"I can't breathe (no puedo respirar)". Fueron las últimas palabras de George Perry Floyd, un grandullón que el 25 de mayo de 2020 estaba en el lugar más inoportuno a la hora más inconveniente. Mientras el agente Derek Chauvin hincaba su rodilla en su cuello durante nueve minutos y 29 segundos, Floyd repetía: "I can't breathe". Su agonía fue grabada por varios testigos. Sin quererlo, Floyd se ha convertido en un símbolo de esa asfixia que sufre la comunidad afroamericana, principal víctima de la violencia policial en Estados Unidos.

Sucedió en Minneapolis, donde George Floyd, que procedía de Houston, intentó empezar de nuevo una vida que le ha había puesto en contra repetidas veces. Aquel 25 de mayo entró en Cup Foods, un comercio en la Chicago Avenue con la 38, a comprar tabaco y el empleado le acusó de pagar con un billete falso de 20 dólares. Llamó a la policía y los agentes que acudieron le redujeron con tal violencia que acabó muriendo. Tenía 46 años.

"Mi papi cambió el mundo", dijo Gianna, de seis años, la hija menor de George Floyd. Tenía cinco hijos. El video de su agonía se hizo viral y provocó una convulsión primero en Minneapolis y después en todo Estados Unidos. Miles de personas se congregaron en las principales ciudades del país al grito de "I can't breathe". Empezaron también a reclamar que se dejara de financiar a la policía: "Defund the police".

La llama prendió rápido, alentada por el movimiento Black Lives Matter (las vidas de los negros importan), que lleva años denunciando los abusos policiales y la marginación de la comunidad afroamericana. Aún estaba Donald Trump en la Casa Blanca.

Para Trump, que justificó en diversas ocasiones a supremacistas blancos, esas protestas eran un problema que había que atajar con ley y orden. Aún después del asesinato de Floyd, 74 millones de estadounidenses votaron por Trump, si bien el demócrata Joe Biden logró superarle en votos populares y electorales.

En Seattle los manifestantes se hicieron fuertes y establecieron una zona autónoma, libre del control policial. Trump culpó a las autoridades locales y del estado (Washington) del caos y pidió que detuvieran a los "anarquistas" desde su entonces activa cuenta de Twitter.

Estados Unidos vivió las mayores movilizaciones desde los tiempos de la lucha por los derechos civiles en los 60. Pero, ¿qué ha cambiado realmente? ¿Marca la muerte de Floyd un punto de inflexión?

"George Floyd representa más que una muerte brutal e innecesaria a manos de policía. Es el reconocimiento de la actual violencia que ejercen las fuerzas de seguridad de EEUU contra la comunidad afroamericana, especialmente contra los hombres, y más que otra coas, es la negación de los ideales de justicia e igualdad ante la ley", afirma desde Nueva York Robert Matthews, analista política exterior de EEUU en el Seminario de Investigación para la Paz de Zaragoza. "Su muerte señala la disfuncionalidad de la democracia americana y su desigualdad racial siglo y medio después de la abolición de la esclavitud".

Más George Floyd

"Creíamos realmente que la muerte de mi hermano sería la última por brutalidad policial, pero como hemos visto, no ha sido así. Hay muchas más", dijo Bridget Floyd, una de los cuatro hermanos de la emblemática víctima.

En abril de 2021, en Brooklyn Center, una ciudad a las afueras de Minneapolis, murió un joven de 20 años llamado Daunte Wright a manos de la policía. Tenía muchos elementos para convertirse otro caso Floyd.

Tres policías le habían interceptado en un control de tráfico. Vieron que no tenía los documentos en regla y que tenía una orden de arresto por haber huido de otro control policial. Forcejeó con un agente y tras liberarse, trató de huir. Fue entonces cuando una policía gritó: ¡Taser, taser, taser!", en alusión al arma eléctrica con la que creía haberle reducido. Después la agente se dio cuenta que le había disparado con balas reales.

Minneapolis declaró el toque de queda por temor a que las protestas por esta nueva muerte degeneraran en sucesos violentos. Pocos días después de la muerte de Daunte Wright, un chico latino de apenas 13 años, Adam Toledo, también fue víctima en una barriada de Chicago de los disparos de un agente que le persiguió cuando él trataba de huir portando un arma. Tiró el arma poco antes de que el agente le descerrajara un disparo. Cuando se dio cuenta, el policía intenta reanimarle sin éxito.

Una de cada mil personas afroamericanas de Estados Unidos muere como Floyd o Wright a manos de agentes de la ley, según un estudio publicado en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias. Son 2,5 veces más propensos que las personas de raza blanca a morir por la brutalidad policial. La ONG Mapping Police Violence señala que son tres veces más proclives.

Por cada millón de habitantes 30 afroamericanos mueren por disparos de la policía; en el caso de los hispanos son 22 y de los blancos, 12, según ha informado The Washington Post. En su mayor parte las víctimas son hombres jóvenes.

"Las estadísticas de EEUU sobre homicidios, crímenes, pobreza y desigualdad revelan de forma dramática los fallos del modelo actual", afirma Robert Matthews. La tasa de homicidios ha aumentado un 20% en 2020 y en 2021 sigue in crescendo.

Un juicio histórico

Derek Chauvin, el agente que hincó su rodilla en el cuello de Floyd, en una imagen que se quedó grabada en la memoria de millones de personas en todo el mundo, ya ha sido declarado culpable de asesinato por un jurado de 12 personas. El próximo 16 de junio se conocerá la sentencia.

Chauvin ha sido considerado culpable tres veces: por asesinato en segundo y tercer grado, y por homicidio involuntario. Es la primera vez en la historia de Minnesota que un agente blanco recibe este dictamen del jurado. La condena puede ser de 40 años, pero cumplirá muchos menos. Está pendiente el juicio a otros tres agentes que dejaron hacer a Chauvin, a pesar de las quejas de Floyd y los gritos de los testigos.

"El autor acabará en la cárcel. Es algo inaudito. Hasta ahora no iban a la cárcel por algo así", dice Roger Senserrich, politólogo en Politikon y autor de la newsletter Four Freedoms.

"Ha sido muy importante la condena al policía y la posición de Joe Biden. Ha sido muy claro en su demanda de justicia. Nunca un presidente había sido tan explícito", señala José Antonio Gurpegui, catedrático de Estudios Norteamericanos e investigador del Instituto Franklin-UAH.

El presidente Joe Biden y la vicepresidenta Kamala Harris, la primera mujer en este cargo, y la primera de origen indio y afroamericano, comparecieron al conocerse la decisión unánime del jurado.

"Nada podrá devolverles a su hermano o a su padre. Pero este puede ser un paso gigante en la marcha hacia la justicia en Estados Unidos. Pero seamos claros, un veredicto de este tipo es demasiado poco frecuente… Nadie debería estar por encima de la ley, y el veredicto de hoy envía ese mensaje. Pero no es suficiente. No puede parar aquí. Para conseguir cambios y reformas verdaderas, podemos y debemos reducir la probabilidad de que tragedias como estas puedan pasar de nuevo", dijo el presidente Biden.

Este martes 25, justo el día en que se cumple un año de la muerte de George Floyd, su familia será recibida en la Casa Blanca. Biden confía todavía en que antes de esa jornada el Congreso haya aprobado una ley sobre la reforma de la policía que llevará el nombre de George Floyd, como anunció en su discurso ante las dos Cámaras.

Según Robert Matthews, "la ley George Floyd de Justicia en la Policía" solo aporta una protección básica contra los abusos del poder policial, y aún así son controvertidas. Pero la necesidad de acción es urgente. Biden tiene una ambiciosa agenda de justicia penal, que incluye poner fin a la pena de muerte por delitos federales. Es urgente una reforma penitenciaria (el 25% de la población encarcelada del mundo está en EEUU, con un 4% de población)... La necesidad es urgente para la sociedad afroamericana, y para todo EEUU. Es imprescindible para Biden. Si no se aborda adecuadamente el problema de la justicia racial, policial y penal, pueden repetirse las protestas de 2020 y pueden descarrilar otros aspectos de la agenda de Biden".

La policía, en el punto de mira

"El caso Floyd, aunque hemos visto otros después, supone un punto de inflexión en el comportamiento de la policía. Se ha tomado conciencia de que la policía no puede hacer lo que quiera. Pero seguirá habiendo episodios de brutalidad y de racismo. El cambio es paulatino", afirma Gurpegui.

Roger Senserrich destaca cómo ha cambiado el debate sobre la policía. "Era la culminación de un proceso. Floyd ha radicalizado el debate desde la izquierda y fue el detonante de las movilizaciones más grandes de EEUU en décadas. Pasó de ser un debate de la izquierda del Partido Demócrata a alcanzar una dimensión nacional", apunta el politólogo desde Connecticut.

Para Senserrich es muy relevante que la ley sobre la reforma policial vaya a ser aprobada con el apoyo de demócratas y republicanos. Sin embargo, apunta cómo la policía en EEUU es una competencia local y estatal. Lo que puede hacer el gobierno federal es intervenir departamentos de policía cuando se dan casos de abusos flagrantes. Lo hizo con relativa frecuencia el ex presidente Barack Obama.

"La jurisprudencia sigue siendo favorable a la policía. Hay voluntad para que no siga siendo así. Ha de cambiar cómo actúa con los civiles. En ciudades como Minneapolis los policías proceden de fuera y tienen mentalidad de asedio; se comportan como una fuerza de ocupación. Suelen ser pocos, bien pagados, están mal entrenados. A ello se suma un racismo institucional marcado y falta de respeto a las autoridades", explica Senserrich. Es un cóctel explosivo.

En Minneapolis, el Ayuntamiento se ha puesto manos a la obra, aunque quede mucho por hacer. Aprobó una indemnización de 27 millones de dólares para la familia de George Floyd, que ha creado una fundación. Su alcalde, Jacob Frey, explicaba en una entrevista en Sahanjournal los cambios que ya se han hecho. Entre ellos, se ha prohibido que los agentes implicados en "incidentes críticos" revisen o modifiquen sus cámaras corporales; se requiere más documentación sobre el uso de la fuerza; se prohíbe a los agentes disparar a vehículos en movimiento o intensificar los conflictos con civiles y luego usar la situación para justificar la fuerza letal; se prohíben las redadas con excepciones limitadas; se incorpora la oficina del fiscal en el proceso de denuncia; y se reduce el uso de swat de proyectiles de 40 milímetros en disturbios civiles.

"No hay nada más debilitante que despedir a alguien o castigar a un oficial y anular esa acción disciplinaria, y ha sucedido repetidamente", reconocía el alcalde de Minneapolis, una ciudad bien gestionada pero con un departamento de policía mal gestionado. Cuenta con una relevante inmigración somalí (de Minnesota es la congresista Ilhan Omar) y hay mucha segregación y desigualdad.

Minnesota era un polvorín. Con el tiempo puede convertirse en un ejemplo de un cambio más que necesario. En Minneapolis se celebran desde el domingo hasta el martes varios actos en memoria de Floyd. El más significativo tendrá lugar en la renombrada Plaza George Floyd, donde gritó "no puedo respirar" hasta que dejó de tener fuerzas. Suele haber flores y velas en su memoria.

"En el aniversario de su muerte, celebramos el impacto de su vida en nuestra familia, amigos, en la comunidad y en la sociedad", ha dicho Angela Harrelson, tía de Floyd, y creadora del George Floyd Global Memorial.

Si hay más George Floyds, y persiste la desigualdad y el racismo, será la sociedad estadounidense descarrilará. Están en juego sus valores.