos de De Laurentiis no es un tipo normal.

Con todo, los primeros 25 minutos del Barça fueron de lo mejor de la temporada. Los blaugranas consiguieron secar por completo al Nápoles (que no tiró a puerta en toda la mitad), y merecieron por mucho adelantarse en el marcador. Lamine tuvo dos disparos de media distancia, pero uno se fue arriba y otro lo sacó Meret, el guardameta local. Sin embargo, la más clara llegó en las botas de Lewandowski, que no acertó a remachar a puerta un balón raso de Cancelo después de una buena jugada del lateral por banda izquierda. Segundos después Gündoğan probó suerte con un disparo lejano, que Meret desvió a córner.

Xavi quería el control y su equipo lo tenía. La apuesta volvió a ser la de los cuatro centrocampistas, que tan buen resultado dio la temporada pasada y tantas dudas estaba generando en esta. Christensen repitió como pivote a falta de uno mejor, pero en esta ocasión sí logró hacer un partido correcto, aunque sin alardes. Y arriba, como ya es habitual, se fiaba casi todo al desequilibrio de un chaval de 16 años.

Y cuando el Barça estaba mejor... Todo se calmó. El equipo de Xavi volvió a estar más espeso a partir de tres cuartos de campo -la tónica habitual esta temporada- y el Nápoles, sin hacer nada del otro mundo, pudo crecer para igualar el partido. Y no pasó nada más hasta que el árbitro pitó el descanso. El cuadro culé perdonó en los primeros 45 minutos. Y eso no suele ser buena idea en Champions.

Segunda parte

El Nápoles comenzó la segunda mitad con un amago de más de intensidad, aunque de nuevo fue el Barça el que avisó primero. Fue otra vez Gündoğan, que desperdició con un disparo muy flojito una buena contra conducida por Lamine.

En el minuto 60 apareció Lewandowski para imponer justicia. Araujo consiguió conectar con Pedri y el canario, desde el borde del área, logró filtrar entre las piernas del central Rrahmani un gran balón al polaco, que se sacó un disparo raso pero potente al palo izquierdo de Meret. Un 0-1 que le daba al equipo un balón de oxígeno y, sobre todo, más tranquilidad para tratar de finiquitar la eliminatoria durante la segunda parte.

Los aficionados napolitanos se resignaban en la grada a ver, de nuevo, lo que llevan viendo toda la temporada. Una volea de Pedri desde fuera del área avisaba de nuevo, aunque fue demasiado centrada. Y Calzona movía el banquillo: dentro Traoré y Lindstrom y fuera Cajuste y Kvaratskhelia, que aún está por ver si es uno de los mejores jugadores de Europa o se queda en un one season wonder de manual, porque el georgiano no es ni la sombra de lo que fue el año pasado.

Y en esas empató el Nápoles. Lo hizo Osimhen, que recibió un balón dentro del área a espaldas de la portería de Ter Stegen y logró deshacerse de Íñigo Martínez para voltearse y batir a placer al guardameta alemán, que se venció antes de tiempo. El primer tiro a puerta de los locales y para dentro. Y la enésima demostración de que el Barça lleva demasiadas temporadas con los mismos problemas en Europa, aunque vayan pasando jugadores y entrenadores. Osimhen, por cierto, abandonó el campo de manera instantánea para dar entrada a Simeone.

La grada comenzó a apretar y el Nápoles se lo creyó un poquito. Y eso bastó para ver a los de Xavi temblar. De pronto dejaron de ser capaces de conservar la posesión de la pelota y comenzaron a perder más balones en campo propio. Y por primera vez el Nápoles comenzó a ser mejor desde una superioridad más mental que futbolística. En cada balón se intuía el gol local.

Xavi sacó a Pedri y a Christensen para dar entrada a Oriol Romeu y a João Félix, que volvía cuatro partidos después. Simeone peleaba cada balón y lo intentaba con más alma que acierto. Pero fue Gündoğan quien tuvo la última con un disparo con la zurda desde la frontal que se marchó por poco. Antes el Barça había conseguido relajarse un poco y dejar de creerse que estaba sufriendo. Empate, y Montjuic decidirá.