José Luis Ábalos se ha convertido en un apestado. Tanto la vicepresidenta primera y vicesecretaria general del PSOE, María Jesús Montero, como la ministra de Defensa, Margarita Robles, marcaron el viernes públicamente la línea que ha establecido Moncloa: el ex ministro debe abandonar su escaño y el partido.

A preguntas de los periodistas en Cádiz, Montero, con cara de enfado, repitió por tres veces: "Yo sé lo que yo haría". Robles, por su parte, sentenció en Radio Nacional: "Cada uno tiene que saber lo que tiene que hacer en cada momento".

Ni una sola palabra de comprensión o aliento. Nadie en el PSOE, ni en el Congreso, ni, por supuesto en el Gobierno le ha enviado un mensaje de apoyo, de esos que se echan tanto de menos cuando alguien se ve al borde del abismo.

El presidente quiere que Ábalos dimita antes de que el juez le impute y tenga que pedir el suplicatorio al Congreso

Él se mantiene firme, aparentemente. Se niega a dimitir, y aguantará hasta que ya le sea imposible soportar la presión.

Pedro Sánchez no quiere verse ante la tesitura de que el juez Ismael Moreno termine imputándole por corrupción, lo que obligaría a solicitar el suplicatorio a la Cámara por ser aforado, y tener que pedirle al Grupo Socialista que incline el pulgar hacia abajo.

El presidente sabe que su ministro de Fomento, su otrora secretario de Organización, tiene todas las papeletas para ser imputado. No le ha hecho falta leer los periódicos, que ya todos se han sumado a contar lo que contiene el sumario, hasta el jueves secreto. Interior sabía desde hace unos días que se iban a producir detenciones. Una de las cosas que se debería investigar es quién susurró al Gobierno que se avecinaba una tormenta de enormes proporciones.

En un primer momento, Santos Cerdán, el sustituto de Ábalos en la secretaría de Organización, el hombre que le presentó a Koldo García, maldito sea ese día, habló con el ex ministro para que este se explicara, para que diera una versión exculpatoria de los hechos que tuviera sentido. Pero no hubo caso. Ábalos se cerró en banda. "Yo no sabía nada", esa fue su respuesta.

La lógica hacía pensar que las andanzas de una persona de tanta confianza tenían que ser conocidas por el ministro. La realidad ha confirmado la sospecha. La investigación de la UCO apunta ya claramente a un conocimiento de los hechos difícil de negar. ¿Quién era el "ex jefe" de Koldo al que se refiere uno de los principales beneficiarios de la trama en una de las conversaciones telefónicas intervenidas?

Ábalos sería el ministro más tonto de la historia de España si no se hubiese enterado de que su hombre de confianza tenía el contacto con los proveedores de mascarillas y material sanitario al que su ministerio adjudicó dos importantes contratos. Por cierto, uno de ellos a Puertos del Estado –dependiente de Fomento–, organismo en el que, ¡oh, casualidad!, el ministro había colocado a su amigo Koldo.

Llaman la atención varias cosas en esta trama corrupta. La primera de ellas es el volumen de la comisión que apunta la UCO: un 32%. ¡Y nos quejábamos del 3% de la era Pujol! Esta sí es una comisión, lo demás son fruslerías. Vergonzoso es que esos sobreprecios exorbitados se calcularan en la primavera de 2020, cuando la pandemia causaba miles de muertes.

La segunda cuestión es que la parte más importante de la mordida la cobrasen dos empresarios (Juan Carlos Cueto –9,5 millones–, y Víctor de Aldama –5,5 millones–), mientras que el bueno de Koldo sólo se embolsó 1,5 millones, que se sepa hasta ahora.

Y la tercera, y más importante, es que si todo lo anterior es cierto, el ministro, el hombre que hizo posible el milagro del 32%, se quedase a dos velas.

Dejemos que la investigación avance. Veremos lo que declara el ex ministro cuando sea llamado a la Audiencia Nacional. Por el momento, presunción de inocencia.

Ábalos confía en que no le dejarán caer porque se siente como el último dique para que el escándalo no llegue más arriba. Koldo sabe muchas cosas de Ábalos y Ábalos muchas cosas de Sánchez. ¿Quién será el primero en romper el pacto de silencio? Normalmente, la cadena siempre se rompe por el eslabón más débil. En este caso, el ex chófer Koldo.

Pero mientras el castillo de naipes se mantiene en pie, el presidente no puede dormir tranquilo. Seguro que él no ha participado de la mordida, incluso es posible que no estuviera al tanto del trapicheo de las mascarillas, pero su manera de actuar en el caso del hermano de Ayuso le deja poco margen de maniobra. El presidente ha insistido hasta la nausea en que la presidenta de la Comunidad de Madrid está implicada en un caso de corrupción por favorecer una contratación en la que su hermano actuó como comisionista. No le ha importado que la Fiscalía Anticorrupción archivara el caso. Tampoco le importó que la Fiscalía Europea contra el Fraude cerrara definitivamente la investigación hace casi un año. Erre que erre, cada vez que puede, Sánchez ataca a Ayuso, como lo hizo en su intervención en la sesión de investidura, con la misma cantinela, lo que dio ocasión a la presidenta de la Comunidad para poner en boga un eslogan que le ha dado mucho juego: "Me gusta la fruta".

El presidente es prisionero de sus palabras, de su forma de entender la política. Ahora, la Fiscalía Anticorrupción sí cree que hay caso, y si su ex ministro termina imputado, ¿qué hará? ¿Le bastará con decir que él no sabía nada? ¿Cree que será suficiente con empujar a Ábalos para que sea él quien se arroje por la ventana?

Sánchez tiene encima de su mesa un asunto muy feo. Un caso de corrupción que le pone ante el espejo. Porque, como dice nuestro refranero: "Quien a hierro mata, a hierro muere".