Miedo, incredulidad, impotencia y rabia son algunas de las sensaciones que recorren a los españoles que estudian, investigan o enseñan en la prestigiosa Universidad de Harvard, la más antigua del país, y también a los que tenían previsto aterrizar allí pronto, independientemente de si han decidido cortar relaciones con Estados Unidos y volverse a casa como si continúan esperanzados con la idea de quedarse. Porque desde la semana pasada, cientos de españoles han visto cómo su futuro se convertía en un mar de dudas tras la última decisión de la Administración de Donald Trump. Algunos habían sido escogidos para desarrollar proyectos con decenas de miles de dólares asignados, que ahora podrían quedar en el aire, si los jueces permiten al Gobierno seguir adelante con su plan de asfixiar a la institución en general y de echar a sus alumnos extranjeros en particular.
“Que la Administración haya decidido acabar con toda la financiación federal a Harvard, incluidos los contratos predoctorales y postdoctorales, inevitablemente afecta a nuestro trabajo e investigación. Y que ahora tengamos que preocuparnos por nuestros visados ya es la gota que colma el vaso”, dice una joven investigadora postdoctoral del área de las ciencias en conversación con este periódico.
Ella prefiere que su nombre no aparezca en este artículo por miedo a las posibles represalias del Gobierno de Trump, pero muchos otros estudiantes e investigadores españoles en Harvard a los que ha contactado El Independiente directamente han rechazado de plano contar cómo están viviendo estos días, por miedo a represalias si de alguna manera terminaban siendo identificados.
La semana pasada, el Departamento de Seguridad Nacional estadounidense envió una carta a Harvard con la que le informaba que su programa de alumnos de intercambio quedaba rescindido “con efecto inmediato”. “Esto significa que Harvard ya no puede inscribir a alumnos extranjeros y que los que estén ahora cursando sus estudios deberán cambiar de centro o perderán su estatus legal”, decía el escrito. La orden también suponía un riesgo para los que ya estudian o trabajan allí con visados especiales.
La noticia llegó tras meses de tira y afloja entre la Universidad y el presidente americano, que la ha atacado desde todo tipo de frentes. La Administración está llevando al menos ocho investigaciones mediante seis agencias diferentes con las que ha retirado o congelado 4.000 millones de financiación pública al centro, por lo que este ha demandado al Gobierno. Ya durante su primer mandato, el Departamento de Justicia se unió a una demanda contra Harvard al considerar que la manera en la que consideraba la raza para admitir a los alumnos era discriminatoria. Cinco años después, el Tribunal Supremo le dio la razón, impulsando los nuevos ataques de Trump a las políticas de diversidad, equidad e inclusión de todo tipo de instituciones.
Trump también ha pedido a Harvard que lleve a cabo cambios en los programas de las asignaturas y que modifique, además de sus criterios de admisión, los de contratación de personal para que se alineen con los suyos. Del lado de la congelación de financiación, ha paralizado 2.200 millones en becas de investigación, 60 millones en contratos, 1.000 millones en becas para instituciones asociadas a Harvard, y ha “descalificado” a la Universidad para acceder a futuras becas federales, entre muchas otras decisiones en la misma línea.
Y en medio de esa guerra quienes ahora están en el centro del huracán son los 6.800 alumnos extranjeros de Harvard, cerca del 30% del total, de los que no está claro cuántos son españoles. La embajada española en Washington ha explicado a este periódico que la universidad no facilita cifras por nacionalidad, y que seguirles la pista a todos los españoles es complicado, puesto que la mayoría no se inscriben en el consulado. Tampoco hay una asociación de alumnos españoles en Harvard que pudiese contabilizarlos, y lo más parecido, el Real Colegio Complutense de Harvard, ha preferido no contestar a las preguntas de este periódico “por prudencia institucional”, asegurando simplemente que se alinea con la postura de Harvard.
“Creo que es un tiro en el pie sideral”, opina Marc Berruezo, que este curso ha estudiado un máster en administración pública en la reconocida Kennedy School of Government, una de las doce escuelas de Harvard y la que se dedica a las políticas públicas. A Berruezo la noticia de la revocación de los visados de estudiantes de Harvard le pilló de vacaciones fuera del país, con lo que temió no poder volver a la que ha sido su casa este último año, y no poder graduarse, lo único que le quedaba para terminar sus estudios en la universidad.
Pero una vez de vuelta en Boston y recuperado del susto, es de los pocos que está dispuesto a dar su nombre porque ha decidido marcharse sin mirar atrás. “Cada vez me he ido sintiendo menos bienvenido, y ¿para qué estar en un sitio donde no te quieren?”, dice. Aun así, lamenta que Trump haya decidido empezar una campaña que cree que va a perjudicar más que beneficiar a Estados Unidos. “Al final, aquí te conviertes en embajador de este país”, reflexiona. También lamenta que la Administración esté castigando a los alumnos “por cosas que pasaron cuando ni estábamos en el país”, en referencia a las manifestaciones propalestina que el Gobierno usó como pretexto, en un principio, para cargar contra la universidad.
Algo de aire
Días después de la orden de Trump, una jueza bloqueó la decisión relativa a los estudiantes extranjeros, dando la razón a la Universidad y proporcionando algo de aire a los afectados, aunque poca certidumbre. En ese impasse se encuentra un arqueólogo español (no incluiremos su nombre ni su apellido, de nuevo, por su miedo a represalias), que recibió la noticia el mismo día en el que tenía previsto abonar el primer pago para alojarse en el campus universitario de Harvard, porque ha conseguido una beca postdoctoral para llevar a cabo un proyecto y dar clase allí durante los próximos tres años.
“Me puse en contacto con la universidad y allí me recomendaron que no hiciera el pago, así que he perdido el piso”, lamenta el investigador, que pensaba mudarse a EEUU en julio, tras haber firmado ya su contrato de trabajo después de atravesar un proceso largo y complicado. “Apliqué a Harvard por la gran libertad que dan a los investigadores, algo que no puedo encontrar en muchas otras universidades, y por su prestigio, su centro es puntero en arqueología a nivel mundial, y sus instalaciones también. Era una oportunidad perfecta”.
El doctor confiesa haber pasado toda la semana “muy, muy nervioso” al ver frustrarse su sueño, “ya me había hecho a la idea de cómo iba a ser mi vida allí… me siento como en el cuento de la lechera”, dice. Pero por el momento no habla en pasado de su beca ni de su proyecto, en parte porque la decisión judicial supone un respiro, pero sobre todo porque ha decidido confiar y darse hasta que termine el verano, sin solicitar otros puestos de trabajo, esperando en que “se pueda resolver positivamente”, aunque sea al cabo de unos meses.
Paranoia en el campus
Quienes no pueden permitirse mantener la calma son muchos de los alumnos que ahora se encuentran en el campus de Harvard. Berna León, doctor en Sociología y profesor visitante durante este semestre en Harvard, cuenta cómo el clima entre muchos es de mucho miedo, que hay quienes han cambiado su camino para volver a casa por temor a ser detenidos por los agentes de inmigración (ICE, por sus siglas en inglés) -o "secuestrados", les dice León, puesto que están "al borde de la legalidad"- y quienes han borrado mensajes de su móvil o incluso aplicaciones como WhatsApp por si en algún momento la policía inspecciona sus teléfonos y termina deteniéndolos y expulsándolos del país, como sucedió con un científico francés, al que se denegó la entrada a EEUU.
En el mismo sentido, asegura el docente, se ha extendido la "autocensura". "Creo que es lo que más ha calado, mucha gente no denuncia lo que está pasando ni participa en protestas porque no pueden poner en juego su vida ni sus ingresos, aunque les parezca atroz. Ahí veo un cambio muy profundo, está cambiando la libertad de expresión en los campus y en concreto en Harvard". Con todo, siente que los últimos movimientos de la Administración están cambiando algo, provocando más hartazgo que miedo, y "agradecimiento" ante la decisión de la Universidad de plantar cara y luchar, algo que no han hecho muchas otras que también han sido acosadas por el Gobierno.
"Me siento muy orgullosa de Harvard, de cómo está manejando la situación y del ejemplo que están dando", dice la científica que está haciendo un posgrado en el centro. "También han puesto a nuestra disposición medios de consultas legales y ayuda psicológica, y siempre nos han mantenido informados".
Pero lo que a muchos les sorprende más es cómo esta decisión de Trump perjudicará al país entero. "La sensación es que estamos en un barco que se está hundiendo, y como Harvard caiga, van todas las universidades detrás", dice la misma posdoc. "Evidentemente esto para el país es una catástrofe, es una demoledora para la capacidad de atracción de talento de Estados Unidos", opina León.
"Hay gente que está cancelando sus estancias y sus contratos por miedo a llevar a cabo investigaciones en este país, la Administración se está cargando la hegemonía cultural de Estados Unidos. Veremos cuál es la siguiente ocurrencia, pero esto lo que hace es ponerle todo tipo de problemas y de impedimentos a uno de los motores de la economía nortamericana, que creo que es algo que Trump no termina de entender. Si tanto le preocupan los déficits con otros países, esto no va a hacer otra cosa sino incrementarlos".
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