Hubo un tiempo en el que Dajla, en el Sahara Occidental, no era Dajla para los españoles sino Villa Cisneros. Este punto costero del Atlántico sirvió durante décadas a nuestro país como pasillo para el transporte marítimo, pero, a diferencia de lo que ocurre ahora, la 'mercancía' que viajaba en esos barcos no eran personas. A finales de siglo XIX, la localización de la península de Río de Oro en la que se encuentra esta ciudad resultaba especialmente importante para dar apoyo a las tareas de la flota pesquera canaria.

Villa Cisneros se convirtió en 1884 en el primer fuerte que España construyó en territorio sahariano. Y a esos escasos 208 kilómetros cuadrados se reducía la presencia de nuestro país en la zona, hasta que el gobernador Francisco Bens Argandoña ocupó, en 1916, Tarfaya -a partir de entonces Villa Bens- y, en 1920, La Güera. Este enclave fue la sede de un campo de deportados durante la Segunda República y la Guerra Civil, en el que se encontraba recluido el escritor canario Pedro García Cadrera.

La gran fuga de Villa Cisneros: la amarga victoria de los antifranquistas canarios.

Col. Juan Montesino Barrera

Esta ciudad destacó por haberse convertido en 1937 en el reducto en el que se produjo «la mayor victoria republicana frente al ejército fascista directamente relacionada con Canarias», tal y como señala Juan Manuel Hernández Hernández en su obra Villa Cisneros, 1937. Un total de 23 presos políticos fueron trasladados por el ejército sublevado en África al Sahara en agosto de 1936 y, durante su estancia en el campo, se aliaron con un importante grupo de militares para poner en marcha un motín que finaliza con la partida de un barco de vapor con 189 hombres a bordo, entre ellos García Cadrera, hacia Dakar (Senegal).

Este rincón sahariano tiene una especial simbología para nuestro país, ya que se trata del lugar en el que se arrió, en 1976, la última bandera de España en la colonia. En noviembre de 1975, una semana después de que comenzase la Marcha Verde, se suscribió el Acuerdo Tripartito de Madrid, por el que España traspasaba el grueso de la colonia a Marruecos y un tercio a Mauritania, trancando así el deseo del rey Hasan II de refundar de nuevo el Gran Marruecos.

La retirada española fue rápida y en ocasiones arriesgada, pero habría que esperar hasta el 12 de enero de 1976 para ver al Ejército español abandonar el territorio de forma definitiva. Lo hizo precisamente desde Villa Cisneros, hoy Dajla, a bordo de tres buques y dos transportes aéreos, después de desalojar también El Aaiún y La Güera. No solo se iban los vivos: también los muertos civiles y militares, sacados de los cementerios y cuyos restos acompañaban a los legionarios hacia Las Palmas de Gran Canaria a bordo del Plus Ultra, el Conde del Venadito, el Ciudad de La Laguna, el Isla de Formentera o el Ciudad de Huesca.

El último destacamento en partir fue un avión que trasladó a Canarias al Gobernador general del Sahara Español, Federico Gómez de Salazar. Junto a él viajaba la última bandera española en el desierto y los militares que la arriaron y serraron el mástil del aeródromo para que no volviese a ondear allí la de ningún otro país. No tardó en lucir la de Mauritania, y no han dejado de hacerlo desde entonces ni las de Marruecos -véase la foto que ilustra este artículo- ni las del pueblo saharahui.

Mes y medio después de aquel adiós, el 26 de febrero, se emitiría la nota oficial en la que se anunciaba que "el Gobierno español ha puesto término definitivamente a la presencia de España en el Sahara Occidental" tras la reunión de la Asamblea General del Sahara.

Un kitesurfista en Dajla.

WIKIMEDIA

En la actualidad, la antigua Villa Cisneros se ha transformado en una ciudad dicotómica que se beneficia del turismo y vive las más crueles muestras de tráfico de personas hacia el archipiélago canario. Dajla es ahora un paraíso para los amantes del surf y del kitesurf. Decenas de establecimientos hoteleros, empresas de aventuras y restaurantes se reparten a lo largo de esta ciudad de más de 100.000 habitantes y en sus alrededores.

Pero por su localización, en la costa del Sahara Occidental, Dajla también se ha convertido en un enclave estratégico de partida de migrantes hacia Canarias. Los 'negreros' se propagan a lo largo de la costa para traficar con aquellas personas que quieren llegar a Europa a través del archipiélago. Desde que la pandemia comenzó a propagarse, y con la ruta mediterránea más vigilada, se ha multiplicado el número de inmigrantes que han llegado a las costas canarias. El Aaiún está a 235 kilómetros en línea recta de Arguineguín; Dajla a 450. Otros puntos de partida como La Güera y Nuadibú (ya en Mauritania) se alejan a casi 800.

Según el último informe de inmigración irregular publicado por el Ministerio del Interior, entre el 1 de enero y el 30 de noviembre arribaron en Canarias 19.566 personas. La diferencia con respecto a la cifra del mismo periodo del año pasado es sustancial: han llegado 17.573 más, un incremento de un 881,7%. Dajla es uno de los principales puntos de partida, y de allí han salido alrededor de 300 embarcaciones de las 641 que han encallado en Canarias, tal y como indica La Vanguardia.

A pesar de que se trata de una de las zonas mejor vigiladas en la región, las autoridades permiten que los inmigrantes, en su mayoría marroquíes y subsaharianos, accedan a la patera o el cayuco previo pago de su correspondiente 'mordida'. Quienes se juegan la vida en el mar durante dos o tres días para llegar a España pagan alrededor de 2.000 euros para reservarse un sitio en el barco y dejar atrás África.