A lo largo de sus primeros seis meses en el cargo, el presidente estadounidense, Donald Trump, se ha lanzado a desmantelar el Gobierno y a atacar a instituciones para tener más autoridad, haciendo saltar las alarmas de quienes estudian las democracias.
El presidente ha usado su posición para detener a estudiantes extranjeros, aun siendo residentes legales en el país, acusándolos de hacer activismo a favor de Palestina, y en algunos casos sin ningún tipo de explicación. Ha atacado a universidades e instituciones académicas como Harvard, Columbia y la Universidad de Pensilvania excusándose en que fomentan “valores antiamericanos”, y les ha retirado financiación pública.
También ha impuesto sanciones importantes a grandes bufetes de abogados a los que acusa de actuar de forma poco ética, ha rescindido contratos públicos y les ha restringido el acceso a edificios federales. Como en el caso de las universidades, algunas han luchado contra él, pero la mayoría está tratando de conseguir un acuerdo.
El magnate ha tomado muchas decisiones parecidas: ha optado por insultar al actual presidente de la Reserva Federal, el banco central estadounidense, por no bajar los tipos de interés como él le reclama. Lo ha llamado desde “idiota” a “bobo” pasando por “enorme perdedor” con “bajo coeficiente intelectual”, “un tipo estúpido”, "un verdadero tonto” o “una mula testaruda”.
Se ha enfrentado de manera similar a los jueces que han bloqueado sus órdenes, ha quitado poderes a las agencias regulatorias independientes, ha ejecutado importantísimos recortes de gasto público y de funcionarios que los tribunales aún deben valorar si son legales, como también sucede con el fin de la ciudadanía por nacimiento que firmó en su primer día en el cargo.
“La Administración Trump ha actuado de manera ilegal e inconstitucional de diferentes maneras que debilitan nuestras instituciones democráticas, ralentizan nuestra economía y revierten las protecciones para la salud pública y el medio ambiente, y ponen en riesgo la atención médica y las prestaciones de la Seguridad Social que reciben millones de estadounidenses. Y esto es solo el comienzo”, ha asegurado el congresista demócrata Steve Cohen, que representa al estado de Tennessee y está haciendo en su página web un seguimiento de las decisiones del presidente.
Trump insiste en que su misión es restaurar la democracia y la libertad en Estados Unidos, pero al mismo tiempo se enfrenta a las decisiones de los jueces, firma órdenes que son abiertamente inconstitucionales y se refiere a sí mismo como "rey". Su gabinete y sus seguidores tratan de convencer de que solo se está enfrentando a jueces partidistas que tratan de impedir que él implemente la voluntad popular, es decir, las medidas que prometió en campaña y por las que los estadounidenses lo han votado.
“Desde enero, Trump no ha perdido el tiempo en poner a prueba los límites del campo de trabajo que él mismo creó, desatando tácticas crueles e ilegales contra las comunidades de inmigrantes”, han valorado desde el National Immigration Law Central, una de las mayores organizaciones dedicadas a la defensa de los inmigrantes en el país. “Éste es el manual del autoritarismo y, si no se controla, el gobierno utilizará su poder consolidado contra cualquiera con quien no esté de acuerdo: un camino peligroso”.
Por el momento, Trump cuenta con el respaldo del Tribunal Supremo. La última ocasión en la que el Alto Tribunal ha impulsado la forma de actuar del presidente fue a finales de junio, cuando determinó que un solo juez no puede bloquear una orden ejecutiva del presidente a nivel nacional, limitando así la habilidad de los magistrados para frenar los pies al presidente.
El siguiente golpe podría venir de los mercados
Los últimos movimientos de Trump han llevado a que repetidamente se le compare con el húngaro Viktor Orban y con el expresidente filipino Rodrigo Duterte, y ahora, tras amagar con despedir al presidente de la Reserva Federal, muchos han recordado que esos fueron los pasos que siguió el turco Recep Erdoğan, quien también presionó al banco central turco para que recortase los tipos de interés y provocó importantes caídas de la lira turca y que la inflación se disparase.
Por el momento Trump solo ha amenazado con despedir a Jerome Powell, pero si cumpliese su intención, el siguiente golpe podría sufrirlo la economía estadounidense a través de sus mercados de bonos y de la inflación.
“El presidente Donald Trump no es el primero que quiere que el banco central de su país baje los tipos de interés. Sin embargo, antes de que actúe como quiere, podría considerar el desafortunado experimento reciente del presidente turco”, apuntó hace unos meses Desmond Lachman, investigador en el centro de estudios con sede en Washington American Enterprise Institute.
“Hay una razón por la que presidentes tanto republicanos como demócratas en las últimas décadas han apoyado públicamente la independencia del banco central. Estaban de acuerdo en la rendición de cuentas y en el Estado de derecho”, opina la economista Rebecca Patterson, que ha trabajado en JP Morgan y Bridgewater Associates, en una columna publicada esta semana en el NYT.
“También han entendido que incluso si la Fed comete errores, que actúe independientemente de la política refuerza su credibilidad, y eso nos ayuda a hacer que Estados Unidos sea un país más seguro, un sitio más atractivo en el que invertir. Sin esa estabilidad y previsibilidad, el país se expone a perder lo que hace que su economía y mercados financieros sean excepcionales”.
Trump tiene el peor rating de aprobación de los últimos cuatro presidentes
Este sábado, 180 días después de que Trump arrancase su segundo mandato, el rating de aprobación de Trump era el más bajo registrado por cualquiera de los cuatro últimos presidentes, solo igualado por él mismo, a estas alturas de su primer año. En una encuesta llevada a cabo por The Economist y YouGov, estadounidenses contestan a la pregunta de si aprueban o desaprueban el trabajo del presidente, y en base a sus respuestas estos obtienen un porcentaje de aprobación (o desaprobación).
El resultado de esta semana es un -14%. En estas mismas fechas de sus respectivos mandatos, Barack Obama consiguió un 12% (es decir, lo aprobaban más que lo desaprobaban) y Joe Biden, un 6%. Trump obtuvo exactamente el mismo porcentaje, un -14%, cuando se realizó esta misma encuesta en 2017.
La encuesta no ahonda en las razones por las que los entrevistados están de acuerdo o en desacuerdo con el trabajo del presidente, pero sí les pregunta por sus mayores preocupaciones, y estas no parecen haber cambiado desde la campaña electoral. La primera es la inflación, sobre todo para el votante republicano (22%) pero también para el demócrata (16%), seguida de la economía en general (14% en total) y de la sanidad (10%), los mismos que desde 2017.
Ese descontento también se aprecia en la valoración que los estadounidenses dan a la gestión de Trump por áreas: en enero, la mayoría aprobaba su gestión económica y de la inflación, pero esa valoración ha caído fuertemente hasta el terreno negativo. Los mismos datos también muestran que los americanos desaprueban su gestión de la inmigración, otro de los principales asuntos por los que el magnate fue reelegido.
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