Es un repaso por su vida. Un viaje por la Euskadi que comenzó a 'socializar' el sufrimiento y en la que ETA puso a los políticos en el punto de mira. Después llegaron los jueces, los empresarios, los periodistas... Gregorio Ordóñez fue una voz a la que quisieron callar en cuanto comenzó a alzarla, a rebelarse contra el clima de asfixia en la que la banda terrorista había convertido la vida en Euskadi para quienes se resistían. El 23 de enero de 1995 el comando Donostia lo asesinó en un restaurante de su ciudad, de la que era concejal. Lo hizo frente a su secretaria, María San Gil y después de semanas de acoso. Los lunes, una bala le esperaba en el casillero como advertencia. El resto de los días, llamadas, insultos por la calle y amenazas.

En las aulas del País Vasco probablemente muy pocos sepan quién fue y cómo y por qué murió asesinado Gregorio Ordóñez. Ni siquiera en su ciudad, de la que estuvo cerca de ser alcalde. El próximo domingo la exposición 'Gregorio Ordóñez, la Vida posible' cerrará sus puertas. Será la segunda ocasión en la que se habrá expuesto en Donostia pero ni en la primera -suspendida por la pandemia- ni en la segunda, las excursiones escolares para conocer esta parte de la historia reciente de Euskadi estarán presentes. Hasta ahora, sólo dos centros han acudido a verla y ambos, por tener vínculos con la viuda de Órdóñez, Ana Iribar, y con quien fue su secretaria, María San Gil.

No conocerán quién fue. Tampoco que uno de sus asesinos era quien en más de una ocasión le sirvió "las cañas cuando salíamos los viernes" por la parte vieja de la ciudad. Ni sus mensajes, ni su vida acosado por la amenaza constante, ni su mano tendida para poner fin al terrorismo y buscar la paz. Iribar asegura que la falta de interés mostrada por los centros educativos o por amplios sectores de la sociedad se repite en otras muestras: "Tenemos miedo a recordarnos a nosotros mismos, recordar lo que hicimos o dejamos de hacer", señala. Y concluye que aún hoy, en la Euskadi sin ETA, las víctimas "somos incómodas en un paisaje casi romántico en el que parece que no ha pasado nada".

Pregunta.- La exposición visita por segunda vez San Sebastián, la ciudad de Gregorio, tras la suspensión a la que se vio obligada por la pandemia apenas un mes después de inaugurarse. ¿Por qué los colegios no acuden pese a haber sido invitados?

Respuesta.- Mi intención era abrir de nuevo para invitar a los centros escolares a venir. Han venido dos y uno era un colegio al que está vinculada María San Gil y el otro es en el que yo trabajé en Pasajes Sancho y conozco una amiga que sigue siendo profesora.

P.- ¿Se les comunicó la posibilidad de acudir?

R.- Sí, a través del área de víctimas del Gobierno vasco me puse en contacto con ellos para que los trasladaran. Yo envié una carta a algunos colegios y ellos hicieron lo mismo con los centros. No tuve respuesta de casi ninguno. Nadie te da razones más allá de que es épocas de exámenes, de vacaciones o cosas así, pero nunca la respuesta está relacionada con el contenido de la exposición.

Así es 'Gregorio Ordóñez, La Vida posible'

P.- ¿Cómo interpreta esa resistencia de los centros escolares a acudir a una exposición como esta?

R.- Sucede lo mismo en el Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo de Vitoria, donde les cuesta que acudan colegios. Lo visitan centros de fuera del País Vasco pero de aquí muy pocos. Cuando en 2011 ETA dice que va a dejar de matar, Urkullu aseguró que era hora de pasar página y eso es lo que han hecho, en general, los vascos. Cuando la mayoría de los vascos miraba a otro lado cuando ETA mataba, ¿por qué iba a hacer algo diferente ahora? Ahora parece que hay que dejar en paz a esta sociedad. Si una víctima abre una exposición sobre una víctima de ETA aún está incomodando. Aún somos personajes incómodos en este paisaje casi romántico en el que parece que no ha pasado nada. Sigue habiendo miedo.

P.- ¿Miedo a hablar de ETA, a posicionarse ante lo que fue ETA?

R.- Hace un par de años, en el día de recuerdo a las víctimas recuerdo escuchar a alumnos de primero de carrera decir que ETA aún era tema tabú. ¿Ahora que ha dejado de matar de qué tiene miedo la sociedad vasca? Creo que tenemos miedo de recordarnos a nosotros mismos, de lo que hicimos o de lo que dejamos de hacer. Por eso creo que esta exposición es un buen espacio para que el ciudadano venga a reflexionar, a dejar una nota en el libro abierto… En él hay muchas firmas que dicen ‘gracias Gregorio por tu valentía’. Hay incluso quien pide perdón a Gregorio por no haber estado ni haber dicho lo que tenían que decir cuando se producía un atentado. Pero ahora las instituciones vascas han pasado página y han dejado desamparada a una sociedad, todo es tirar hacia adelante y por eso importa un pimiento una exposición como esta.

P.- A los escolares, a las nuevas generaciones, no se les acerca a muestras como ésta pero, ¿y las generaciones que sí vivieron el terrorismo? ¿Han acudido?

R.- Cuesta mucho aún venir a esta exposición. Hasta ahora la han visto 18.000 personas. Yo creía que tendría cola de gente para entrar, pero no, no las hay. Es con esto con lo que tenemos que jugar y aprender a educar y a hacer pedagogía. Esta es una sociedad muy compleja. Esta realidad se ha instalado, hemos crecido con este terrorismo doméstico que nos ha marcado profundamente y esta es la consecuencia.

P.- Han pasado 29 años desde el asesinato de Gregorio Ordóñez.  ¿Qué diría que significa hoy su figura en una ciudad como San Sebastián?

R.- Para mi generación Gregorio Ordóñez es parte del paisaje de San Sebastián, es una presencia constante. Muchos aún se emocionan cuando escuchan la voz de Gregorio en la exposición. Cuando el pasado fin de semana hicimos la tamborrada en su recuerdo la gente lloraba, se emocionaba. Hoy 29 años después aún se le recuerda con mucho cariño. Otra cosa es cómo se manifiesta públicamente la gente y cómo nos amparan las instituciones.

P.- La exposición se ha instalado en el Palacio de Ayete, el mismo lugar en el que la izquierda abertzale leyó en octubre de 2018 un manifiesto asegurando que “nunca debió suceder” y que trabajaría para reparar el daño causado…

R.- Si, aquí, en la llamada ‘Casa de la Paz’ de Ayete delante de mí veo la rama del castaño que veía Ana Frank desde su ventana durante su encierro. En el jardín también veo un monumento en recuerdo de los donostiarras republicanos que murieron en los campos de concentración nazi o frases de Gandhi o de René Cassín y la declaración universal de los derechos humanos, pero ni una señal de las víctimas de ETA, ni una. En una ciudad como San Sebastián, con 95 muertos, no hay ni rastro. Le he escrito al alcalde, al Gobierno vasco, etc. recordándoles que en esta ciudad hace falta un espacio de memoria.

P.- Una ciudad que vivió como pocas el azote del terrorismo y cuyo rastro aún sobrevuela…

R.- Sí. ETA fue un terrorismo doméstico, eran nuestros vecinos. Uno de los integrantes del ‘Comando Donosti’, el que asesinó a Gregorio Ordóñez, fue Valentín Lasarte. Trabajaba en un bar y más de una vez nos ha servido las cañas a Gregorio y a mí los viernes por la tarde. Todo lo que rodea a ETA es paradójico. Hay que entender por qué, porque ETA ha crecido entre nosotros, ha sido una empresa gigantesca que se ha dedicado a aniquilar adversarios políticos, a vaciar ideológicamente la comunidad vasca con el objetivo de llegar al poder, ni socialismo ni puñetas.

P.- ¿Qué análisis cree que haría Gregorio hoy sobre la situación que se vive tras el final de ETA?

R.- Le mataron para que no siguiera diciendo cosas. Se llevaría las manos a la cabeza, e imagino que diría ¿para esto todo el sufrimiento y esfuerzo? Nos han faltado referentes como él. Tipos pegados a la calle que nos sacudan de vez en cuando nuestra conciencia y que nos animen a defender la democracia. No podemos olvidar que la democracia no crece en los árboles, es muy fácil perderla. Como la amistad, hay que regarla continuamente.