Vodafone se despedirá de España en 2024. No así su marca, que podrá permanecer durante diez años. Así lo permite el acuerdo firmado entre la operadora española y Zegona, el fondo de inversión de capital riesgo que ha adquirido el negocio de la compañía por unos 5.000 millones de euros. Tras mucho tiempo de rumorología y en el que las cifras no le daban al gigante de las telecomunicaciones, esta misma semana comunicó que abandonaba el mercado español debido a la crisis de resultados que llevaba sufriendo desde hace años.

Atrás quedan los años de bonanza en los que Vodafone fue ganando protagonismo en el mercado nacional. Su apuesta por las infraestructuras, precios competitivos y por una televisión con todos los contenidos posibles (incluido el fútbol) hizo que le llegara a mirar a los ojos a la todopoderosa Telefónica. Pero su realidad es que la operadora ha ido arrojando pérdidas trimestre a trimestre y solo los créditos han salvado a Vodafone España de males mayores. De hecho, las pérdidas superaron los 383 millones de euros el pasado ejercicio fiscal. Posiblemente, la gota que ha colmado el vaso a la dirección de la matriz, que deja un regusto a fracaso y decepción entre los empleados de la propia compañía en nuestro país.

La noticia, no obstante, no pilla de sorpresa a un sector de las telecomunicaciones que acapara los titulares y las portadas de la prensa económica. España, y casi todos los países en Europa, atraviesa una crisis sin precedentes. La alta competencia por atraer a clientes derivó en una guerra sin cuartel entre las operadoras. Entrada la primera década de los 2000, irrumpieron las llamadas low cost, que comenzaron a tirar los precios por los suelos, haciendo que las grandes telecos, como Telefónica, Orange o Vodafone tuvieran que rebajar sus tarifas para no perder usuarios.

A su vez, las grandes empresas tuvieron que seguir invirtiendo en infraestructuras en consecuencia de los nuevos tiempos y se vieron obligadas a tener que cederlas a las operadoras que irrumpían en el panorama nacional por la obligación impuesta por la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC).

Este fue el principio del fin de Vodafone. A finales de los 90, la sociedad británica aterrizó en España a través de las adquisiciones de Airtel, una de las firmas más relevantes de la época, y que le aupó a ser la segunda compañía más importante en España y que fue lanzada por varios empresarios de peso en España. Entre sus accionistas figuraban Emilio Botín, Juan Abelló, la familia Entrecanales o la burguesía vasca con José María Amusátegui a la cabeza. En la dirección de la operadora española, que por aquellos entonces ya tenía casi seis millones de clientes, un Ignacio Sánchez Galán que aún no conocía el sector de la energía.

Vodafone, entre finales de 1999 y 2000 compró a varios accionistas sus participaciones para alcanzar el 74%, valorando entonces el 100% de la compañía en unos 24.000 millones de euros. Tras varios movimientos accionariales, se adueñó de casi el 90%.

Años más tarde, el gigante de las telecomunicaciones adquirió Tele2, para controlar el negocio de la telefonía fija. El apetito inversor no dejó de crecer y en pleno boom del sector, Vodafone compró, en 2014, ONO por unos 7.200 millones de euros. En total, la compañía gastó más de 40.000 millones de euros para ser la segunda empresa más importante en España. Eso, sin contar la tremenda inversión en infraestructuras que ha acometido durante toda su historia en la geografía española. Según cálculos de la propia Vodafone España, había desembolsado más de 38.000 millones de euros para modernizar las redes y su impacto en la economía española ha superado la barrera de los 40.000 millones.

Confianza en consejeros extranjeros

Vodafone España prefirió la estabilidad de sus consejeros delegados hasta la llegada de las grandes crisis económicas del siglo XXI. Tras quedarse con Airtel, la batuta estuvo en manos de Francisco Román, un empresario que conocía a la perfección el mercado de las telecomunicaciones. Con él, por ejemplo, se cerró la compra de Tele2. Al dejar su puesto para ser presidente no ejecutivo, Vodafone, prefirió fichar dentro del mercado nacional y contrató al sudafricano Shamell Joosub, hombre fuerte ahora de la operadora a nivel internacional.

Dos años después, ya en 2012, la multinacional designó a Antonio Coimbra, que registró unos números espectaculares en Portugal, país de origen del directivo. En su etapa, la filial española se encontró con sus primeros problemas de competencia ya que Orange y otras empresas low cost irrumpieron en el negocio y Vodafone España comenzó a perder clientes. Para enderezar la situación y recuperar el segundo puesto por clientes y por ingresos, la teleco hizo un esfuerzo comprando ONO, lanzó su marca de bajo coste (Lowi) y lanzó su televisión premium, llegando a comprar los derechos de LaLiga y la Champions. Una fórmula que, sin embargo, no le dio los resultados esperados y las pérdidas se hicieron habituales en las cuentas trimestrales.

Con una crisis financiera acuciante, Vodafone España decidió meter la tijera y comenzar sus desinversiones. Además, la empresa de telecomunicaciones anunció sus primeros expedientes de regulación de empleo. 2013, 2015, 2019 y 2021 han sido los años más duros para sus trabajadores y más de 3.000 han perdido su puesto de trabajo.

Antes de la pandemia, Colman Deegan llegó para relanzar la empresa de telecomunicaciones, ya herida casi de muerte. Desde 2020 a 2022 el directivo irlandés no supo dar con la tecla y Vodafone encomendó a Nick Read intentar reanimar un negocio que ya estaba visto para sentencia. Durante su mandato, la compañía buscó un socio para crear una joint venture y MásMóvil estuvo cerca de firmar el acuerdo. Finalmente, el noviazgo se produjo con Orange, a falta de consumarse el matrimonio que está a la espera de ser bendecido por Bruselas.

Precisamente, la elección de un perfil extranjero en detrimento de un consejero delegado español que conociera el mercado nacional es una de las principales razones de la deriva que tomó Vodafone, según detallan fuentes internas de la compañía a este periódico. Los sindicatos, de hecho, pidieron formalmente que se buscara un CEO español, aunque finalmente no se consiguiera.

El declive de Vodafone se consumó cuando la CEO de la matriz de Vodafone, Margherita Della Valle aseguró que la compañía ponía a la filial española en "revisión estratégica” hace pocos meses. La historia se cerró con una venta de 5.100 millones de euros a Zegona tras casi 80.000 millones de euros invertidos en España y un reguero de clientes perdidos.