Hija del presidente de la Southern Pacific Railroad y la alta sociedad estadounidense, Ann Rusell Miller, pasó prácticamente toda su vida rodeada de lujos, saltando de fiesta en fiesta y navegando por el Mediterráneo en yates de millones de euros.

Pero se cansó. La socialité estadounidense, que ha muerto a los 92 años, decidió que la última parte de su vida quería dedicarla al recogimiento y contemplación cristiana. «Los primeros dos tercios de mi vida los dediqué al mundo. El último tercio lo dedicaré a mi alma», dijo Rusell en la que seria su última gran fiesta antes de vestir los hábitos y ser la hermana Mary Joseph.

Fumaba, bebía y jugaba a las cartas. Era una monja poco común»

mark miller

Ann se casó a los 20 años con el también adinerado Richar Kendall Miller, vicepresidente de Pacific Gas and Electric, una empresa de servicios públicos, y hasta convetirse en monja, era esa adinerada de San Francisco que iba frecuentemente a las funciones de ópera a la vez que cuidaba a sus diez hijos.

«A los 27 años ya tenía cinco hijos y luego tuvo cinco más, un equipo de baloncesto de cada sexo. Tenía un millón de amigos. Fumaba, bebía y jugaba a las cartas. También fue nadadora de aguas abiertas» cuenta su hijo menor Mark Miller.

Ann crió a su familia en una mansión de nueve habitaciones con vistas a la bahía de San Francisco, fue miembro de 22 juntas directivas diferentes y recaudó dinero para estudiantes universitarios talentosos, personas sin hogar y la Iglesia católica.

Su esposo murió de cáncer en 1984 y fue entonces cuando comenzó el camino para unirse a una de las órdenes de monjas más estrictas del mundo, la congregación Hermanas de Nuestra Señora del Monte Carmelo en Des Plaines, Illinois.

«Era un tipo de monja poco común. No cantaba muy bien, con frecuencia llegaba tarde a sus deberes requeridos en el convento y arrojaba palos para jugar con los perros, lo cual no estaba permitido», cuenta Mark Miller.