Han pasado casi treinta años desde que un anuncio televisivo de Renault puso de moda el término JASP, que hacía referencia a una generación de jóvenes aunque sobradamente preparados que, pese a su formación, no encontraban en aquellos momentos empleo o accedían a puestos por debajo de sus capacidades. Aquellos chicos ahora peinan canas y se acercan a los peligrosos 50 años, ese territorio en el que, de nuevo, un traspiés laboral te puede llevar a engrosar la dramática lista de los parados de larga duración (los que llevan al menos un año buscando un empleo).

Dicho de otro modo, estos JASP pueden acabar siendo los nuevos JASP, los jubilados aunque sobradamente preparados, casos de talento senior desaprovechado que cada vez más voces están llamando a cuidar.

En las estadísticas cabe todo, y junto a capital humano poco cualificado hay muchas otras historias de mayores de 45 o 50 años que, tras afrontar un despido colectivo o una prejubilación en puestos de alto valor añadido, han trabajado tirando de adaptación en aquello que se le ponía por delante, aunque no estuviera a la altura de sus logros pasados; se han lanzado a eso que parece reservado a los jóvenes, a emprender, con mayor o menor éxito; o no se han podido reenganchar al mercado laboral.

Porque, por ejemplo, en España había informáticos en 1978 y C.U. era uno de ellos. Pero la crisis, como a tantos otros, le expulsó del mercado laboral en 2012 con 55 años. Cuenta que un día se sentó con una hoja y un bolígrafo para escribir todas las cosas que había intentado hacer después de ser despedido. Su vida, relata, parece un documental de esos de las estrellas de cine en los que uno se da cuenta de que Harrison Ford fue carpintero en una galaxia bastante más cercana.

Comercial de aspiradoras, vendedor de seguros, promotor de una franquicia de perfumes de imitación. Hasta se se ofreció como autónomo a empresas de México, República Checa o Inglaterra   -en España, dice, ofrecerse como autónomo a un banco no es posible-, y finalmente se acabó jubilando.

La edad siempre será un problema

C.U. recalca que en España sigue habiendo un “factor cultural” que hace que la juventud esté sobrevalorada y que se desprecie a los trabajadores de más edad. Habla de “frustración” cuando después de quedarse en el paro se dio cuenta de que “el mercado de trabajo le había sacado por su edad y que no podía luchar contra eso”.  Y cuando estás en el paro con ciertas edades “hay que tener una mentalidad a prueba de bombas”. “Es una guerra y hay que aguantar en la trinchera”, afirma.

Sí, la edad parece ser un problema. Y puede que la cualificación también. Ser uno de estos JASP hoy en día es más una losa que una palanca.

Según un reciente informe de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea), en cuyo patronato están las grandes empresas del país y hasta el Banco de España, de los 1,9 millones de parados de larga duración, unos 636.500 personas tienen entre 45 y 59 años (más del 60% de los parados de esas edades).

El estudio, que analiza en profundidad el fenómeno del paro de larga duración, explica que más del 40% de los desempleados en esas franjas de edad seguirán sin empleo dentro de un año y que, si sobrepasan ese umbral, la probabilidad de seguir en el paro a los 24 meses se eleva al 80%.

Pero no solo la edad influye en las posibilidades de encontrar empleo. El informe también plantea que la estancia en el paro entre los 45 y los 59 años se incrementa a media que aumenta el nivel educativo. En este punto, los autores precisan que esto puede deberse a que, a la hora de aceptar un empleo, estos parados no se conforman con cualquier sueldo y a que aquellos que proceden de uno indefinido tienden a agotar los largos periodos de cobro del desempleo a los que tienen derecho.

Un trabajador experto no es un trabajador dócil

Uno de estos parados de larga duración camino de los 60 años es F.M., que da otra serie de claves. Perdió su empleo cuando tenía 56 años, hace casi dos. Trabajaba en una consultora que desarrollaba un proyecto para el Banco Santander en 2016 cuando este se congeló y volvió a su matriz. Sin embargo, ya no había sitio para él y, tras varios meses desempeñando diversas funciones, finalmente fue despedido.

Según señala, la reestructuración bancaria ha tenido como reverso la destrucción de gran número de puestos de trabajo, como lo tuvo la reconversión industrial en los astilleros. Este proceso ha salvado a la banca, pero ha dejado al mismo tiempo mucho desempleo a su paso. Además, muchos procesos se han modernizado y automatizado en el sector de modo que, personas como él, que trabajaron alumbrando la banca digital, han perdido su empleo por culpa de las automatizaciones, aunque sea de forma directa, como el arquitecto que yace en su propia pirámide.

F.M. asegura que en el mercado laboral hay un exceso de demanda de empleo cualificada y que, a día de hoy, las tareas que se requieren no precisan gran experiencia porque son perfiles nuevos, como los relacionados con el Big Data. Así es que, a igualdad de experiencia, “hay gente con 10 años menos igual de capaz que yo de hacer estos trabajos”.

Pero no solo eso. Otros dos elementos que juegan en contra a la hora de volver a trabajar pasados los 50 años son los que tienen que ver con el grado de implicación que se espera de los trabajadores y con su grado de adaptabilidad.

Según F.M., muchas empresas piensan que un candidato con más de 50 años y la vida hecha tendrá un menor grado de implicación en la empresa, algo que otros compañeros de batalla confirman. C.U. matiza que son las nuevas generaciones las que están demostrando tener menos compromiso tras haber visto de cerca los efectos de la crisis.

Los mayores no son dóciles

Además, los dos mencionan que para una empresa, un trabajador mayor es alguien a quien puede costar influenciar o modelar. Un trabajador joven es, en cambio, más manejable. De nuevo, el estudio de Fedea argumenta que la incorporación de trabajadores mayores en las empresas "puede plantear retos para la gestión de recursos humanos, especialmente si sus superiores son jóvenes".

Sin embargo, otro de estos senior jubilados a la fuerza reitera que su generación pertenece a esa estirpe de trabajadores que pensaban en hacer carrera en las empresas a golpe de trabajo bien hecho.

Lo de J.S. fue ser director financiero de una empresa, pero, cuando su superior fue despedido en el año 2003, todos sus cargos de confianza se fueron también a la calle. Tenía 53 años y todo un futuro por delante.

Aquel había sido su trabajo durante los últimos 20 años, “cuando esas cosas pasaban”, dice al otro lado del teléfono en su retiro invernal en Gandía. Para hacer frente a la situación trató de prepararse una oposiciones, pero por cuestiones administrativas se retrasaron y, “como no sabía hacer otra cosa que vivir entre el trabajo y la familia”, acabó trabajando de teleoperador.

"No sabía hacer otra cosa que vivir entre el trabajo y la familia"

Este ex director financiero reconvertido pasó por varios trabajos similares, ayudando a hacer operaciones bancarias al otro lado del teléfono o reclamando deudas a clientes morosos, mientras pensaba que después de haber hecho su trabajo lo mejor posible desde los 14 años eran otros los que le debían algo a él.

Al final encontró otro trabajo en una gestoría, otro para toda la vida que le duró siete años, hasta que esa bestia que llaman despido por causas objetivas le mandó otra vez al paro con 63 en 2014. Cuando J.S. volvió a buscar un empleo con esa edad, la realidad le golpeó fuerte. Muchas cosas habían cambiado y, con toda una experiencia a la espalda, “no tenía acceso a los trabajos actuales, porque todo eran cosas nuevas”. Su experiencia no valía nada.

¿Hay que retirar a los mayores?

Todo depende de cómo se vea la vida a partir de ciertas edades. El Círculo de Empresarios, una de las organizaciones más proactivas en la lucha por la puesta en valor del talento senior, reunió la pasada semana a una serie de expertos en el campo de la medicina que coincidían en que si la esperanza de vida crece exponencialmente, no necesariamente se amplía el tiempo que somos mayores, sino el que somos jóvenes.

Rafael Puyol: "Las prejubilaciones no tienen ningún sentido en el actual momento demográfico"

Uno de ellos era el catedrático de Geografía Humana Rafael Puyol, quien resumía la idea con el término "juvenescencia". "Hay que situar el umbral del envejecimiento más arriba porque le hemos ganado 10 años a la vida en condiciones muy favorables y ya nadie dice que una persona con 65 años sea vieja", sostenía.

Una de las consecuencias de no recalibrar la situación de los mayores de 50 o 60 años será, según Puyol, una caída importante de la población activa. "Lo de las jubilaciones no tiene ningún sentido en el actual momento demográfico", añadió. Pero aún más, desde el Círculo de Empresarios, por ejemplo, se considera que mantener a los trabajadores más mayores al pie del cañón, no es una cuestión solo de números, sino una forma de aprovechar su experiencia y conocimientos.

Volver o no a la vida

J.S. asegura que los de su generación no saben hacer otra cosa que trabajar. Por eso, relata lo duro que fue para él asumir su nueva condición de jubilado forzoso. “Al principio estaba rabioso, pero después empecé a ir al gimnasio, viajé, pensando aquello de men sana in corpore sano. He recuperado la lectura y he ido asumiendo esta nueva etapa e incluso pienso ahora que el trabajo está sobrevalorado”.

Sin embargo, habla de “otros que se han deprimido o incluso han empezado a beber”. “Es comprensible. Los que tienen ahora 52 años y no alcanzarán el subsidio hasta los 55 años deben estar pasando lo inimaginable y hay que ayudarles”, añade.

En esa pelea se encuentra F.M., que está buscando la forma de publicar escritos divulgativos sobre economía, para sacar partido a su conocimiento, y que ha empezado a escribir poesía. “Cada día pasas por una emoción nueva, y es muy complicado”, dice.

“Hay gente que se ha derrumbado, porque una situación así exige una fortaleza a prueba de bombas”, insiste F.M.  “Pero hay que seguir adelante”, dicen todos ellos desde ese lugar al que le ha llevado la deriva del paro.

Los tres relatan una anécdota recurrente, la de llegar a una entrevista de trabajo y ver cómo el rostro de la persona responsable de selección cuando se da cuenta de la edad del candidato. “Se le cambió la cara”, dice C.U. a propósito de una esas ocasiones.

Sin embargo, asegura que “hay cosas que no se aprenden hasta que se llevan 30 años trabajando”, desde el saber estar en una reunión a tratar con personas de rango superior. Sin embargo, son los tiempos los que dice, parecen haberle sacado de su lugar: “Si no llevo piercing ni tatuajes, soy yo el que está fuera de lugar en según qué sitios”.