Ante el aumento de la actividad de los narcos, especialmente en el sur de España, la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil ha creado recientemente una unidad de inteligencia marítima dentro del Grupo Central Antidrogas. Su misión pasa por identificar patrones y anticiparse a los movimientos de las organizaciones criminales que operan desde el otro lado del Atlántico.
En este escenario, una amenaza se ha hecho especialmente presente en los últimos tiempos: las embarcaciones semisumergibles —popularmente conocidas como narcosubmarinos— capaces de cruzar el Atlántico cargadas de droga sin ser detectadas. De hecho, la creación de esta nueva unidad se anunció tras la detención con la cooperación de la policía portuguesa de uno de estos artefactos el pasado 25 de enero, que llevaba a bordo 6,6 toneladas de cocaína.
El objetivo de esta nueva estructura es reunir información dispersa, adelantarse a los movimientos de las mafias y, cuando todo encaja, lanzarse al mar para intentar darles captura. “Tenemos muchas piezas del puzle desperdigadas. Lo que hacemos es intentar unirlas y actuar”, explican fuentes del Instituto Armado a El Independiente. Para ello, combinan capacidades nacionales e internacionales, desde servicios propios de la Guardia Civil hasta agencias extranjeras.
Estos semisumergibles son muy difíciles de rastrear, ya que pueden cruzar el océano sin apenas dejar huella. La amenaza ya no se mueve solo en contenedores o lanchas rápidas: ahora se camufla, se hunde parcialmente y reaparece cuando menos se espera. Aunque se les llame submarinos, no lo son en sentido estricto: no se sumergen por completo, sino que navegan a ras de mar, dejando apenas visible la parte superior del casco. Su diseño los hace casi invisibles para los radares y extremadamente difíciles de interceptar.
Este tipo de embarcaciones permite transportar lo que se quiera a miles de kilómetros de distancia sin dejar huella, desde las costas de Brasil hasta la península ibérica. Los agentes advierten de que, si el modelo evoluciona y las organizaciones logran operar con submarinos reales, el tráfico podría sofisticarse aún más. En ese escenario, los narcos podrían hundir el vehículo, extraer la droga, volver a sumergirlo y reutilizarlo, replicando una ruta subacuática que competiría incluso con las grandes navieras comerciales.
Un abordaje contrarreloj
En la superficie, los narcosubmarinos apenas asoman cincuenta centímetros. Parecen una sombra, una mancha en el radar que fácilmente puede confundirse con el oleaje. Pero si se confirma que es un semisumergible, el tiempo corre para los agentes: una vez detectados, los tripulantes sólo necesitan diez minutos para hundir la embarcación abriendo las válvulas. Cuando los agentes llegan, lo que empieza como un operativo para detener narcotraficantes se convierte en un abrir y cerrar de ojos en un rescate.
El abordaje es tan delicado como arriesgado. La prioridad es evitar que la droga se pierda, pero la realidad es que el equipo debe decidir en segundos, e introducir agentes en la embarcación resulta extremadamente peligroso. Cuando abren las compuertas y el agua comienza a anegar el narcosubmarino, no saben cuánto tiempo tienen hasta que se vaya al fondo del mar. "Es más fácil interceptar un semisumergible que varias lanchas rápidas", explica uno de los agentes que integra la unidad. De ahí que en algunos casos, como el del último que se hundió en el sur, se optara por actuar antes de que hicieran el trasvase de la cocaína a embarcaciones menores.

Para darles captura no hay una fórmula clara. Ni radares, ni señales, ni emisiones electromagnéticas. Están hechos de fibra de vidrio y plástico, lo que los hace virtualmente invisibles al radar. Tampoco emiten señales ni ondas que permitan localizarlos por radiofrecuencia. “Lo que sobresale del agua es mínimo. Solo el tubo de extracción del motor. El radar puede devolver una sombra… o nada”.
A falta de tecnología milagrosa, la detección depende de un rompecabezas de inteligencia: fotos satelitales, vigilancia aérea, análisis de rutas y, sobre todo, una coordinación constante con organismos como el Centro Regional de Análisis de Inteligencia contra el Narcotráfico (CRAIN) de Andalucía. Las grandes organizaciones criminales, entre ellas disidencias de las FARC, disponen de astilleros clandestinos capaces de fabricar estos semis por unos 500.000 euros. “No es caro para ellos. Es una inversión segura”, admiten los agentes. Cuentan además con tripulaciones improvisadas: gente con conocimientos básicos de navegación, no pilotos profesionales, que muchas veces embarcan por necesidad. “Les pagan 40.000 o 50.000 euros como mucho. Para lo que transportan, les sale barato”.

Una amenaza que evoluciona
El fenómeno ya no se limita al norte de España. El sur viene registrando un repunte preocupante, tanto de rutas como de actividad. Tal y como explica la Guardia Civil, las organizaciones han entendido que, si disponen de lanchas rápidas capaces de introducir 2.500 kilos de cocaína, con buena logística pueden meter 5.000 o incluso 7.500. Los semis son el siguiente nivel: mayor capacidad, menor visibilidad, y mayor impunidad.
El objetivo de la UCO no es sólo incautar droga y poner a los narcos ante la Justicia. El foco está en atacar en origen, desmantelar los astilleros clandestinos de Colombia, Brasil o Ecuador e identificar a quienes los dirigen. En la unidad son conscientes de que detener a quienes trasladan la droga no basta: si la estructura de producción y exportación sigue intacta, mañana habrá otros ocupando el lugar de los capturados. Por eso el verdadero reto está en cortar la cadena desde el principio, en los países de origen, antes de que los cargamentos salgan al mar.
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