Al Partido Popular y a sus dirigentes les sopla el viento de popa desde que el sábado pasado Pedro Sánchez fuera descabalgado de la secretaría general del PSOE. Y no sólo por lo que se refiere a la posibilidad de que Mariano Rajoy sea por fin investido presidente del Gobierno ni porque la amenaza de unas terceras elecciones se haya convertido en una muy tentadora opción para el PP, a las que acudiría como ganador y además con su adversario caído en la lona.

No sólo por eso. Hoy arranca en la Audiencia  Nacional el juicio por el caso Gürtel en su etapa primera. Y después de que se diluciden las cuestiones previas empezará el desfile ante el tribunal. Primero declararán Correa y quienes se enriquecieron extraordinariamente a base de contratar con el PP obras sin cuento a cambio de financiar con ingentes cantidades de dinero negro a dirigentes del partido. Y a continuación lo harán los ex tesoreros, directivos y altos dirigentes de esa formación. Un espectáculo de esa naturaleza podría haber constituido para la oposición, es decir, para el PSOE, una munición de grueso calibre apta para volar la cabeza del PP y cegar toda esperanza de Mariano Rajoy de conseguir la abstención socialista en una sesión de su investidura. Y de hecho, era lo que se temía en Génova una vez que los plazos políticos y los judiciales habían coincidido en una conjunción planetaria más potente aún que la que anunció en su día la entonces ministra Leyre Pajín a propósito de la presidencia simultánea de dos colosos de la política como eran, en su opinión, Barack Obama en los Estados Unidos y nuestro Zapatero en España.

Al intento de formación de un gobierno del PP se superpone el proceso judicial a ese mismo PP

Ahora, al proceso de intento de constitución de un Gobierno del PP se superpone como un guante el proceso judicial a ese mismo PP.  Y aún hay más: hoy le toca declarar al antiguo vicepresidente económico del  gobierno de Aznar, Rodrigo Rato, en el proceso de las llamadas tarjetas black. Es verdad que las cantidades levantadas por él y por su antecesor, Miguel Blesa, puesto al frente de la Caja de Ahorros de Madrid por el propio José María Aznar, son poca cosa -430.000 euros Blesa y 99.000 euros Rato- comparadas con la enormidad que se va a juzgar en la Gürtel. Pero el caso de las tarjetas es simbólico de un tiempo de desmesura, abusos y estafas a los españoles, y por eso levanta ampollas entre la opinión pública. Y esos dos procesos estarán abiertos mientras Rajoy sigue esperando a recuperar la presidencia del Gobierno.

Pero las muy dañinas consecuencias que esta circunstancia le podría haber acarreado al partido de Génova se han diluido tanto ante el espectáculo de contienda fratricida en el PSOE que ya no va a haber socialista que se atreva a levantar la voz contra la corruptelas de su adversario. Y, si lo hay, es seguro que no va a tener público que le escuche, que le aplauda y, sobre todo, que le siga. De modo que el Partido Popular va a poder transitar por este camino alfombrado de cristales rotos sin caer desangrado antes de llegar a la meta. Lo que parecía impensable en el mes de junio se ha hecho realidad en septiembre.

Pero el relato ante del juez  de los desmanes cometidos y que han implicado a personas importantes en el Partido Popular tendría que producir al menos la catarsis de lo que, contemplado en su totalidad y su crudeza, acabe por echar el cierre para siempre a prácticas corruptas como las que se juzgan hoy.

Ésa es la esperanza.