En la década de los años 60 del siglo XX los ríos Amu Daria y Sir Daria alimentaban el Mar de Aral, que en realidad era una laguna -ubicada entre Kazajistán y Uzbekistán- con una gran actividad pesquera, de la que dependían miles de familias. Fue entonces cuando la URSS ordenó un trasvase del agua de esos ríos para destinarla al cultivo de algodón. Una decisión que, con los años, acabaría provocando uno de los mayores desastres medioambientales de la historia.

El retroceso del mar comenzó de inmediato a causa de la evaporación, y se hizo cada vez más patente con el paso de los años. Hasta el punto que ahora, 60 años después, la que llegó a ser la cuarta laguna más grande del mundo y la pesquería de agua dulce más importante del planeta es prácticamente un desierto. Sólo queda algo de agua en la zona norte, que parece bastante estable, y una franja alargada en el oeste, que cruza de norte a sur y parece que tiene los días contados. Más allá de eso, sólo arena y sal.

"En esta ocasión no fue el calentamiento climático lo que provocó el desastre. Fue una acción directamente humana, y se sabía perfectamente cuáles serían las consecuencias. Pero se tomó la decisión de sacrificar un ecosistema, a toda su población y a las ciudades que vivían de la pesca, que eran centros urbanos importantes, para proteger los cultivos de algodón, que consideraron que eran más necesarios. Hay un libro sobre este tema que lo resume bien: fue un desastre diseñado", resume Rafael Marcé, Investigador en el Centro de Estudios Avanzados de Blanes (CEAB) del CSIC.

Marcé conoce bien el caso. Hace unos cinco años, cuando trabajaba para el Instituto Catalán de Investigación del Agua (ICRA), observó que algunos ecosistemas acuáticos comenzaban a emitir Co2 a la atmósfera cuando se secaban. Cuenta que era algo que "a nadie se le había ocurrido medir", pero que podía llegar a generar "importantes emisiones". Cuando quiso poner a prueba esta hipótesis en distintos entornos tuvo claro que uno de ellos tenía que ser el Mar de Aral. Y en verano de 2022 finalmente pudo viajar allí para comprobarlo.

Aquella investigación científica, en la que participaron expertos del ICRA, del CSIC y de la Universidad de Málaga, quedó reflejada en un documental que se estrena este jueves 18 de enero en CaixaForum+, la plataforma de streaming creada por La Fundación la Caixa. Un rodaje que estuvo dirigido por Laura Carrau Pascual, que desde el principio tuvo claro que quería ir más allá para reflejar el drama que supuso la evaporación del lago para muchas familias.

"Si hay un decálogo de cómo hacer un documental nos lo hemos saltado entero, porque no se podía planificar nada. Yo iba a remolque de la expedición, grabando lo que podía. Pero es algo que está hecho con mucho cariño e ilusión", explica Carrau. "Por un lado quería contar la investigación científica, pero desmitificando la figura de los científicos y demostrando que son personas. Por otro, obviamente, había que hablar de la emergencia climática, de qué políticas deberían cambiar y de cómo están afectando a las personas. Y luego también quería reflejar la mirada de las mujeres del asunto, porque siempre eran los hombres los que hablaban", añade.

Finalmente consiguió las tres cosas. Y uno de los mejores momentos del documental es cuando consigue charlar con tres generaciones de mujeres de la misma familia. La anciana le cuenta que, cuando era joven, se bañaba en el mar al salir de clase. Pero luego el agua comenzó a alejarse hasta desaparecer. Su hija explica que ella jamás llegó a verlo, y que sólo conoce la historia por lo que le contaron sus padres. Pero para la pequeña de la familia, que sólo tiene seis años, todo esto suena directamente a fantasía.

"Fue algo complicado hablar con la gente, porque nuestros traductores sólo hablaban ruso, así que no entendían kazajo. Yo volví a España sin saber si podría armar una historia, y fue bonito descubrir que sí cuando lo pudimos traducir todo. Entonces pudimos ver que la anciana, pese a todo, está muy orgullosa de cómo han sido capaces de salir adelante y adaptarse. Pero no pierden la esperanza, siguen confiando en que el mar vuelva", relata Carrau.  

Un desierto de sal

El agua que queda en el Mar de Aral es tan salada que los únicos organismos pluricelulares que pueden sobrevivir allí son las artemias, unos minúsculos crustáceos de apenas unos milímetros de longitud. El resto de animales son todo bacterias. La excepción es la región del norte, donde la construcción de una pequeña presa hizo que la zona se recuperara ligeramente, hasta el punto de que allí vuelve a haber algunos pescadores. Aún así, la profundidad máxima del agua ronda los 20 metros, cuando en su época llegó a alcanzar los 50 o 60.

El resto, como cuenta Carrau, son "kilómetros de arena, sal y desierto". Aunque en las zonas donde queda agua se genera un fenómeno interesante, porque la evaporación crea una neblina muy característica. "Muchos tuvieron que irse de allí porque ya no podían ganarse la vida con la pesca y las conservas. Otros pudieron salir adelante vendiendo leche de camellos. Pero la gente cayó en una depresión muy profunda, en el ambiente se respira tristeza. Cuando paseas por las ciudades ves fábricas abandonadas, calles vacías, barcos varados en medio del desierto y grúas oxidadas en el puerto", rememora la directora.

En el documental se refleja bien cómo eran las maratonianas jornadas de trabajo de campo de los científicos, que en ocasiones pasaban hasta 16 horas investigando bajo un sol que calentaba a más de 40ºC. Y también quedan claros los problemas que tuvieron que enfrentar: distancias enormes, noches en el desierto con el agua y la comida justas y peleas con los guías, que se resistían a llevarlos a algunas zonas por considerarlas demasiado peligrosas. "No les puedes decir mucho, porque estás vendido en medio del desierto. Pero ahí Rafa supo negociar muy bien, porque hubo momentos donde la campaña peligró y pensé que nos abandonaban allí y se acababa todo", asegura Carrau.

Aún así, los científicos lograron llegar al corazón del antiguo lago, analizar las zonas donde resisten las masas de agua y tomar muestras de todo. Estudio hecho, misión cumplida. Ya sólo queda por ver qué futuro le depara al Mar de Aral. "Lo óptimo, que sería una cuestión de justicia social, sería devolverle el agua. Pero no hay que ser naif. El banco Mundial lleva décadas financiando estudios y proyectos para intentar recuperar el ecosistema, pero los ríos que podrían traer de vuelta el agua discurren por seis o siete países distintos. Ponerlos a todos de acuerdo, teniendo en cuenta que sus economías dependen en gran parte de la agricultura, parece complicado. Es un puzle muy complejo que sólo podría resolverse con una acción internacional coordinada y mucha voluntad política", concluye Marcé.