Donald Trump, que proclama haber “resuelto” ocho conflictos en diez meses, ha vuelto a situar en primera plana el contencioso del Sáhara Occidental con la promesa de hacer lo que nadie ha logrado en medio siglo: cerrar el litigio. Su administración ha puesto en marcha una polémica maniobra diplomática para impulsar un acuerdo “definitivo” entre Marruecos y Argelia, con el trasfondo de la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU que esta próxima semana debe abordar la renovación de la Minurso, la misión de Naciones Unidas para la ex provincia española ocupada por Marruecos. Pero la llamada “paz de Trump” no depende solo de Rabat o del Frente Polisario. En esta partida geopolítica, uno de los jugadores que tiene la llave es Moscú.

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La posición que adopte Vladímir Putin, a través de su ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, puede decidir el destino de la iniciativa de Trump. Rusia preside este mes el Consejo de Seguridad de la ONU y su voto —o su veto— marcará si el plan estadounidense avanza o naufraga.

La maniobra de Trump: enterrar la autodeterminación

Washington ha diseñado un borrador de resolución en la ONU que busca “sepultar el derecho de autodeterminación” del pueblo saharaui y sustituirlo por una fórmula de “autonomía genuina bajo soberanía marroquí”. En la práctica, se trata de un reconocimiento de la soberanía del Reino de Marruecos sobre el territorio, amparado por un discurso de reconciliación regional.

El plan prevé incluso sustituir a la Minurso, la misión de la ONU encargada de organizar el referéndum pendiente desde 1991 e impedido sistemáticamente por la monarquía alauí, por otra fuerza centrada en “apoyar la aplicación” del plan de autonomía marroquí.

Trump aspira a presentarlo como un logro diplomático de alcance global, comparable a los Acuerdos de Abraham. Pero detrás de la grandilocuencia se esconde una realidad compleja: la iniciativa contradice la legalidad internacional y reescribe las resoluciones que durante décadas sostuvieron el principio de autodeterminación de la última colonia de África, huella de una historia colonial cuyo desenlace España no ha sabido administrar durante medio siglo de democracia.

El contexto, además, es propicio para el cálculo político. Estados Unidos busca reforzar su influencia en el norte de África, Marruecos consolida su control sobre el territorio y Argelia intenta evitar el aislamiento en un momento de tensiones regionales.

El ministro ruso de Exteriores Sergei Lavrov con su homólogo marroquí Nasser Bourita en Moscú. | Efe

Lavrov marca las líneas rojas

En este escenario, el Kremlin deshoja la margarita. Serguéi Lavrov, el veterano jefe de la diplomacia rusa, recordó en una reciente rueda de prensa que “la posición de Rusia es bastante simple, especialmente en relación con las decisiones del Consejo de Seguridad de la ONU sobre el Sáhara Occidental”.

“Este conflicto —explicó— debe abordarse conforme a la voluntad del pueblo que vive allí. Lleva en la mesa medio siglo. Recuerdo cuando el secretario de Estado estadounidense James Baker fue nombrado enviado especial para el Sáhara y se acordó celebrar un referéndum sobre su destino. Nadie dudaba entonces de que era necesario hacerlo”.

Lavrov añadió que Marruecos “no renuncia al principio de autodeterminación, pero cree que debe aplicarse en forma de autonomía”. Y matizó: “Para nosotros, cualquier opción que sea aceptable para todas las partes lo será también para Rusia, siempre que esté establecida en una resolución de la ONU”. El ministro no evitó señalar la divergencia con Washington: “Estados Unidos fue por otro camino cuando, durante la primera administración Trump, reconoció este territorio como parte de Marruecos. Para ellos, el asunto está cerrado. Para nosotros, solo lo estará cuando todas las partes afectadas sientan que la decisión se tomó con un equilibrio justo de intereses.” La declaración resume la doctrina rusa: el único marco válido es el de Naciones Unidas y cualquier solución que se imponga a una de las partes carece de legitimidad.

Desfile militar en los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf (Argelia).
Desfile militar en los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf (Argelia). | EP/Dpa

“Sería absurdo pensar que Rusia apoyará el unilateralismo de Washington”

Jacob Mundy, profesor de Estudios de Paz y Conflictos en la Universidad estadounidense de Colgate, cree que el movimiento estadounidense no alterará la posición rusa. “Creo que será una resolución de statu quo —afirma—, quizá con una extensión más corta del mandato de la Minurso para fijar un plazo de reanudación de las negociaciones”, señala en declaraciones a El Independiente.

Para el académico, Moscú no ha mostrado “ninguna señal de que haya cambiado su posición”. Recuerda que “Lavrov ha confirmado su apoyo a una solución política mutuamente acordada que contemple la autodeterminación”.

A su juicio, Rusia lleva años alertando de las maniobras unilaterales de Washington dentro del Consejo de Seguridad. “Durante varios años —explica— Rusia ha expresado su preocupación por las acciones unilaterales de Estados Unidos respecto al Sáhara Occidental. Esa preocupación se refleja en su política de abstención en todas las resoluciones recientes sobre la Minurso”. “¿Vamos a creer que, tras casi una década oponiéndose al unilateralismo estadounidense, Rusia va a apoyarlo ahora? No tiene ningún sentido”.

Según sus tesis, Rusia no votará a favor de una resolución que imponga el plan marroquí sin el consentimiento del Polisario o de Argelia. En el mejor de los casos, se abstendrá, preservando su coherencia diplomática y su margen de negociación con Occidente.

Activistas saharauis son reprimidas por agentes marroquíes en El Aaiún.
Activistas saharauis son reprimidas por agentes marroquíes en El Aaiún. | EQUIPE MEDIA

“Rusia no arriesgará por un conflicto que no le importa”

Riccardo Fabiani, director del programa para Oriente Medio y Norte de África de International Crisis Group, observa el papel de Moscú con cautela. “Rusia ha sido bastante ambigua en este asunto durante las últimas semanas”, asegura. “Tiene muy poco que ganar adoptando una postura fuerte, porque mantiene buenas relaciones tanto con Argelia como con Marruecos y no considera que este conflicto sea importante para sus propios intereses.”

El ministro Lavrov, apunta Fabiani, “sigue hablando de un proceso de paz y de la necesidad de que todas las partes acuerden una solución, más que de descolonización o referéndum”. Pero insiste en un matiz esencial: “Moscú cree que todas las partes implicadas deben estar de acuerdo, lo que significa que el Polisario tiene que participar y que no se puede imponer un arreglo al movimiento saharaui”.

Para Fabiani, todo dependerá del lenguaje que adopte la nueva resolución del Consejo de Seguridad. “Si el texto anima a las partes a negociar una solución que combine autonomía y autodeterminación, Rusia podría apoyarlo. Si el lenguaje es demasiado pro-marroquí, probablemente se abstendrá”.

Y concluye con un pronóstico que resume la posición rusa: “En cualquier caso, es poco probable que Moscú vete la resolución o amenace con hacerlo, porque eso crearía tensiones con los demás miembros del Consejo por una causa de escasa relevancia para Rusia”.

“Apoyar a Trump en el Sáhara puede ser una forma barata de ganarse su favor”

Desde una óptica más pragmática, Mark N. Katz, profesor emérito de Política y Gobierno en la Universidad George Mason, cree que Moscú podría inclinarse, en última instancia, por respaldar a Washington. “Hay una evaluación pragmática: el Polisario no tiene ninguna posibilidad real de hacerse con el control del territorio y, más importante aún, existe un creciente apoyo internacional a la posición marroquí”.

Katz subraya que el cálculo ruso no pasa por romper con Argelia. “Rusia mantiene relaciones económicas con ambos países, pero las que tiene con Argelia —especialmente en materia de exportación de armas— son mucho más importantes. Sin embargo, Moscú calcula que Argelia seguirá colaborando en defensa, porque no tiene opciones reales de girar hacia Occidente”. Argel, no obstante, ha mejorado en los últimos meses su interlocución con EEUU en materia de cooperación militar y choca con su tradicional aliado ruso en algunos de los conflictos abiertos en África.

Esa seguridad permite a Putin moverse con flexibilidad. “Apoyar a Estados Unidos en el Sáhara puede ser una forma barata de ganarse el favor de la administración Trump”, sostiene Katz. “Al hacer una concesión a Washington en un asunto que tiene poca importancia para Moscú, el Kremlin podría esperar obtener una contrapartida en algo que sí le interese”.

Lavrov con el ministro argelino de Exteriores Ahmed Attaf.

Un tablero de equilibrios

Mientras Washington presiona para una “paz histórica” entre Marruecos y Argelia, las piezas se mueven lentamente. Rabat insiste en su plan de autonomía de 2007 como única base de negociación. Argelia mantiene que la única salida legítima pasa por la descolonización y un referéndum. El Frente Polisario, respaldado por Argel, ya ha advertido que “no aceptará una solución impuesta ni una paz fabricada mediante maniobras e intrigas”.

La administración Trump, sin embargo, ha decidido avanzar por su cuenta, alentada por el precedente de los Acuerdos de Abraham y por la convicción de que puede forzar una normalización entre los dos vecinos magrebíes.

La frontera entre Argelia y Marruecos lleva cerrada desde 1994 y las relaciones diplomáticas están rotas desde 2021

Pero los analistas dudan de ese optimismo. La frontera entre Argelia y Marruecos lleva cerrada desde 1994 y las relaciones diplomáticas están rotas desde 2021. En ese contexto, la mediación de Washington parece poco realista sin un acuerdo previo sobre el Sáhara. Las posiciones de ambos países, protagonistas de una preocupante escalada armamentística, siguen muy alejadas.

En paralelo, Rusia ha reforzado discretamente sus contactos con ambos bandos. Lavrov se ha reunido en Moscú el ministro de Exteriores marroquí Naser Burita y mantenido una conversación telefónica con el jefe de la diplomacia argelina Ahmed Attaf, a quienes transmitió que su país “aceptará cualquier acuerdo entre las partes, pero siempre bajo el prisma de la autodeterminación”.

Moscú, además, ha renovado su acuerdo pesquero con Marruecos -que incluye la actividad en la costa del Sáhara Occidental ocupado-, un gesto interpretado como un guiño económico, aunque analistas como Fabiani lo describen como un “acto de equilibrio” más que como una toma de partido.

La llave de Moscú

La “paz” que Donald Trump busca vender al mundo depende, en última instancia, de un voto en Nueva York. Rusia —con su asiento permanente y poder de veto en el Consejo de Seguridad— puede permitir que la resolución avance o bloquearla con un solo gesto.

Si el Kremlin se abstiene, Washington podrá proclamar un avance diplomático. Si vota a favor, Marruecos consolidará su control del territorio con el aval de las Naciones Unidas. Pero si Moscú decide vetar la iniciativa, el castillo de cartas se vendrá abajo. Por ahora, la postura rusa se resume en prudencia. Ni el apoyo incondicional que algunos esperaban tras la renovación del acuerdo pesquero, ni la hostilidad abierta que desearía el Polisario. Simplemente, una política de espera. Una ambigüedad que se resolverá en cuestión de días y que otorga a Putin un poder que va mucho más allá del Magreb. En un momento de tensiones con Occidente por Ucrania y Oriente Medio, el Sáhara es un territorio para demostrar influencia global.

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