Internacional

EXPO DUBÁI 2020

El hombre que pagó con su bolsillo el pabellón de Afganistán abandonado por los talibanes

Un empresario afgano afincado en Europa sufraga el espacio del país en la Expo en mitad del caos y el conflicto

DUBÁI (Enviado especial)

Vista del pabellón de Afganistán en ExpoDubái 2020. FRANCISCO CARRIÓN

En agosto las huestes de los talibanes avanzaron hasta Kabul. La caída de la capital precipitó su meteórico ascenso al poder. Semanas después, en mitad del caos de miles de ciudadanos tratando de escapar desde el aeropuerto, Mohamed Rahimy, un empresario afgano afincado en Viena, recibió una llamada. Los nuevos dirigentes de su país habían rechazado administrar el pabellón de Afganistán en ExpoDubái 2020. Mohamed y su familia se embarcaron entonces en una gesta que ha garantizado la presencia afgana en la exhibición.

“Recibí la invitación a finales de septiembre. El tiempo fue muy breve. Diez días antes de la inauguración de la Expo, me preguntaron si podía asumir el reto y abrir el pabellón lo más rápido posible”, reconoce a El Independiente Mohamed, el alma del rincón afgano. Llegar hasta su exhibición, entre los 192 países participantes, resulta una auténtica odisea. El espacio carece de señalética –“es que como llegamos a última hora”, se excusan los organizadores- y hay que seguir los pasos de unos pequeños carteles sufragados por Mohamed y su clan.

Se supone que este pabellón debería haber estado cerrado. El Gobierno previo canceló el proyecto y debía haber quedado vacío

ABUBAKER RAHIMY, HIJO DEL EMPRESARIO DEL PABELLÓN

El pabellón ocupa el bajo de un edificio, junto a la sucursal de una cadena de comida rápida que inunda con su olor a frito los alrededores. “Se supone que esto debería haber estado cerrado. El Gobierno previo canceló el proyecto y debía haber quedado vacío”, reconoce a este diario Abubaker Rahimy, el hijo de Mohamed que atiende a los peregrinos en compañía de otros miembros de la familia llegados de Austria. “Nuestra intención es mostrar al público el arte, la cultura y el patrimonio afganos”, advierte.

Abubaker Rahimy posa frente a una de las alfombras del pabellón afgano.

Colección familiar

El pequeño espacio reúne obras de arte que pertenecen a la colección familiar que Mohamed, un empresario dedicado a la exportación e importación, se llevó a Europa hace 42 años. “Cuando los soviéticos entraron en Afganistán, mi padre, que era un tipo muy inteligente, me dijo que lo mejor que podía hacer era irme a Europa y labrarme un futuro. Llegué a Austria con 20 años y monté mi propio negocio”, rememora. Mohamed abandonó Kabul en 1978, en mitad de la conmoción y el caos. El presidente afgano había sido asesinado en un golpe de Estado comunista y el país desfilaba por el filo del precipicio.

Cada pieza tiene su valor. Todas son joyas históricas que pertenecieron a mi padre o mi abuelo

MOHAMED RAHIMY, RESPONSABLE DEL PABELLÓN

En tierras austríacas depositó más de 2.000 objetos de los que 350 protagonizan el pabellón más particular de la Expo. “Cada pieza tiene su valor. Todas son joyas históricas que pertenecieron a mi padre o mi abuelo”, arguye Mohamed. Abubaker elige, entre las vitrinas, un mortero con más de 800 años de antigüedad para la elaboración de medicinas naturales y un bello ejemplar de Oftoba, una jarra del siglo XVIII empleada para el lavado de manos. “En Afganistán tenemos una cultura muy importante de la hospitalidad y esta jarra se usa para evitar que los invitados tengan que ir al baño”, explica el joven.

Mohamed, en cambio, prefiere una alfombra de grandes proporciones elaborada en seda y algodón y empleada desde principios del siglo XVI para enlaces nupciales. El textil, un tesoro de una de las tribus que componen el tejido social del país, muestra motivos solares y florales. Ocupa una de las paredes de la sala por la que aparecen diseminados trajes típicos, joyas de lapislázuli o esencias del país. De uno de los muros también cuelga el rabab, un instrumento musical sobre el que pesa la amenaza de su prohibición en las calles afganas.

Acceso al pabellón afgano de ExpoDubái.

En el espacio dedicado a la venta de productos, Mohamed y los suyos ofrecen frascos de cotizado azafrán afgano, procedente de la ciudad de Herat, y pequeñas joyas de piedras llegadas del país.

La preparación del pabellón se completó en tiempo récord. La Expo quedó inaugurada el 1 de octubre. “Entramos el 3 de octubre y el mismo 7 estábamos abriéndolo. Todos ayudaron a traer las piezas desde Viena y a decorar el espacio”, confiesa Mohamed. Su hijo suspendió temporalmente sus estudios de ingeniería civil para residir en Dubái hasta finales de marzo, cuando la exhibición concluya. “Lo hemos hecho desde el corazón y para el pueblo afgano. Creo que las personas tenemos cierto poder y la apertura del pabellón afgano”, replica el progenitor.

Reconocimiento de los visitantes

La emoción de haber dado vida al pabellón contra viento y marea aparece incluso en el libro de visitas, lleno de muestras de gratitud. "Gracias por compartir vuestro bello país y vuestra historia de vida", escribe uno de los turistas. "Muy impresionado por este pabellón", asevera otro mensaje. En sus confines, sus responsables inesperados rehúyen las preguntas políticas, en plena mudanza de su patria. “Los regímenes van y vienen, igual que la gente envejece y muere. Lo único que permanece es la tierra y las montañas”, murmura lacónicamente el empresario.

Algunas de las piezas traídas de Viena y expuestas en el pabellón.

La diáspora afgana, desperdigada por medio mundo, ha sido unos de los más entusiastas visitantes del espacio. Ninguno de los funcionarios del Gobierno depuesto que han establecido su refugio dorado en Emiratos Árabes Unidos, entre ellos el ex presidente Ashraf Ghani, se ha dejado ver por una estancia en la que el emblema oficial que se sella en los pasaportes de los visitantes es aún el de su régimen, borrado por los talibanes.

No puedo responder a algunas de esas preguntas. Lo único que sé es que el futuro es incierto

ABUBAKER RAHIMY, HIJO DEL EMPRESARIO DEL PABELLÓN


“Todos los gastos del traslado y la residencia de la familia para mantenerlo abierto han salido de mi bolsillo”, comenta Mohamed. No obstante, se niega a proporcionar una cifra estimada del dispendio. “Eso no importa. Lo hago por mi país”, resuelve sin aportar datos. “Siento todo esto como una gran responsabilidad. La gente viene con muchas preguntas. ¿Cuál es la situación de Afganistán? ¿Cuál es su futuro? ¿Qué opinión te merece el nuevo régimen? No puedo responder a algunas de esos interrogantes. Lo único que sé es que el futuro es incierto”, narra Abubaker. 

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Operación exprés

Menos de una semana tuvo la familia de Mohamed Rahimy para preparar el espacio y la exhibición.

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Sin señales oficiales

Los inesperados responsables del pabellón han tenido que crear incluso las señales que dirigen con cierta dificultad al pabellón del país.

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Esencias de Afganistán

En las paredes del pabellón se muestra el rico patrimonio natural del país, formada de esencias como el azafrán o productos como frutos secos.

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Una tienda de recuerdos remotos

Procedentes de un país marcado por la traumática historia reciente, Mohamed y su familia venden frascos de azafrán y joyas elaboradas en la tierra de los talibanes.

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