El brazo político de ETA es maestro en el arte de la manipulación; ahora diríamos de la posverdad. El llamado Día del desarme, la pantomima que organiza el minúsculo grupo que aún sostiene esas siglas en Bayona, se presenta por parte de sus protagonistas como una jornada para reivindicar el orgullo por una historia que ha estado plagada de asesinatos, extorsión, amenazas y, como remarca el filósofo Fernando Savater con acierto, corrupción de la peor especie.

El peligro para una sociedad democrática, que quiere vivir en paz y en libertad, es olvidar lo que ha ocurrido y no ser conscientes de lo que puede ocurrir a partir de ahora. ETA no entrega las armas y los explosivos en un gesto de buena voluntad y de arrepentimiento por su sangrienta trayectoria. No. ETA ha sido derrotada por las Fuerzas de Seguridad del Estado, gracias a la colaboración de Francia y, sobre todo, porque el pueblo vasco estaba harto de vivir bajo la amenaza y el miedo.

El entierro de ETA, por tanto, si es que, de verdad, tras el happening de Bayona, se produce su disolución efectiva, no puede ser motivo de orgullo para nadie. Sería tanto como hacer de la desaparición de una familia mafiosa un acto de reivindicación de sus acciones.

A la humillación ya sufrida por las víctimas no se puede añadir el escarnio de la legitimación del ideario etarra ni el perdón de sus asesinos

Las víctimas y los intelectuales que han alzado la voz contra los riesgos de sumarse a los festejos organizados por los llamados "artesanos de la paz" no son producto de la inquina o de la paranoia, sino que están basados en hechos ciertos, en el conocimiento puntual de la manera de actuar de este conglomerado que, en el fondo, sigue pensando en derrotar a España sea como sea.

No hay más que leer el artículo publicado el pasado miércoles por el editor de Txalaparta, José María Esparza (A Baiona, y que se joda Espartero). Esparza representa al núcleo de la llamada izquierda abertzale. Para argumentar su posición se traslada al final de la primera guerra carlista. Es curioso cómo el independentismo, con tal de legitimarse a través de la historia, no duda en hundir sus raíces en lo más reaccionario de la sociedad vasca.

Esparza compara el desarme de ETA con el Abrazo de Bergara y afirma que entonces, como ahora, de lo que se trata es "de sujetar a un pueblo al yugo del constitucionalismo español, humillarlo, borrarle sus referencias atávicas". El editor se escandaliza ante la petición de la Audiencia Nacional de que le sean entregadas por Francia las armas de los zulos para investigar los asesinatos todavía por resolver. "¿Cabe mayor absurdo?", se pregunta.

La operación de blanqueo abertzale es la primera fase de una ofensiva que trata de sacar réditos políticos (paz por presos) de una derrota en toda regla

Para este mundo, que quede claro, lo que se escenificará en Bayona no es la rendición de ETA, sino un paso atrás táctico en espera de un nuevo flujo de la lucha ("política armada", que diría el propio Esparza). "No vamos a ningún entierro. Ni a escenificar una derrota que no se ha dado... Las batallas no siempre deciden guerras". Y luego, en un atávico arranque, se viene arriba recordando que "desde Orreaga el volcán vasco tiene veta directa con el magma terráqueo: somos incombustibles".

De arrepentimiento, nada. "En Baiona llevaremos orgullosos la mochila de nuestro pasado, ... de este pueblo que nunca se arrodilló" ¿Se puede ser más explícito?

Las palabras de Esparza no merecerían más que un comentario jocoso si no fuera porque partidos como el PNV e incluso el PSE se han sumado a Sortu y a su líder Otegi en un llamado "manifiesto por la paz" que ayuda a la operación de blanqueo que pretende la izquierda abertzale como primera fase de una ofensiva que trata de sacar réditos políticos (paz por presos) de una derrota en toda regla.

A la humillación padecida por las víctimas -que no sólo han sufrido atentados, sino que, además, han sido insultadas y agredidas- durante los años de plomo, no se le puede añadir ahora el escarnio de considerar que la desaparición forzada de ETA pueda tener como premio la legitimación de su ideario y el perdón de los asesinos.