Halley es uno de los cometas más conocidos y brillantes que orbita alrededor del sol. Lo hace cada 75 años de media, y lleva el nombre del astrónomo británico Edmund Halley porque fue él quien manifestó que cada cierto tiempo se acercaba a nuestro planeta. Eso es lo que ha trascendido a lo largo de la historia porque quien lo descubrió realmente fue la astrónoma y matemática francesa, Nicole-Reine Lepaute (1723-1788). Una de las tantas mujeres que vivió en la sombra y cuyos descubrimientos se vieron omitidos por un nombre masculino.

No fue la única. Escritoras, pintoras, periodistas, científicas... Durante años mujeres de todas las profesiones quedaron excluidas de cualquier tipo de reconocimiento. A día de hoy, de hecho, todavía queda mucho por recorrer para las mujeres en la ciencia. La falta de referentes hace que tan solo el 5,2% de las chicas espere trabajar en profesiones del ámbito de la ciencia y la ingeniería, frente al 15,3% de los chicos. En la universidad, apenas un 25% de quienes eligen grados STEAM (término que procede de las palabras en inglés science, technology, engineering, arts, maths), según los datos de un informe elaborado por el Ministerio de Educación.

Los nombres de ellos han sobrevivido al paso de los siglos, pero ellas también formaron parte de esos descubrimientos. Caroline Lucretia Herschel (1750-1848) fue la primera mujer reconocida oficialmente como astrónoma, identificó un cometa entre la Osa Mayor y Berenice, y mientras observaba el Firmamento, descubrió multitud de estrellas que no habían sido aún identificadas.

Maria Winkelmann descubrió un cometa, pero fue su marido quien se atribuyó el mérito, aunque antes de morir reconoció que en realidad quien lo había descubierto fue su mujer

Al cometa que descubrió se le denominó como C/1786 P1, aunque más tarde fue conocido como el cometa de la "primera dama". Cuando Caroline anunció el descubrimiento lo hizo junto a su hermano William Herschel, que era su mano derecha. Precisamente por él se metió de lleno en el mundo de la astronomía, y juntos construyeron sus propios telescopios y observaciones, como el hallazgo de la primera prueba de la existencia de gravedad fuera del sistema solar.

Su hermano William era músico, pero lo abandonó para estudiar astronomía. Caroline siguió sus pasos, y aunque su madre estaba empeñada en que se centrara en ser ama de casa, comenzó su carrera de científica. Su hermano ya se había hecho un hueco en el mundillo. Era el astrónomo del rey, y cuando ella tenía 37 años, el rey Jorge III le asignó un sueldo como ayudante de su hermano. Cincuenta libras al año para ella, doscientas para él.

Maria Winkelmann (1670-1720) fue otra de las mujeres que vivió en la sombra de un hombre, en este caso de su marido, Gottfried Kirch. Su padre creía que las mujeres debían ser educadas de la misma manera que los hombres, por lo que la animó a estudiar y esta se centró en la astronomía. Lo hizo de la mano de Cristopher Arnold, como ayudante y aprendiz. Y más tarde, tras conocer al que ya era un astrónomo famoso, Gottfried Kirch, se casó con él a pesar de la diferencia de 30 años de edad, y pasó a ser su ayudante.

Mientras él era nombrado astrónomo oficial de la Academia de las Ciencias, conocida también como Academia de Berlín, a ella le denegaron un cargo (oficial) a pesar de trabajar ya como ayudante. Además, él se asignó el mérito del descubrimiento de un cometa al que bautizaron con el nombre de C/1702 H1, aunque antes de morir reconoció que en realidad quien lo había descubierto fue su mujer. A pesar de eso, Maria nunca recibió en vida un reconocimiento por su descubrimiento del cometa.

Fueron muchas quienes marcaron la historia y quienes abrieron las primeras puertas para las mujeres en el mundo de la ciencia. Maria Mitchell (1818-1889) fue la primera mujer a la que se admitió en la Academia Estadounidense de Artes y Ciencias. Ella no solo dedicó su vida a la ciencia, también a la lucha por los derechos de las mujeres.

Pertenecía a una familia cuáquera, es decir, una comunidad religiosa en la que se educaba por igual a los niños y las niñas. Su padre, además, era un estudioso de la Ciencia y la Astronomía, le enseñó el oficio a su hija, y le permitió que se metiera de lleno en la materia.

De hecho, vivía pegada a un telescopio y se pasaba horas mirando el firmamento. Fue durante una de esas veces cuando descubrió un cometa. Su padre, William Mitchell, junto a otros astrónomos influyentes le recomendaron mostrar su descubrimiento, pero Maria tenía miedo a ser menospreciada por no ser hombre. Al conocer que el rey de Dinamarca, Frederik VI, era un aficionado a la astronomía y ofrecía una medalla a quien descubriese un nuevo cometa, Maria se animó. Fue Christian VIII, sucesor del monarca que falleció en 1839, quien finalmente entregó la medalla a Maria Mitchell un año después de descubrir el cometa.

Maria fue una de las mujeres que consiguió en vida un reconocimiento público. Además de por el descubrimiento del cometa, también consiguió reseñar en una tabla los movimientos del planeta Venus, hallazgo que hoy sirve de guía al surcar el mar.

Llegó incluso a viajar por todo Europa con varios de los astrónomos más importantes de la época. Creó la Asociación Estadounidense para el Avance de Mujeres, precisamente con el objetivo de conseguir que las mujeres recibieran la misma remuneración que los hombres por los trabajos que desempeñaban. Y llegó a ser profesora en la prestigiosa escuela de señoritas Vassar College (estado de Nueva York).

Viajó por toda Europa, se codeó con los astrónomos más importantes de su tiempo y, ya en la edad adulta, accedió a un puesto como profesora en la escuela Vassar College donde reiteraba a sus alumnas que valían lo mismo que un hombre. Entre otras, Maria Mitchell fue una de las mujeres astrónomas que dio un paso clave para las siguientes que vendrían.